[Pido perdón por
el despiste del domingo pasado, 14 de septiembre, que no tuve en cuenta la
fiesta de la Exaltación de la Cruz.]
Como
en otros casos, la liturgia permite elegir entre una versión breve y otra
larga.
‒Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de
derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Qué es eso que estoy oyendo
de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir
administrando. El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer, ahora que el amo me
quita el puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza. Ya
sé lo que voy a hacer para que, cuando me licencien, alguno me reciba en su
casa. Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
¿Cuánto debes a mi amo? Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el
recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta. Al segundo le dijo: Y tú,
¿cuánto debes? Contestó: Cien fanegas de trigo. Le dice: Toma tu recibo y
escribe ochenta.
El amo alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había
actuado. Pues los ciudadanos de este mundo son más astutos con sus colegas que
los ciudadanos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con la riqueza injusta, de modo que,
cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
Las dificultades para entender esta parábola parten de los presupuestos en los que se basa Jesús, contrarios a nuestra forma de ver:
1. Nosotros
no somos propietarios sino administradores. Todo lo que poseemos,
por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad personal sino
algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente.
2. Esos
bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de
“ser recibido en las moradas eternas”.
3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital recibido sino dilapidarlo
en beneficio de los necesitados.
La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando das dinero al que
lo necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que es tuyo. En
realidad, le estás robando a Dios su dinero para
ganarte un amigo que interceda por ti en el momento decisivo.
La idolatría del dinero (Lucas 16,10-13) [Versión larga]
El que es fiel en
lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en
lo mucho es injusto. Pues si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién
os confiará la verdadera? Si en no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿quién os dará lo
vuestro?
Ningún siervo puede servir a dos
amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al
primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
El segundo párrafo
es más famoso y merece un comentario. Jesús no parte de la experiencia del
pluriempleo, donde a una persona le puede ir bien en dos empresas distintas,
sino de la experiencia del que sirve a dos amos con pretensiones y actitudes
radicalmente opuestas. Es imposible encontrarse a gusto con los dos. Y eso es
lo que ocurre entre Dios y el dinero.
Estas palabras de
Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría y defensa del
primer mandamiento ("no tendrás otros dioses frente a mí"). Para
Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace
caer en la idolatría. Naturalmente, ninguno de nosotros acude a un banco o una
caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros.
Pero, en el fondo, podemos estar cayendo en la idolatría del dinero. Según el
Antiguo y el Nuevo Testamentos, al dinero se le da culto de tres formas:
1) mediante la injusticia directa (robo, fraude,
asesinato, para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por
encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la
primera lectura, tomada del profeta Amós.
2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no
hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus
necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos
el próximo domingo.
3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hacen perder la fe en la Providencia.
Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7
Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis
a los miserables, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer
el grano?» Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con
trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias,
vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob
que no olvidará jamás vuestras acciones.
Amós, profeta judío del siglo VIII
a.C. criticó duramente las injusticias sociales de su época. Aquí condena a los
comerciantes que explotan a la gente más humilde. Les acusa de tres cosas:
1) Aborrecen las fiestas religiosas
(el sábado, equivalente a nuestro domingo, y la luna nueva, cada 28 días)
porque les impiden abrir sus tiendas y comerciar. Es un ejemplo claro de que
“no se puede servir a Dios y al dinero”.
2) Recurren a trampas para
enriquecerse: disminuyen la medida (el kilo de 800 gr), aumentan el precio (lo
ocurrido tras la guerra de Ucrania es un ejemplo que pasará a la historia) y
falsean la balanza.
3) El comercio humano, reflejado en la compra de esclavos, que se pueden conseguir a un precio ridículo, “por un par de sandalias”. Hoy se dan casos de auténtica esclavitud (como los chinos traídos para trabajar a escondidas en fábricas de sus compatriotas) y casos de esclavitud encubierta (invernaderos; salarios de miseria aprovechando la coyuntura económica, etc.).
Reflexión final
Puede
resultar irónico, incluso indignante, hablar del buen uso del dinero y de
los demás bienes materiales cuando la preocupación de la mayoría de la gente es
ver cómo afronta las necesidades de cada día. Sin embargo, Jesús nunca ofreció
un camino cómodo a sus seguidores. Tanto la parábola como la enseñanza
siguiente y el texto de Amós nos obligan a reflexionar y enfocar nuestra vida
al servicio de los más necesitados.
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