1.
El domingo pasado (3º de Cuaresma), Jesús saciaba la sed de la samaritana.
Este domingo (4º) da la vista a un ciego. El próximo (5º) resucitará a
Lázaro. Agua, luz y vida son tres grandes símbolos del cuarto evangelio para
expresar lo que Jesús nos da. 2. La primera lectura recoge otro de los momentos claves de la historia de la salvación: la elección de David como rey. Carece de relación con el evangelio. |
De nuestro corresponsal en Jerusalén
«A mi hijo
lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y, al
final, lo condenaron como culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?» Me
lo dice el padre de un ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las autoridades.
Un caso que tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la gran fiesta.
Todo
comenzó el sábado pasado, cuando un muchacho ciego de nacimiento fue curado de
su ceguera por un galileo llamado Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se
planteó la discusión de si era ciego por culpa propia o de sus padres. Jesús
dijo que nadie tenía la culpa, se agachó a recoger un poco de polvo, escupió
sobre él y untó el barro en los ojos del ciego. Luego le mandó lavarse en la
piscina de Siloé. Lo hizo y comenzó a ver.
Este corresponsal ha intentado ponerse en contacto con el ciego pero le ha resultado imposible. Tampoco hay noticias de Jesús, que parece haber abandonado la ciudad. Según algunos, este galileo se considera superior a Abrahán y Moisés y no se siente obligado a observar el sábado. Las autoridades, preocupadas por el escándalo que está provocando en la población, convocaron al ciego como testigo de cargo contra Jesús. Según su padre, se comportó de manera imprudente y de testigo terminó en acusado y condenado. No se extrañen. Jerusalén no es Alejandría. En Jerusalén todo es posible.
Un relato en seis escenas
La curación del ciego de nacimiento en una joya literaria, por su dinamismo, diálogo, ironía. Podemos distinguir siete escenas: 1) Jesús, los discípulos y el ciego. 2) El ciego y sus vecinos. 3) El ciego y los fariseos. 4) Los judíos y los padres del ciego. 5) Los judíos y el ciego. 6) Jesús y el ciego. 7) Los fariseos y Jesús
1ª escena: Jesús, los discípulos y el ciego
La relación
entre pecado y castigo estaba muy difundida en el antiguo Israel (y también
entre bastantes de nosotros). Jesús mismo ha dicho poco antes al paralítico: «no
peques para que no te ocurra algo peor». Sin embargo, en este caso, niega
cualquier relación de la enfermedad con un hipotético pecado del ciego o de sus
padres. Nació ciego «para que se manifiesten en él las obras de Dios». Una
respuesta que puede escandalizar a más de uno. ¿Es preciso que una persona
sufra para que Dios manifieste su poder? Dejemos de momento este tema.
En la respuesta de Jesús a los
discípulos hay unas palabras esenciales, claves para entender todo el relato: «Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo». ¿Cómo ilumina Jesús? ¿En qué
consiste esa luz? Lo descubriremos al final.
La forma de realizar el milagro es
desconcertante a primera vista. En el evangelio de Juan, igual que en los
Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará sobre todo poco más
tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «Lázaro,
sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y
complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina
del Enviado (Siloé). El barro en los ojos recuerda a la curación del ciego de
Betsaida que cuenta Marcos, donde Jesús le aplica saliva en los ojos y luego le
aplica las manos (Mc 8,22-25). La idea de lavarse en la piscina recuerda la
orden de Eliseo a Naamán de bañarse siete veces en el Jordán.
¿Se trata de la reminiscencia de un
gesto mágico? La clave está en la cuádruple referencia al barro, unida a la
indicación: «era sábado el día que Jesús hizo barro». Una
contravención expresa del descanso sabático, igual que ocurrió en la curación
del paralítico de la piscina. Una de las acusaciones más fuertes que se hacen a
Jesús en el cuarto evangelio.
En esta primera escena el ciego no dice nada. Se limita a obedecer.
2ª escena: el ciego y los vecinos
Diálogo cargado de ironía. En el conjunto, es importante advertir que el ciego sabe que el hombre que lo ha curado se llama Jesús, pero no sabe dónde está.
3ª escena: los fariseos y el ciego
Plantea el problema del sábado.
Comienza advirtiendo el evangelista que «era sábado el día que Jesús hizo barro»,
y algunos fariseos concluyen: «Este hombre no viene de Dios porque no
guarda el sábado». Sin embargo, otros se sienten desconcertados, como le ocurrió a
Nicodemo: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
El ciego habla poco. Repite la curación, pero con menos palabras que cuando la contó a sus vecinos. En cambio, su visión de Jesús ha mejorado notablemente. Ya no lo considera «un hombre» sino «un profeta». Lo mismo que dijo la samaritana, aunque por motivos distintos: ella, porque Jesús conocía toda su vida; el ciego, porque Jesús ha realizado un prodigio sorprendente.
4ª escena: los judíos y los padres del ciego
En el drama del ciego entran en juego nuevos personajes: los judíos, que en el cuarto evangelio no representan a todo el pueblo sino a las autoridades judías. Esta escena, que la liturgia permite suprimir, es esencial para comprender el mensaje del episodio a finales del siglo I. Es entonces, bastante después de la muerte de Jesús, cuando se dieron los mayores enfrentamientos entre judíos y cristianos, que terminaron expulsados de la sinagoga. El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el miedo de muchos judíos piadosos a sufrir ese castigo si reconocían a Jesús como Mesías. Y las tensiones dentro de la familia cuando uno de sus miembros se hacía cristiano.
5ª escena: los judíos y el ciego
El
ciego terminó su declaración anterior diciendo que Jesús es «un
profeta». Las autoridades judías le exigen ahora que reconozca que «ese
hombre es un pecador». Ante esa acusación, el ciego no lo defiende con argumentos teológicos
sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y
ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos
si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una
apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría
ningún poder.»
La tensión entre cristianos y judíos a finales del siglo I queda clara en las palabras de las autoridades: ellos se consideran «discípulos de Moisés», al que Dios habló, no de Jesús, del que «no sabemos de dónde viene». Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Es una pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto las autoridades no pueden aceptarlo. Por eso, Jesús es para ellos un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Por eso, terminan expulsado al ciego de la sinagoga.
6ª escena: Jesús y el ciego
Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Él lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la visión completa la recupera en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús, creer en él y adorarlo.
7ª escena: Jesús y los fariseos
La reacción del ciego da paso a la
enseñanza final de Jesús. Al principio dijo que él era la luz del mundo. Ahora
aclara en qué consiste su misión: «que los que no ven, vean, y los que
ven, se queden ciegos». Volviendo a la situación de finales del siglo I, «los
que ve» son los fariseos, las autoridades religiosas de Israel, que no dudan
de nada y niegan que Jesús sea el Mesías; «los que no
ven» son los judíos y paganos de buena voluntad que pueden descubrir poco a
poco la persona de Jesús y creer en él.
Si tenemos en cuenta el valor simbólico de la figura del ciego, resulta más fácil entender las palabras iniciales de Jesús de que nació ciego «para que se manifiesten en él las obras de Dios». No se trata de ceguera física, sino de la ceguera espiritual de no conocer a Jesús.
La samaritana y el ciego
Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento los lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado.
Relación con la segunda lectura (Efesios 5,8-14)
La luz que recibimos de Jesús debe manifestarse en nuestra forma de vivir, «como hijos de la luz»: con bondad, justicia, verdad.
Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora
sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y
verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte
en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta
da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas,
las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice:
«Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu
luz.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario