jueves, 30 de abril de 2020

Señor y Mesías, modelo, puerta del aprisco. Domingo 4º de Pascua



Seguimos encerrados en las casas, no por miedo a los judíos, como los discípulos, sino por miedo al coronavirus. Pero las lecturas de este domingo nos ayudarán a sobrellevar el encierro con esperanza.

            Los cuatro títulos iniciales resumen lo que afirman de Jesús: que es Señor y Mesías lo dice Pedro en el libro de los Hechos (1ª lectura); como modelo a la hora de soportar el sufrimiento lo propone la 1ª carta de Pedro (2ª lectura); puerta del aprisco es la imagen que se aplica a sí mismo Jesús en el evangelio de Juan. En resumen, las lecturas nos proponen una catequesis sobre Jesús, lo que significó para los primeros cristianos y lo que debe seguir significando para nosotros.

No quedarnos en el próximo domingo, mirar hasta el 7º

            Cabe el peligro de vivir la liturgia de las próximas semanas sin advertir el mensaje global que intentan transmitirnos las lecturas dominicales: pretenden prepararnos a las dos grandes fiestas de la Ascensión y Pentecostés, y lo hacen tratando tres temas a partir de tres escritos del Nuevo Testamento.
1. La iglesia (1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles). Se describe el aumento de la comunidad (4º domingo), la institución de los diáconos (5º), el don del Espíritu en Samaria (6º), y cómo la comunidad se prepara para Pentecostés (7º). Adviértase la enorme importancia del Espíritu en estas lecturas.
2. Vivir cristianamente en un mundo hostil (2ª lectura, de la Primera carta de Pedro). Los primeros cristianos sufrieron persecuciones de todo tipo, como las que padecen algunas comunidades actuales. La primera carta de Pedro nos recuerda el ejemplo de Jesús, que debemos imitar (4º domingo); la propia dignidad, a pesar de lo que digan de nosotros (5º); la actitud que debemos adoptar ante las calumnias (6º), y los ultrajes (7º).
            3. Jesús (evangelio: Juan). Los pasajes elegidos constituyen una gran catequesis sobre la persona de Jesús: es la puerta por la que todos debemos entrar (4º); camino, verdad y vida (5º); el que vive junto al Padre y con nosotros (6º); el que ora e intercede por nosotros (7º).

Jesús, Señor y Mesías (Hechos 2,14a.36-41)

            Esta lectura tiene interés especial desde un punto de vista histórico y catequético. Según Lucas, el grupo de seguidores de Jesús (120 personas) experimentó un notable aumento el día de Pentecostés. Después de cincuenta días de miedo, silencio y oración, el Espíritu Santo impulsa a Pedro a dirigirse a la gente presentando a ese Jesús al que habían crucificado, constituido Señor y Mesías por Dios. El pueblo, conmovido, pregunta qué debe hacer, y Pedro los anima a convertirse y bautizarse en nombre de Jesucristo.  
            Pero Lucas añade otro argumento muy distinto, que fue usado por los primeros misioneros cristianos: el miedo al castigo inminente de Dios. De acuerdo con la mentalidad apocalíptica, este mundo malo presente desaparecerá pronto para dar paso al mundo bueno futuro. Eso ocurrirá cuando se manifieste la gran cólera de Dios en un juicio que provocará salvación o condenación. Por eso Pedro anima: «Escapad de esta generación perversa». ¿Cómo ponerse a salvo? Los autores apocalípticos hacen que todo dependa de la conducta observada con Dios y con los hombres. Para los misioneros cristianos, la salvación dependerá de creer en Jesús. Pedro ya ha hablado del bautismo en nombre de Jesús.
            Tenemos, pues, dos argumentos aparentemente muy distintos: el primero se basa exclusivamente en lo que Dios ha hecho por Jesús. El segundo parece menos cristiano, con su recurso al miedo. Pero no olvidemos que, en este contexto, Pablo escribe a los de Tesalónica: «Jesús nos libra de la condenación futura». Con miedo o sin él, Jesús es siempre el centro de la catequesis cristiana.

            El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra:
            -«Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.»
            Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
            -«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»
            Pedro les contestó:
            -«Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.»
            Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo:
            -«Escapad de esta generación perversa.»
            Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Jesús modelo (1 Pedro 2,20b-25)


Queridos hermanos: Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Al final de esta lectura encontramos la imagen de Jesús como buen pastor («Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas»). Pero este no es el tema principal del evangelio, que introduce un cambio sorprendente.

Jesús, puerta del aprisco (Juan 10,1-10)

            El autor del cuarto evangelio disfruta tendiendo trampas al lector. Al principio, todo parece muy sencillo. Un redil, con su cerca y su guarda. Se aproxima uno que no entra por la puerta ni habla con el guarda, sino que salta la valla: es un ladrón. En cambio, el pastor llega al rebaño, habla con el guarda, le abre la puerta, llama a las ovejas, ellas lo siguen y las saca a pastar. Lo entienden hasta los niños.
Sin embargo, inmediatamente después añade el evangelista: “ellos no entendieron de qué les hablaba”. Muchos lectores actuales pensarán: “Son tontos. Está clarísimo, habla de Jesús como buen pastor”. Y se equivocan. Eso es verdad a partir del versículo 11, donde Jesús dice expresamente: “Yo soy el buen pastor”. Pero en el texto que se lee hoy, el inmediatamente anterior (Juan 10,1-10), Jesús se aplica una imagen muy distinta: no se presenta como el buen pastor sino como la puerta por la que deben entrar todos los pastores (“yo soy la puerta del redil”).
Con ese radicalismo típico del cuarto evangelio, se afirma que todos los personajes anteriores a Jesús, al no entrar por él, que es la puerta, no eran en realidad pastores, sino ladrones y bandidos, que sólo pretenden “robar y matar y hacer estrago”.
Resuenan en estas duras palabras un eco de lo que denunciaba el profeta Ezequiel en los pastores (los reyes) de Israel: en vez de apacentar a las ovejas (al pueblo) se apacienta a sí mismos, se comen su enjundia, se visten con su lana, no curan las enfermas, no vendan las heridas, no recogen las descarriadas ni buscan las perdidas; por culpa de esos malos pastores que no cumplían con su deber, Israel terminó en el destierro (Ez 34).
La consecuencia lógica sería presentar a Jesús como buen pastor que da la vida por sus ovejas. Pero eso vendrá más adelante, no se lee hoy. En lo que sigue, Jesús se presenta como la puerta por la que el rebaño puede salir para tener buenos pastos y vida abundante.
En este momento cabría esperar una referencia a la obligación de los pastores, los responsables de la comunidad cristiana, a entrar y salir por la puerta del rebaño: Jesús. Todo contacto que no se establezca a través de él es propio de bandidos y está condenado al fracaso (“las ovejas no les hicieron caso”). Aunque el texto no formula de manera expresa esta obligación, se deduce de él fácilmente.
En realidad, esta parte del discurso termina dirigiéndose no a los pastores sino al rebaño, recordándole que “quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”.
Ya que es frecuente echar la culpa a los pastores de los males de la iglesia, al rebaño le conviene recordar que siempre dispone de una puerta por la que salvarse y tener vida abundante.

En aquel tiempo, dijo Jesús:
-«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» 
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: 
-«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»


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