miércoles, 1 de junio de 2016

Tres formas muy distintas de resucitar a un muerto. Domingo 10º del Tiempo Ordinario. Ciclo C

El relato del evangelio que leemos este domingo, la resurrección del hijo de la viuda de Naín, recuerda otros milagros parecidos: la resurrección de la hija de Jairo y la de Lázaro. Con esta última, el evangelista Juan nos enseña que Jesús es la resurrección y la vida, y aunque Lázaro, o cualquiera de nosotros, muera, vivirá gracias a Él.
            Lucas, en este relato que solo se encuentra en su evangelio, no enfoca el tema del mismo modo. Lo que pretende demostrar es el enorme poder y bondad de Jesús, comparándolo con los dos mayores realizadores de milagros del Antiguo Testamento: Elías y Eliseo. De este modo deja claro que está perfectamente justificado creer en Jesús y aceptarlo como salvador.

Primera forma: con oración y esfuerzo: Elías (1 Reyes, 17,17-24).

         
El profeta Elías predijo un período largo de sequía, y él mismo tuvo que pagar las consecuencias, debiendo desplazarse a la costa de Fenicia, a Sidón. Allí lo acogió una viuda que tenía un solo hijo. Al cabo de un tiempo, ocurrió lo siguiente.

                    17Más tarde cayó enfermo el hijo de la dueña de la casa; la enfermedad fue tan grave, que murió. 18Entonces la mujer dijo a Elías:
            - ¡No quiero nada contigo, profeta! ¿Has venido a mi casa a recordar mis culpas y matarme a mi hijo?
            19Elías respondió:
            -Dame a tu hijo.
            Y tomándolo de su regazo, se lo llevó a la habitación de arriba, donde él dormía, y lo acostó en la cama. 20Después clamó al Señor:
            -Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda en su casa la vas a castigar haciéndole morir al hijo?
            21Luego se echó tres veces sobre el niño, clamando al Señor:
            - ¡Señor, Dios mío, que resucite este niño!
            22El Señor escuchó la súplica de Elías, volvió la vida al niño y resucitó. 23Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación y se lo entregó a la madre, diciéndole:
            -Aquí tienes a tu hijo vivo.
            24La mujer dijo a Elías:
            - ¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la palabra del Señor que tú pronuncias se cumple!

            El relato pretende subrayar el poder de Elías, capaz de conseguir que Dios resucite a un niño. La historia tuvo tanto éxito que poco después se contó algo muy parecido del discípulo de Elías, Eliseo. Este segundo milagro no tuvo lugar en el extranjero, en Fenicia, sino en territorio de Israel, en Sunén, a dos kilómetros de Naín. Habría sido mucho mejor elegir este texto para compararlo con el evangelio, pero no vale la pena quejarse de los liturgistas.

Segunda forma: sin oración, pero con compasión: Jesús (Lucas 7,11-17).
   

  
                11A continuación se dirigió a una ciudad llamada Naín, acompañado de los discípulos y de una gran multitud. 12Justo cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a un muerto, hijo único de una viuda; la acompañaba un grupo considerable de vecinos. 13Al verla, sintió compasión y le dijo:
            ―No llores.
                    14Se acercó, tocó el féretro, y los portadores se detuvieron. Entonces dijo:
            ―Muchacho, contigo hablo, levántate.
                    15El muerto se incorporó y empezó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. 16Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios diciendo:
            ―Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo. 17La noticia de lo que había hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea.

Comparando el relato de Lucas con la primera lectura se advierten importantes diferencias.

            Actitud de la madre
           
En el caso de Elías, se queja y protesta.
            En el caso de Jesús, no dice nada, cosa lógica porque no lo conoce ni ha convivido con él.

            Acciones del protagonista
           
Elías toma al niño, lo sube a la habitación de arriba, lo acuesta en la cama, clama al Señor, se echa tres veces sobre el niño, entrega al niño a su madre.
            Jesús siente compasión, detiene el féretro, ordena al muchacho que se levante.
            Lo más llamativo es que Jesús no ora, no tiene que pedir a Dios que resucite al niño, tiene el poder de resucitarlo. En cuanto al tema de la compasión, es muy importante cuando se compara con la actitud de Eliseo (el episodio que no leemos).

            Lugar del milagro

            Elías lo realiza en la habitación de arriba, y lo mismo ocurre en el caso de Eliseo. Se trata de algo secreto, de lo que solo son testigos Dios y el profeta.
            Lucas presenta el milagro de Jesús como algo público, presenciado por numerosas personas. Jesús llega a Naín acompañado de los discípulos y de una gran multitud. En dirección contraria otro grupo numeroso: a la madre la acompañaba un grupo considerable de vecinos.
            El poder de Jesús contará con numerosos testigos.

            Reacción de la gente

            La viuda de Eliseo termina confesando: ¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la palabra del Señor que tú pronuncias se cumple!
            De modo parecido, la multitud que presencia el milagro de Jesús exclama: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo.

Tercera forma: revelando a su Hijo: Dios Padre (Gálatas 1,11-19)

            La segunda lectura carece de relación con la primera y el evangelio. No habla de un muerto, sino de una persona repleta de energía, Pablo, que la gasta en perseguir violentamente a la iglesia. En este sentido podemos decir que también él está muerto. Y quien lo resucita es Dios Padre, revelándole a su Hijo, Jesús. Estamos acostumbrados a relacionar esta “resurrección” con la famosa caída del caballo que cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Pablo, en la carta a los Gálatas, no da detalles de ese tipo. Se limita a lo esencial: su experiencia de haber descubierto quién es realmente Jesús.

                    11Os hago saber, hermanos, que el evangelio que os anuncié no es de origen humano; 12pues yo no lo recibí ni aprendí de un hombre, sino que me lo reveló Jesucristo. 13Habéis oído hablar de mi conducta precedente en el judaísmo: Violentamente perseguía a la iglesia de Dios intentando destruirla; 14en el judaísmo superaba a todos mis paisanos de mi generación, en mi celo ferviente por las tradiciones de mis antepasados. 15Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor, tuvo a bien 16revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos, inmediatamente, en vez de consultar a hombre alguno 17o de subir a Jerusalén a visitar a los apóstoles más antiguos que yo, me alejé a Arabia y después volví a Damasco. 18Pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y me quedé quince días con él. 19De los otros apóstoles no vi más que a Santiago, el pariente del Señor.

Conclusión


            Las tres lecturas nos ayudan y animan a conocer más profundamente a Jesús. Alguien muy superior a un gran profeta, como Elías. Alguien muy distinto de un hereje, como pensaba Pablo antes de convertirse. Pero este conocimiento no se adquiere con la simple lectura y comparación de textos. Es una gracia que Dios concede, como a Pablo. Una gracia que debemos pedir, como insiste Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales: “conocimiento interno del Señor, para que más le ame y le siga”.


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