Un enfoque distinto de la oración
Los
cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy
acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién
convertidos. Igual que muchos cristianos actuales, sólo se acordaban de santa
Bárbara cuando truena. Lucas se esforzó por inculcarles la importancia de la
oración: les presentó a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón,
pronunciando las más diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre
todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes
de su vida.
El
comienzo del evangelio de este domingo (Lucas 18, 1-8) parece formar parte de
la misma tendencia: “En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo
tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. Sin
embargo, el final nos depara una gran sorpresa.
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos
cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
‒ Había un juez en
una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
‒ Hazme justicia
frente a mi adversario.
Por algún tiempo se
negó, pero después se dijo:
‒ Aunque ni temo a
Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré
justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.
Y el Señor añadió:
‒ Fijaos en lo que
dice el juez injusto; pues Dios…
Interrumpe
la lectura y pregúntate cuál sería el final lógico. Probablemente éste: Pues
Dios, ¿no escuchará a los quienes le
suplican continuamente, sin desanimarse?
Sin
embargo, no es así como termina la parábola de Jesús, sino con estas palabras:
Pues Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos que le gritan
día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.
El
acento se ha desplazado al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que
pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea
buena, ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una
crisis muy grave.
Los elegidos que gritan día y noche
Recordemos
que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. Algunas fechas
ayudan a comprender mejor el texto.
Año
62: Asesinato de Santiago, hermano del Señor.
Año
64: Nerón incendia Roma. Culpa a los cristianos y más tarde tiene una
persecución en la que mueren, entre otros muchos, según la tradición, Pedro y
Pablo.
Año
66: los judíos se rebelan contra Roma. La comunidad cristiana de Jerusalén, en
desacuerdo con la rebelión y la guerra, huye a Pella.
Año
70: los romanos conquistan Jerusalén y destruyen el templo.
Año 81: sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y
promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un
tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su religión”.
En
este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad
grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia
frente a las injusticias de sus perseguidores.
Sin
embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la
tierra?
La venida del Hijo del Hombre
¿A
qué viene esta referencia al momento final de la historia, que parece fuera de
sitio? Para comprenderla conviene leer el largo discurso de Jesús que sitúa
Lucas inmediatamente antes de la parábola de la viuda y el juez (Lc 17,20-37).
Algunos pasajes de ese discurso parecen escritos teniendo en cuenta lo ocurrido
el año 79, cuando el Vesubio entró en erupción arrasando las ciudades de
Pompeya y Herculano. Muchos cristianos debieron ver este hecho como un signo
precursor del fin del mundo y de la vuelta de Jesús. Ese mismo tema lo recoge
Lucas al final de la parábola para relacionar la oración en medio de las
persecuciones con la segunda venida de Jesús.
La fe de una oración perseverante
El
tema de la vuelta del Señor es esencial para entender el evangelio de Lucas,
aunque subraya que nadie sabe el día ni la hora, y que es absurdo perderse en
cálculos inútiles. Lo importante es que el cristiano no pierda de vista el
futuro, la meta final de la historia, que culminará con la vuelta de Jesús y el
final de las persecuciones injustas.
Pero
esa no era entonces la actitud habitual de los cristianos, ni tampoco ahora. Lo
habitual es vivir el presente, sin pensar en el futuro, y mucho menos en el
futuro definitivo, que nos resulta, hoy día, mucho más lejano que a los hombres
del siglo I.
Eso
es lo que quiere evitar el evangelio cuando termina desafiándonos: Pero, cuando
venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Que nuestra fe
no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a
Dios día y noche.
*
* *
La primera lectura, tomada del
libro del Éxodo (17, 8-13), propone las mismas ideas aunque de forma que a
muchos puede resultar políticamente incorrecta. Los amalecitas, un pueblo
nómada, atacaban a menudo a los israelitas durante su peregrinación por el
desierto hacia la Tierra Prometida. Una persecución parecida a la que sufrieron
los cristianos por parte de Roma. Pero Moisés no espera que Dios intervenga
para salvarlos; ordena a Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que
mientras Moisés mantiene las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas
vencen; cuando las baja, son derrotados. Pero a los judíos nunca le faltan
ideas prácticas para solucionar el problema. Lee el texto.
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:
‒ Escoge unos
cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la
cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.
Hizo Josué lo que le
decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima
del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la
tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros
cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras
Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las
manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de
espada.
Este
texto se ha elegido porque va en la línea de orar siempre sin desanimarse
que intenta inculcar el evangelio. Pero la idea de usar la oración para matar
amalecitas no parece la más evangélica.
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