1ª
escena: Los discípulos y Jesús. 1ª pregunta
(La escena tiene lugar al
comienzo de las escaleras que conducen al templo de Jerusalén. Un hombre de unos
veinte años, ciego, está sentado pidiendo limosna. Jesús y sus discípulos se
aproximan a él entrando por la izquierda. Felipe mira al ciego con detenimiento
y comienza a discutir con Bartolomé. Luego se acercan a Jesús.)
Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de
nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién
pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que
se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer
las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
2ª
escena: Jesús y el ciego
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con
la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que
significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista.
3ª
escena: Los vecinos y el ciego. 2ª – 4ª preguntas
(Una calle de Jerusalén. Un grupo de personas
rodea al ciego. Otros comentan entre ellos a corta distancia.)
Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
-¿No es ése el que se sentaba a
pedir?
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
-«¿Y cómo se te han abierto los
ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro,
me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces
fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
-«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»
4ª
escena: Los fariseos y el ciego. 5ª y 6ª preguntas
(Amplia sala de reunión, con asientos en
semicírculo. Al fondo, una ventana ilumina la escena, sin restarle cierto aire
tétrico a la sala. A la derecha, una puerta. Los fariseos están sentados y el
ciego de pie en el centro. Dos guardias también de pie junto a la puerta.)
Llevaron ante los fariseos al que había sido
ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los
fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no
guarda el sábado.»
Otros replicaban:
-«¿Cómo puede un pecador hacer
semejantes signos?»
Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te
ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»
5ª
escena: Los fariseos y los padres. 7ª y 8ª preguntas
(A una señal del presidente, los guardias se
llevan al ciego por la puerta de la derecha. Vuelven poco después con un
matrimonio de entre cuarenta y cincuenta años. Se les nota nerviosos y con
miedo).
Los judíos no se creyeron que aquél había
sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les
preguntaron:
-«¿Es éste vuestro hijo, de
quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que
nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto
los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede
explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían
miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga
a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es
mayor, preguntádselo a él.»
6ª
escena: Los fariseos y el ciego. 9ª-12ª preguntas
(Los guardias sacan fuera al matrimonio. Tras
una acalorada discusión, el tribunal decide llamar por segunda vez al ciego. Entra
escoltado por los dos guardias.)
Llamaron por segunda vez al que había sido
ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que
ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo
era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo:
-¿«Qué te hizo, cómo te abrió
los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho
caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?;
¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le
dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros
somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero
ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis
de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no
escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se
oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no
viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
7ª
escena: Jesús, el ciego y los fariseos. 13ª-15ª preguntas
(La escena tiene lugar en la escalera de
acceso al templo, como la escena primera.)
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo
encontró y le dijo:
-«¿Crees tú en el Hijo del
hombre?»
Él contestó:
-«¿Y quién es, Señor, para que
crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando,
ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo;
para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y
le preguntaron:
-«¿También nosotros estamos
ciegos?»
Jesús les contestó:
-«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado,
pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»
COMENTARIO
«A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron
interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable.» De esto
podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por
miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres,
porque el ciego terminó muy contento.
Una discusión absurda
Todo empezó
por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego:
¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al
profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si
supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él.
Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para
poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo.
Una
forma extraña de curar
En el evangelio de Juan, igual que en los
Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde
resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un
método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y
lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala
idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta
abajo; más que curarse podría matarse.
¿Qué pretende enseñarnos el
evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la
primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al
primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la
saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final,
relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica
todos los detalles.
Una cosa al menos queda clara: la
obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato
la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra
la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por
la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo.
Un
anacronismo intencionado
La antítesis
del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad
histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los
fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después
de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio
perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del
siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a
enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y
expulsándolos de la sinagoga.
El
miedo y la osadía
El relato de Juan refleja muy bien, a través
de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser
declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos.
El hijo, en cambio, se muestra cada vez más
osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el
profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza
prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende
con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé;
sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía,
cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de
Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún
poder.»
La
verdadera visión y la verdadera luz
Hasta ahora,
el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera
un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de
Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la
última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a
sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el
sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él.
Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose
delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos,
para que toda la atención se centre en ella, en Jesús.
No
hay peor ciego que quien no quiere ver
Los fariseos
representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con
respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso
un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que
a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del
sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del
cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere
a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael;
Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de
Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por
eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no
puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la
luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les
dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado.
La
samaritana y el ciego
Hay un gran
parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En
ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en
ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la
noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los
fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe
sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por
no observar el sábado.
* * *
En el evangelio dice Jesús a los
discípulos: « Mientras es de día, tenemos que hacer las
obras del que me ha enviado». La primera lectura de este domingo concreta algunos
aspectos de estas obras de la luz.
Lectura de
la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14
Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
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