jueves, 12 de septiembre de 2013

La alegría de la conversión. Domingo 24 Ciclo C.

El evangelio de este domingo es probablemente el más largo del año litúrgico (si exceptuamos los relatos de la Pasión que se leen durante la Semana Santa), aunque se puede abreviar mucho suprimiendo la tercera parábola. También es de los más fáciles de entender. Pero unos breves comentarios ayudarán a sacar más provecho de la lectura.

¿Con quién te identificas?

            En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos.

            Para entender lo que sigue es preciso tomar postura, identificarse con alguno de los cuatro grupos que menciona la introducción. A continuación los describo muy brevemente. Pero, dado el interés de estos grupos para conocer mejor los evangelios, adjunto un documento en el que los presento de forma amplia (aconsejo su lectura a todos los que tengan tiempo).
            Publicanos. Aunque era judíos, formaban parte de una institución del imperio romano con vistas a recaudar los impuestos. Se convertían fácilmente en explotadores de los más pobres y por eso la gente los odiaba. Había simples recaudadores, como Leví, y jefes de recaudadores, como Zaqueo. Hoy día la explotación está organizada de forma distinta, pero se sigue dando.
Pecadores. Algunos traducen “descreídos”, que sería la gente que no iba a la sinagoga el sábado, no ayunaba, no rezaba tres veces al día, no pagaba el tributo al templo ni los diezmos, no observaba las leyes de pureza, etc. Fenómeno que continúa entre nosotros y que responde a la auto-calificación, muy frecuente en las encuestas, de “católico no practicante”. En el Complemento que adjunto indico otros aspectos de los que eran considerados pecadores por su profesión.
            Fariseos. Representan básicamente a los seglares piadosos. Su mayor interés es cumplir la voluntad de Dios. Sus dos peligros: 1) interpretar las leyes literalmente, sin ir a su espíritu, para que no resulten muy gravosas; 2) despreciar, criticar, e incluso odiar y perseguir al que no vive de acuerdo con la ley de Dios (ejemplo: san Pablo antes de convertirse).
            Escribas. Algunos traducen “juristas” o “letrados”, cosa totalmente equivocada, porque no se trata de una profesión civil sino religiosa. Lo más parecido hoy día serían los doctores en moral y derecho canónico, suponiendo que sus decisiones tuviesen plena vigencia en la sociedad civil. Estaban muy ligados a los fariseos y eran como sus jefes religiosos.

El escándalo

            Es fácil imaginar el odio mutuo entre los dos primeros grupos (los considerados malos) y los dos últimos (los que se consideran buenos). El Salmo 1, que representa el ideal del israelita piadoso, comienza con estas palabras:

                        Dichoso el hombre que no camina aconsejado por malvados
                        y en el camino de pecadores no se detiene
                        y en la sesión de los cínicos no toma asiento.

            Jesús, en cambio, camina junto a los pecadores, se detiene a hablar con ellos y se sienta con ellos a la mesa. Un verdadero escándalo, porque se presenta como un buen israelita y mensajero de Dios.

La respuesta de Jesús

            Jesús les dijo esta parábola:

            Aunque la introducción habla de una sola parábola, Lucas nos ofrece tres, todas ellas muy conocidas: la oveja perdida, la moneda perdida y los dos hermanos. Las tres insisten en la alegría de Dios por la conversión de un solo pecador.
            En cuanto a la parábola de los dos hermanos (conocida con el título equivocado de “el hijo pródigo”), es la que más encaja con el problema inicial. El hermano menor representa a publicanos y pecadores, el mayor a escribas y fariseos. Quien lee la parábola sin prejuicios, se escandaliza de la conducta del padre, un abuelete que malcría a su hijo menor, mientras se muestra duro y exigente con el mayor. Este escándalo es el mismo que experimentaban los fariseos y escribas con Jesús. Y es el que él quiere que superen pensando en el amor y la alegría que siente Dios como padre que recupera un hijo perdido. El que no vea a Dios como padre, sino como legislador, obsesionado porque se cumplan sus leyes, nunca podrá comprender esta parábola ni la vida y el mensaje de Jesús.

Evangelio según san Lucas 15, 1-32

            ‒ Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al Regar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

            Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.

            También les dijo:
            ‒ Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.” El padre les repartió los bienes.
            No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. 
            Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”
            Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. " Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestido; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." 
            Y empezaron el banquete.
            Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."

Autoevaluación sobre la parábola de los dos hermanos


            A menudo, la vida nos hace jugar papeles muy distintos: a veces nos portamos con Dios como el hijo pequeño que se marcha de la casa y sólo vuelve cuando le interesa; otras, en circunstancias familiares difíciles, actuamos como el padre, perdonando y aceptando lo inaceptable; otras, como el hermano mayor, condenamos al que no se comportan adecuadamente y evitamos el contacto con él. Te sugiero repasar tu propia historia desde estos tres puntos de vista y ver cuál predomina.


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