jueves, 1 de febrero de 2018

La conducta atípica de Jesús. Domingo 5. Ciclo B



El evangelio del domingo pasado contaba el asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes.

Jesús cura en sábado

La doctrina de Jesús causó admiración porque enseñaba con autoridad, no como lo escribas. Y esa misma autoridad la demuestra curando en sábado a la suegra de Pedro. Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de que la curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se conocen los otros evangelios, y se sabe que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en sábado, el detalle adquiere mayor importancia.
            Un relato de milagro consta generalmente de los siguientes elementos: a) se presenta al enfermo, subrayando a veces la gravedad de la enfermedad; b) el interesado u otra persona pide su curación; d) Jesús lo cura, a veces con solo su palabra, a veces con algún tipo de acción; e) el enfermo demuestra que ha sido curado; p. ej., el paralítico carga con su camilla, el cojo da saltos. En nuestro caso, el relato es extraordinariamente breve y todo se cuenta con rapidez:

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

La fiebre de la enferma no es de escasa importancia, le obliga a guardar cama. Y el hecho de que se lo cuenten a Jesús significa que le preocupa a la familia. Él no dice una palabra, se limita a tomarla de la mano y levantarla. Para demostrar que se ha curado plenamente, se pone a servirlos.
Una feminista radical estadounidense dedujo de este detalle final que ni siquiera el evangelio libera a la mujer de su situación de esclavitud a los varones. Pero es una visión demasiado norteamericana y actual del relato. Lo que quiere decir Marcos no es que la mujer cristiana deba estar al servicio del varón, sino que la suegra se curó plenamente.

Un día en la vida de Jesús: ayuda y oración

Nosotros, no sé desde cuándo ni por qué, comenzamos el nuevo día a las 0 horas, cuando cualquier persona sensata está en la cama (menos muchos españoles). En la Biblia, el día termina al ponerse el sol (a eso de las 17:30 o algo más tarde según la época del año). Este detalle es importante para comprender lo que cuenta Marcos.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

            Al ponerse el sol termina el sábado, día de descanso, y comienza el día siguiente. La gente puede caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados. En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que Jesús “expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.” Esta idea, que ya apareció el domingo pasado en el relato del endemoniado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm Wrede en 1901 como “el secreto mesiánico en Marcos”. Jesús no quiere que la gente sepa desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a poco, escuchándolo y viéndolo actuar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: 
̶ Todo el mundo te busca.
Él les respondió: 
̶ Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido. 
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el Mediterráneo, la noche no cae de repente. Tampoco se dice dónde cenan Jesús y sus discípulos, ni dónde se quedan a dormir. Los evangelios no son biografías ni se detienen en detalles que consideran secundarios.
            En cambio, Marcos indica que Jesús se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Vienen a la mente las palabras del Salmo 63: “¡Oh Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo!” Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración, el contacto diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar adelante su misión.
            Esta misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no sólo predica, también expulsa demonios.

Job, los otros enfermos, Jesús y nosotros

El texto de Job ha sido elegido como primera lectura pensando, probablemente, en los enfermos a los que cura Jesús. Existe una gran diferencia entre ellos. Job es el hombre destrozado por el sufrimiento, sin horizonte, que considera la vida un absurdo, convencido de que sus días se consumen sin esperanza y de que sus ojos no verán más la dicha. En cambio, los enfermos del evangelio y las personas que los rodean alientan la esperanza de encontrar la curación en Jesús, y la consiguen. De aquí no se pueden sacar conclusiones exageradas, como si cualquier enfermo actual que confía en Jesús se vaya a ver curado de su enfermedad. Pero, quien confía en él y se le acerca no terminará desilusionado y amargado como Job.

Lectura del libro de Job 7,1-4.6-7

Habló Job, diciendo:
«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio,
sus días son los de un jornalero;
como el esclavo, suspira por la sombra,
como el jornalero, aguarda el salario.
Mi herencia son meses baldíos,
me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?
Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera,
y se consumen sin esperanza. 
Recuerda que mi vida es un soplo,
y que mis ojos no verán más la dicha.»




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