miércoles, 8 de enero de 2014

Bautismo del Señor. 12 de enero 2014

La elocuencia del silencio

            Lo primero que cuentan los evangelios a propósito de Jesús adulto es su bautismo. Lucas dice que, por entonces, tenía «unos treinta años». De su vida anterior, si prescindimos de los relatos de la infancia, no se cuenta nada.
            Este silencio resulta muy llamativo. Los evangelistas podían haber contado cosas interesantes de aquellos años: de Nazaret, con sus peculiares casas excavadas en la tierra; de la capital de la región, Séforis, a sólo 5 kms de distancia, atacada por los romanos cuando Jesús era niño, y cuya población terminó vendida como esclavos; de la construcción de la nueva capital de la región, Tiberias, en la orilla del lago de Galilea, empresa que se terminó cuando Jesús tenía poco más de veinte años. Nada de esto se cuenta; a los evange­listas no les interesa escribir la biografía de su protagonista. 
            Para explicar este silencio se aduce habitualmente la humildad de Dios, capaz de pasar desapercibido tanto tiempo, sin llamar la atención, sin prisas por cambiar al mundo, a pesar de todo lo que tiene que decir. Esta interpretación es válida, y deberíamos sacar de ellas consecuencias personales que frenasen nuestras prisas y deseos de notoriedad. Pero quien viene del Antiguo Testamento percibe también otro motivo. Los grandes personajes que en él aparecen nunca son importantes en sí mismos, sino por lo que contribuyen al progreso de la historia de la salvación. De Abrahán, Moisés, Josué, Isaías, Jeremías, Ezequiel... nos faltan infinidad de datos biográficos. A veces conocemos detalles pequeños sobre su familia o infancia. Pero, en general, su biografía comienza con el momento de la vocación, cuando el personaje queda al servicio de los planes de Dios. 
            En el caso de Jesús se aplica el mismo principio, para subrayar la importancia capital del bautismo como experiencia personal que transforma totalmente su vida. Todo lo anterior, aunque nos sorprenda, carece de interés. Es ahora, en el bautismo, cuando comienza la «buena noticia». 

El bautismo de Jesús

            Es uno de los momentos en que más duro se hace el silencio. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice.
            Para comprender el relato del bautismo que ofrece el evangelio de Mateo es esencial conocer el relato anterior de Marcos, que le sirve como punto de partida. Dice así:
                Por entonces vino Jesús de Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto. (Mc 1,9-11)

            Lucas cuenta prácticamente lo mismo. Sin embargo, Mateo entrevé en esta escena un auténtico escándalo para los cristianos. Por dos motivos: 1) porque Jesús puede parecer un pecador más en la fila de los pecadores; 2) porque la voz del cielo sugiere que Jesús tiene en ese momento una revelación especial, como si antes no conociera su verdadera identidad. Para evitar estos dos peligros, Mateo cuenta el episodio de la siguiente manera (indico en negrita los añadidos y cambios):

            En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
            Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:
            ‒ Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
            Jesús le contestó:
            ‒ Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
            Entonces Juan se lo permitió.
            Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

            ¿Cómo sabe Juan quién es Jesús? Mt no lo dice, y sólo puede explicarse por una revelación de Dios a Juan, que le da a conocer quién tiene delante. Y esto es lo que provoca su desconcierto. Juan ha anunciado la venida de uno mucho más importante que él, al que no es digno de desatar las correas de la sandalia; uno que trae un bautismo infinitamente superior al suyo, no con agua sino con espíritu santo y fuego. Ahora resulta que ese gran personaje se presenta ante él para que lo bautice. Es lógico que intente disuadirlo. A través de Juan aprendemos que la actuación de Jesús será en ocasiones sorprendente, un misterio que nunca podemos penetrar del todo, y que incluso puede provocar escándalo en las personas mejor intencionadas. Desde la primera escena, Jesús nos está desconcertando. 
            Por otra parte, el motivo que aduce Jesús para bautizarse es fundamental: «Está bien que nosotros cumplamos así todo lo que Dios quiere». Con ello deja claro que lo más importante para él a lo largo de su vida será cumplir la voluntad de Dios.
            Precisamente en el momento de la mayor humillación va a tener lugar su mayor exaltación. Mc cuenta el episodio como una expe­riencia personal de Jesús. Sólo Jesús ve rasgarse el cielo, y la voz se le dirige sólo a él: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto». 
            Mateo, en cambio presenta la escena como un gran acontecimiento público. El cielo se abre para todos, y la voz proclama: «Este es mi Hijo amado, mi predilecto". No se trata de que Jesús tenga una vivencia nueva, especial; son los presentes los que caen en la cuenta de la importancia de Jesús. 
            En cualquier hipótesis, como experiencia personal o como procla­mación pública, es importantísimo conocer el sentido de las palabras: «Tú/éste es mi Hijo amado, mi predilecto». A un oyente judío, estas palabras le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», y las de Is 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero».
            El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Parece que Mateo quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento.

El programa futuro de Jesús

            Pero las palabras del cielo no sólo hablan de la dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Isaías (42,1-4.6-7).

            Así dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.

            El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).
            Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.
            El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.

Misión cumplida: pasó haciendo el bien

            La segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio y a su familia, resumen en estas pocas palabras la actividad de Jesús.

            Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»


            Un buen ejemplo para vivir nuestro bautismo.


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