El evangelio del domingo pasado recordó la elección de los doce discípulos y el comienzo del discurso que Jesús les tiene antes de enviarlos de misión: destinatarios a los que deben dirigirse, tarea a realizar, gratuidad. La liturgia prescinde de la extensa sección central del discurso, sobre la oposición y persecuciones que encontrarán, y el valor y generosidad que deben mostrar en las dificultades (Mt 10,16-42). Quien piense que esto sólo tiene interés para la comunidad de Mateo, hace veinte siglos, debe recordar algunos mártires contemporáneos.
Mártires del siglo XXI
5
de octubre 2003. Annalena Tonelli, voluntaria católica italiana. Trabajó durante 33 años en África atendiendo
a los refugiados. Asesinada en su hospital por un somalí armado.
2005. Dorothy
Mae Stang, misionera de las Hermanas
de Nuestra Señora de Namur, estadounidense, nacionalizada brasileña. Asesinada por un sicario por orden del lobby
ganadero y agrícola.
5 de febrero de 2006. Andrea
Santoro, sacerdote católico, asesinado
en la iglesia de Santa María en Trebisonda, Turquía.
17
de septiembre de 2006. Leonella Sgorbati, monja italiana de las Misioneras
de la Consolata,
asesinada en Somalia.
12
de marzo de 2008. Paulos Faraj Rahho, Arzobispo de la Iglesia católica
caldea de Mosul, Irak.
Secuestrado y asesinado por islamistas.
31
de octubre de 2010. Ataque a la iglesia cristiana de Bagdad, que dejó al menos
58 personas muertas, incluyendo 2 sacerdotes, y otros 75 heridos, después de
que más de 100 feligreses hubieran sido tomados como rehenes.
2
de marzo de 2011. Político católico, asesinado por su oposición a la ley de la
blasfemia, una herramienta de violencia contra las minorías, especialmente
contra los cristianos.
7
de abril de 2014. Frans van der Lugt, jesuita francés, asesinado
en Siria a los 75 años de edad.
26
de julio de 2016. Jacques Hamel, sacerdote francés, asesinado durante el atentado de la iglesia de Saint-Étienne-du-Rouvray de la que era párroco auxiliar.
29 de octubre de 2019. Paul McAuley, misionero de los Hermanos de La Salle, activista ambiental, hallado muerto en la comunidad estudiantil intercultural "La Salle", en Iquitos, Perú.
***
El fragmento del evangelio elegido para este domingo podemos dividirlo en dos bloques: no tener miedo de que te maten y tener valor para confesar a Jesús
No tengáis miedo a hablar ni a morir (Mt 10,26-31)
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
En el primer bloque llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.
Tened valor para confesarme (Mt 10,32.33)
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo
El segundo bloque trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús. Cuando a Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le denunciaban a alguno como cristiano, le preguntaba tres veces si lo era, amenazándolo con castigarlo en caso de serlo. Según los momentos y las regiones, el castigo podía ir de la pérdida de los bienes a la cárcel, incluso la muerte. Para animar en ese difícil instante, el argumento que usa Jesús no es el del temor a Dios, sino el de su posible reacción “ante mi Padre del cielo”: me comportaré con él igual que él se porte conmigo. Recuerda la máxima: “La medida que uséis, la usarán con vosotros” (Mt 7,2).
Resumiendo
En
el primer caso, a quien deben temer los apóstoles es a Dios, el único que puede
matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría
negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.
Cuando se piensa en los asesinatos de cristianos en Siria, Somalia, Perú, Brasil, y otros países, quienes vivimos en una sociedad con libertad religiosa podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a los cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
Jeremías, apóstol y anti-apóstol (Jeremías 20,10-13)
La
primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. Jeremías era
natural de Anatot, un pueblecito a 4 km de Jerusalén (hoy queda dentro de la
ciudad moderna). En un momento de grave crisis política, cuando los babilonios
constituían una gran amenaza, el pueblo puso su confianza en el templo del
Señor, como si fuera un amuleto mágico que podría salvarlos. Jeremías, en un
durísimo discurso, denuncia esa confianza idolátrica en el templo y anima a la
conversión y a cambiar de conducta. De lo contrario, el templo quedará en
ruinas. Este ataque a lo más sagrado le ganará la crítica y el odio de todos,
empezando por sus conciudadanos de Anatot, que traman matarlo.
La
reacción del profeta se ha elegido como ejemplo concreto de las persecuciones
que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta
termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo
parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.
Nota final
Un comentario a todo el discurso de
misión puede verse en J. L. Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final
feliz. Verbo Divino, Estella 2019, 194-212.
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