jueves, 10 de septiembre de 2015

Del Mesías glorioso al Hijo del Hombre sufriente. Domingo 24. Ciclo B.


El evangelio de Marcos se divide en dos grandes partes, divididas por el pasaje que hoy leemos. Hasta este momento se ha ido planteando el enigma de quién es Jesús, y ahora es él quien plantea la pregunta a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo?

Lo que piensa la gente

Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más "teológica" y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Mal 3,23: "Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra". En cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas, en lo que pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto.

Lo que piensa Pedro

Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta, porque habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras “Tú eres el Mesías”.
¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Pero la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más maravillosas.
Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud y su dominio se extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».
Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura.

Lo que piensa Jesús de sí mismo

En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: “Hijo del Hombre”, que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama “Hijo de Adán”) y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, sufrir la muerte y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53).

Conflicto entre Pedro y Jesús

Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento, se lleva a Jesús aparte y le increpa, sin que Mc concrete las palabras que dijo.
Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de violencia.

Enseñanza para todos

De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que Jesús (“el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvara”) parten de una idea conocida en el AT: la elección entre la vida y la muerte. Pero con una notable diferencia: elegir la vida equivale aquí a seguir a Jesús, eligiendo con ello negarse a sí mismo, cargar la cruz y morir. Cuando el discípulo acepta el destino del Siervo de Dios, el destino de Jesús, termina consiguiendo el triunfo, la vida verdadera.



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