jueves, 15 de abril de 2021

Perdón, resurrección y misión. Domingo III de Pascua

Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados». La segunda comienza: «Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo». En el evangelio, Jesús afirma que «en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos».

Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suelen decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana, que desea amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

 Aparición y catequesis (Lucas 24,35-48)

 El evangelio de hoy se divide en dos escenas claramente distintas. En la primera, Jesús se aparece y da pruebas de que es él. En la segunda, tiene una breve catequesis sobre su pasión, muerte y resurrección.

 Aparición y pruebas de la resurrección

 En la introducción a los relatos de las apariciones indiqué las diversas etapas por las que fue pasando este tema. Las recuerdo brevemente.

1. En el relato más antiguo, Jesús no se aparece. La única prueba es que la tumba está vacía (Mc 16,1-8).

2. En el relato posterior de Mateo, Jesús se aparece a las mujeres y estas pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).

3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección, y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio que leemos este domingo insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

 En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

- Paz a vosotros.

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

- ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

- Tenéis ahí algo de comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

 Catequesis

 El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ellas, de lo anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

 Y les dijo:

- Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

- Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

 

La frase final: «vosotros sois testigos de esto» parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro a propósito de Jesús: «lo amáis sin haberlo visto». Esta es la mejor prueba de su resurrección.

 «Dios lo resucitó. Arrepentíos y convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19)

 Días después de Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de nacimiento, Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se reúne junto a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo discurso del que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas con la muerte y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato ni siquiera a las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes 2,15, donde acusa a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra parte, Pedro no se limita a exponer unas verdades, invita a sacar las consecuencias, arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los pecados.

En aquellos días, Pedro dijo al pueblo: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quién renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

«Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a)

Uno de los principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad.

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quién dice: «yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

 

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