La liturgia de la misa no ha tratado muy bien al Espíritu
Santo. En el Gloria, después de extenderse en el Padre y el Hijo, al final, casi
por compromiso, se añade: «con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre».
Y el Credo, aunque lo reconoce «Señor y dador de vida», da más importancia a su
relación con las otras personas divinas («procede del Padre y del Hijo») y
limita su acción al Antiguo Testamento («habló por los profetas»).
Afortunadamente, los textos bíblicos ofrecen una imagen mucho más rica. Pero
también más compleja, porque Lucas y Juan ofrecen dos versiones muy distintas
del don del Espíritu Santo; cada uno quiere ofrecer un mensaje peculiar. Pero
es preferible comenzar por el texto más antiguo, el de la primera carta a los
Corintios (escrita hacia el año 51).
En
este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos.
Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban
la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al
Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones
(antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en
la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni
griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas
dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género
(varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos
es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue
presente entre nosotros.
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu
Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido
bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.
Volvemos a las dos versiones del don del
Espíritu: Hechos y Juan.
A
nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los
Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia
personal y privada, sino de toda la comunidad. Ya lo había anunciado el profeta
Joel cuando dijo que el Señor enviaría su espíritu sobre todos los israelitas
sin distinción de género (hijos e hijas) de edad (ancianos y jóvenes) ni de
clase social (siervos y siervas). Por eso viene sobre todos los presentes, que,
como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica:
doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con
el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad
internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas
de Dios»,
como reconocen al final los judíos presentes.
Al
llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De
repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se
repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería.
Se
encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la
tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque
cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos,
preguntaban:
―
¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno
los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y
elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en
Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con
Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también
hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios
en nuestra propia lengua.
La
representación pictórica más famosa de esta escena es la del cuadro de El
Greco, conservado en el museo del Prado. Hay en él un detalle que puede pasar
desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por
consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de
los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de
Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI
María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas
actuales). El Greco no podía pintar una comunidad de ciento veinte personas,
pero ha sugerido la diversidad y totalidad del don a través de la Magdalena.
Al anochecer de aquel
día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
―
Paz a vosotros.
Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
―
Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
―
Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Este pasaje
ya lo leímos el segundo domingo de Pascua. En el comentario que entonces envié
destacaba los distintos temas: el miedo de los discípulos, el saludo de Jesús,
la prueba de las manos y el costado, la alegría de los discípulos, la misión y
el don del Espíritu. Recuerdo lo que dije a propósito del último tema,
fundamental en la fiesta de hoy.
Los
evangelios de Mc y Mt no dicen nada de este don, y Lucas lo reserva para el día
de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con
el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este
poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica
posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está
estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o
retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo,
dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.
Conclusión
Estas breves
ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada
cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo
de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de
esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda
a rescatarla.
El don de lenguas
«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el
Espíritu les concedía expresarse». El
primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras
partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este
relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos
presentes dicen que «cada
uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los
casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque
algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos
encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).
El
primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron
enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la
historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús.
Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni
escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger
como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que
sería fruto de mucho esfuerzo.
El
segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a
los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por
él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la
base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es
pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se
recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan
expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por
eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto.
(Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en
relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un
lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).
Sin
embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la
única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo
interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto
se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los
Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente,
pensará que todos están locos.
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