martes, 13 de agosto de 2013

Fuego, vida y división. Domingo 20 ciclo C

  [El evangelio de este domingo es tan complicado que he recurrido a la ayuda de Sinforosa y María Magdalena para intentar ambientarlo.]

          ¡Está loco, Encarna! ¡Loco de remate! ¿Te has enterado de la última? ¡Que quiere prenderle fuego al mundo! Como si no tuviéramos bastante con todos los incendios del verano. ¿Cómo se le puede ocurrir esa tontería? Hasta los ecologistas se han puesto en contra de él, y eso que los ecologistas son raros. Pero por ahí no pasan, por ir provocando incendios. Está tan loco que quiere bautizarse otra vez, como si esas cosas pudieran repetirse. Lo que hace la ignorancia. Se creerá que el bautismo es como la comunión, que puede hacerla todos los días. Y otra cosa ha dicho: que ha venido a crear división. Eso ya lo sabíamos, porque desde que empezó a hablar en público no hace más que dividir a la gente; aunque, gracias a Dios, los que no le hacemos caso somos mayoría. Pero lo más grande es que ahora pretende dividir a la familia. Con la cantidad de enemigos que tiene hoy día la familia, y sale diciendo que quiere enemistar a los padres con los hijos, a los hijos con los padres, a las suegras con las nueras… No, de los suegros y los yernos no ha dicho nada, que yo sepa. Esto cada vez está peor, Encarna.

* * *

            ‒ Maestro, ¿por qué te has puesto tan serio esta tarde? Daba miedo oírte.
            ‒ Tenía que dejar las cosas claras, María. Los escuché hablar durante la comida y me quedé asombrado. Piensan que lo único que me interesa es gobernar un país pequeño, triunfar fácilmente, instaurar un mundo maravilloso. Y están convencidos de que por todas partes nos van a recibir y acoger bien. Es una visión tan mezquina, tan facilona, que no pude contenerme. A mí no me interesan tres provincias ni un país, me interesa el mundo entero. Hay que contagiarlo, como un fuego que devora de manera imparable.
            ‒ Te advierto que ninguno ha entendido eso.
            ‒ ¿Qué han entendido?
            ‒ Que pensabas pegarle fuego a algo que no te gustaba, pero no se ponían de acuerdo si era una iglesia, un supermercado o un banco. La mayoría cree que no hay que tomárselo al pie de la letra, que a ti no te pega ir provocando incendios.
            ‒ Y si no entienden, ¿por qué no preguntan?
            ‒ Porque a veces respondes de forma muy rara. Una vez te preguntaron cuándo iba a ocurrir no sé qué cosa y respondiste: “Donde está el cadáver se reúnen los buitres”.
            María ríe de buena gana y contagia a Jesús.
            ‒ Yo aquello lo entendí ‒ comenta ella sin presumir‒. Lo que querías decir era, más o menos, “no preguntéis estupideces”. Sin embargo, lo que dijiste esta tarde de que tenías que bautizarte... eso me dejó desconcertada. Pedro asegura que tú estás bautizado, que no sabe por qué quieres bautizarse otra vez.
            ‒ El bautismo del que hablo es una vida nueva, María.  
            ‒ ¿Y por qué lo llamas bautismo? Estamos en lo de siempre, maestro. Tú dices una cosa y la gente entiende otra. Lo único claro es lo que dijiste al final: que has venido a dividir a la familia. Yo pensé en mi hermano y mi cuñada; desde que me vine contigo no me hablan. Y a otros del grupo les ha ocurrido algo parecido.
            ‒ A mí también, María. Ya sabes que mi familia no está de acuerdo conmigo.
            ‒ Tu madre, sí.
            ‒ La única. Esperemos que las cosas mejoren en el futuro.
            ‒ Entonces, ¿tu ideal no es crear división?
            ‒ Naturalmente que no. Una cosa es que provoque división y otra que me guste crearla. Podría no hacer nada, no abrir la boca, y no crearía división de ningún tipo. Pero tampoco cumpliría la misión que me han encomendado.
            María guarda silencio un buen rato, hasta que se decide.
            ‒ Maestro, ¿no podrías hablar más claro algunas veces?
           
* * *

            Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús nos sorprende hablando de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

Lectura del evangelio según Lucas 12, 49-53

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
           
He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
            Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
            ¿Pensáis que
he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
            En adelante, una familia de cinco estará dividida:
            tres contra dos y dos contra tres;
            estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,
            la madre contra la hija y la hija contra la madre,
            la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

            Podemos distinguir tres frases principales: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos.


La misión de prender fuego

            He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
            Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, cosa típica en el Mediterráneo. Un campesino lo vería como algo útil para preparar la siembra del año siguiente [hoy día, en cambio, está prohibido]. ¿Qué quiere decir Jesús con eso? ¿Qué quiere preparar el mundo a la venida del Reinado de Dios? Otros relacionan el fuego con el Espíritu Santo, que en el libro de los Hechos se manifiesta en forma de lenguas de fuego. Y no faltan quienes interpretan el fuego en sentido de castigo purificador, como el que utiliza el orfebre para separar el metal de la ganga.
            Teniendo en cuenta el conjunto del evangelio, lo lógico es que Jesús conciba su misión como algo positivo, y que su horizonte no sea el estrecho límite de Galilea y Judea, sino que piense en el mundo entero. La imagen de san Francisco Javier, con el pecho ardiendo por el deseo de predicar el evangelio, ayuda a entender lo que podría sentir Jesús.

El destino de la muerte

            Tengo que pasar por un bautismo.
            También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva.
            El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago:¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La misión de dividir

            ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
            La imagen del Jesús hippie difundida en los años setenta del siglo pasado, repartiendo besos y flores, no tiene nada que ver con el Jesús real. Su mensaje era tan duro, atacaba tan fuertemente las instituciones religiosas, sociales y políticas, que terminaron por matarlo. Y esto debía repercutir inevitablemente en sus seguidores. El anciano Simeón se lo anuncia a María cuando ella fue a presentar a Jesús en el templo: “este niño será una bandera discutida”, un personaje discutido; unos se pondrán a su favor, otros en contra.
            En el Antiguo Oriente, cuando se quería describir la crisis más profunda de la sociedad se aludía a la crisis de la familia. En el libro del profeta Miqueas leemos: “el hijo deshonra al padre, se levantan la hija contra la madre, la nuera contra la suegra y los enemigos de uno son los de su casa”. Si esta es la situación en la propia casa, ¡cómo será en la ajena y en el resto de la sociedad! Palabras parecidas encontramos en el antiguo Egipto varios siglos antes. Jesús recurre a estas imágenes tradicionales para indicar las consecuencias que tendrá su actividad.
            Estas palabras no hay que interpretarlas como si él quisiera dividir y enfrentar a la gente. Indican, más bien, lo que puede ocurrir cuando se decide seguirlo. Algo que en nuestros países de tradición cristiana no adquiere los rasgos trágicos de los primeros siglos, pero que se sigue dando en otros países actualmente y, entre nosotros, con rasgos menos hirientes, pero reales. 

* * *

            Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, y sigue siendo actual: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.
            Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.
            Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.

Lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4

Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.



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