La parábola del domingo pasado (las
diez muchachas) animaba a ser inteligentes y previsores. La de hoy anima a la
acción, a sacar partido de los dones recibidos de Dios. Jesús ha usado poco
antes, en otra parábola, la imagen del señor y sus empleados. Ahora vuelve a
hacerlo, pero usando el contexto de la cultura urbana y pre-capitalista. La
riqueza del señor no consiste en tierras, cultivos y rebaños de vacas y ovejas.
Consiste en millones contantes y sonantes, porque los famosos “talentos” no
tienen nada que ver con la inteligencia. El talento era una cantidad de plata que
variaba según los países, oscilando entre los 26 kg en Grecia, 27 en Egipto, 32
en Roma y 59 en Israel. Por consiguiente, los tres administradores reciben,
aproximadamente, 300, 120 y 60 kg de plata.
Talento de plata
La
parábola (Mateo 25,14-30)
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos esta parábola:
Un hombre, al irse de
viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó
cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su
capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a
negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó
otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió
el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo
volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con
ellos.
Se acercó el que habla
recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco
talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo:
"Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco,
te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor."
Se acercó luego el que
habla recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira,
he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado
fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante;
pasa al banquete de tu señor."
Finalmente, se acercó el
que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que
siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a
esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo."
El señor le respondió:
"Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabias que siego donde
no siembro y recojo donde no esparzo? Pues deblas haber puesto mi dinero en el
banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle
el talento y dádselo al que tiene diez.
Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no
tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera,
a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
El
empleado miedoso, negligente y holgazán
Los dos primeros duplican esa
cantidad negociando con el dinero que les han confiado. Pero la parábola se
detiene en el tercero, que se molesta en buscar un sitio escondido, cava un
hoyo, y entierra el talento. El lector actual, conocedor de tantos casos
parecidos, se pregunta quién ha sido el más inteligente. ¿Es preferible colocar
el capital en acciones arriesgadas o guardarlo en una caja fuerte? En cambio,
el propietario de la parábola lo tiene claro: había que invertir el dinero y
sacarle provecho, como hicieron los dos primeros empleados.
¿Por qué no ha hecho igual el
tercero? Él mismo lo dice: porque conoce a su señor, le tiene miedo, y prefirió
no correr riesgo. Y termina con un lacónico: “Aquí tienes lo tuyo”.
Sin embargo, el señor no
comparte esa excusa ni esa actitud. Lo que ha movido al empleado no ha sido el
miedo, sino la negligencia y la holgazanería. Le traen sin cuidado su señor y
sus intereses. Y toma una decisión que, actualmente, habría provocado manifestaciones
y revueltas de todos los sindicatos: lo mete en la cárcel (“echadlo fuera, a
las tinieblas”).
Aplicándonos el cuento
Los sindicatos llevarían
razón, y conseguirían que readmitieran al empleado, incluso con un gran
resarcimiento por daños y perjuicios. Pero el Señor de la parábola no depende
de sindicatos ni tribunales del trabajo. Tiene pleno derecho a pedirnos cuentas
a cada uno del tesoro que nos ha encomendado.
Como ocurría con el aceite en
la parábola de las muchachas, los talentos se han prestado a múltiples
interpretaciones: cualidades humanas, don de la fe, misión dentro de la
iglesia, etc. Ninguna de ellas excluye a las otras. La parábola ofrece una
ocasión espléndida para realizar un autoexamen: ¿qué he recibido de Dios, a
todos los niveles, humano, religioso, familiar, profesional, eclesial? ¿Qué he
hecho con ello? ¿Ha quedado escondido en un cajón? ¿Ha sido útil para los
demás? Como se dice en el mismo evangelio de Mateo: ¿Ha resplandecido mi luz
ante los hombres para que glorifiquen al Padre del cielo? ¿Pienso que será
suficiente decirle: “Aquí tienes lo tuyo”?
Una moraleja desconcertante
La parábola, termina con unas
palabras muy extrañas:
“Al que tiene se le dará, y al que no tiene se
le quitará hasta lo que tiene”.
¿En qué quedamos? ¿Tiene o no
tiene? Pero la frase no se debe al error de un copista, se encuentra así en los
tres evangelios sinópticos (Mt 13,12; Mc 4,25; Lc 19,26). Es posible que el
mismo Jesús intentara aclararla más tarde mediante la historia de un señor que
encomienda su capital a tres empleados. El sentido de la frase resulta ahora
más claro: “Al que produzca se le dará, y al que no produzca se le quitará lo
que tiene”. Esa parábola terminó en dos versiones bastante distintas, la de
Mateo, que se lee hoy, y la de Lucas 19,11-27. Lucas, para no provocar las iras
de los sindicatos, no mete al empleado holgazán en la cárcel, se limita a
quitarle el denario.
La empresaria modelo (1ª lectura:
Proverbios 31,10-13.19-20)
En el contexto económico de la
parábola encaja perfectamente la imagen de la mujer empresaria de la que habla
el libro de los Proverbios. La liturgia traduce “mujer hacendosa”. Pero el
texto sugiere mucho más. Habla de una mujer que es, al mismo tiempo, excelente
empresaria (cosa que quedaría más clara si la liturgia no hubiera mutilado el
texto), generosa con los necesitados y con las personas a su servicio,
preocupada por sus hijos y su marido, gozando del respeto y estima de sus
conciudadanos, porque ella misma respeta al Señor. Es interesante esta imagen
propuesta por un libro bíblico hace veintitrés o veinticuatro siglos, tan
distinta de nuestro proverbio: “La mujer casada, la pata quebrada… y en casa”.
Una mujer hacendosa,
¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de
ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los
días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus
manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la
rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al
pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor
merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la
alaben en la plaza.
Quien lee el poema entero (se
encuentra en Proverbios 31,10-31) advierte la enorme actividad que esta mujer
desarrolla desde la mañana temprano hasta avanzada la noche. El capital
recibido de Dios (sean cinco talentos, dos o uno) ha sabido invertirlo perfectamente.
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