Si en la liturgia se
leyera el evangelio de Marcos tal como él lo escribió, no a saltos, trompicones
y omisiones, habríamos advertido que la popularidad creciente de Jesús suscita
tres reacciones muy distintas: desconfianza por parte de su familia, rechazo
por parte de los escribas, aceptación por parte de su nueva familia
(“estos son mis hermanos, mis hermanas y mi madre”). A esa nueva familia, Jesús
la instruye en el capítulo de las parábolas (de las que sólo
leímos dos el domingo pasado) e, inmediatamente después, la salva.
Con este episodio de la tempestad calmada Marcos pretende también que el lector
se pregunte una vez más quien es Jesús.
El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)
En el mito mesopotámico de la
creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa
Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza
el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora
y destruye la tierra firme.)
La
primera lectura, del libro de Job, recoge este tema, pero despojándolo de sus
connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que
amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza,
como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle
un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas».
Entonces el Señor respondió a Job desde el seno de la
tempestad: ¿Quién encerró con doble puerta el mar, cuando salía borbotando del
seno, cuando una nube le puse por vestido y el oscuro nublado por pañales;
cuando le fijé sus confines y le puse en torno puertas y cerrojos, y le dije:
«No pasarás de aquí, aquí se romperá la soberbia de tus olas»?
El peligro del mar (Salmo 107)
El
mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se
intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más
inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al
ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios.
Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 107, al que quizá
mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de
hoy.
Los que a la mar se hicieron con sus naves,
buscando su negocio en las aguas inmensas,
vieron las obras del Señor
y sus milagros en el alta mar.
A su palabra se desató una tempestad
que levantó unas grandes olas:
subían a los cielos, bajaban al abismo,
se vinieron abajo ante el peligro;
En su angustia gritaron al Señor,
y él los libró de sus apuros.
Redujo la tempestad a suave brisa
y las olas se calmaron.
Se llenaron de alegría al verlas ya calmadas,
y él los llevó al puerto deseado.
Den gracias al Señor por su amor,
por sus milagros en favor de los humanos.
Jesús, los discípulos y el mar (Marcos 4,35-41)
El pasaje del evangelio podemos
dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan
a la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de
los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4)
Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos.
1) Aquel mismo día, ya caída la tarde, Jesús dijo a sus
discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Y dejando a la gente, lo llevaron con
ellos en la barca tal como se encontraba; y le acompañaban otras barcas.
2) Se levantó entonces una fuerte borrasca, y las olas
saltaban por encima de la barca, de suerte que estaba a punto de llenarse.
Jesús estaba durmiendo sobre un cabezal en la popa. Ellos lo despertaron y le
dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
3) Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Calla! ¡Cálmate!». Y el viento cesó y se hizo una gran calma.
4) Después les dijo: «¿Por qué sois tan miedosos? ¿Por
qué no tenéis fe?».
5) Ellos quedaron sumamente atemorizados, y se decían
unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?».
Tres
de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo.
La segunda (la tormenta) recuerda la
situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos
no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el
problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a
punto de hundirse.
La
tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino
por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar,
semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento.
La quinta, que habla de la reacción
de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con
un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan
gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es
Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo
durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el
contacto con el misterio.
Prescindiendo de la introducción, la
parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los
discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. La ausencia de paralelo
sugiere que estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el
pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se
atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder
para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus
miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas
fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y
hacer que nos preguntemos quién es Jesús.
Desde antiguo se valoró el aspecto
simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormenta,
esa salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel
individual.
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