Jesús cerró el periódico y miró al
grupo:
‒ Voy a contaros una historia. Un
partido político tenía un administrador que aprovechaba las donaciones para
aumentar su cuenta personal en Suiza. Enterado de que sospechaban de su
gestión, se dijo: “Me van a echar del partido, incluso es posible que me
denuncien. En la oposición no me darán trabajo, los bancos tampoco. ¿Qué puedo
hacer? Iré anotando en una libreta todos los datos que puedan inculpar a los
jefes del partido, amenazaré con publicarlos en la prensa, y ante el miedo de
que se conozcan me dejarán tranquilo. Luego me iré a una isla del Caribe a
disfrutar el resto de mi vida.
Se les quedó mirando y les preguntó.
‒ ¿Qué os parece ese administrador?
‒ Que es un…
Pedro se cortó a tiempo, pero era
claro lo que seguía.
‒ Depende del partido al que robase
‒ comentó irónico Bartolomé.
‒ Eso lo hacen casi todos ‒ opinó
Tomás.
‒ ¿Alguien está a favor del
administrador?
Ninguno parecía de acuerdo y Jesús
continuó.
‒ Voy a contaros ahora otra
historia, pero esta vez de un terrateniente.
Un
hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba
sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de
ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido." El
administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi
amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza.
Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración,
encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno a uno a los
deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi
amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." Él le
dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego
dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas
de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta."
Jesús hizo una pausa y les preguntó:
‒ ¿Sabéis cuál fue la reacción del
terrateniente?
‒ Lo denunció para que lo metieran
en la cárcel. Los ricos son unos…
‒ Te equivocas, Felipe. Alabó lo
astuto que había sido.
Felipe lo miró incrédulo.
‒ ¿Y a ti te parece bien?
‒ Me parece estupendamente. Es un
ejemplo para todos.
Pedro se rascó la cabeza y comentó
escéptico.
‒ ¿Quieres que nos dediquemos a
robar?
‒ Quiero que os dediquéis a utilizar
el dinero con astucia. ¿Por qué hizo el administrador esas trampas? ¿Qué
pretendía?
‒ Encontrar trabajo cuando lo
echaran ‒ sugirió Sara.
‒ Algo parecido ‒ respondió Jesús‒. Cuando
os conté la historia usé una expresión distinta: lo que quiere es que alguien
me reciba en su casa. ¿Os dais cuenta de por dónde voy?
‒ No.
Jesús suspiró hondo. No acababa de
acostumbrarse a la poca inteligencia de sus discípulos.
‒ Vosotros sois como el
administrador. Más pronto o más tarde, tendréis que dar cuenta de cómo habéis
administrado el dinero.
‒ El dinero, no. Nuestro dinero ‒ se
atrevió a corregir Leví.
‒ Vuestro dinero, no. El dinero de
Dios. Todo lo que tenemos es de Dios, y nos lo confía para que lo
administremos. Podemos derrocharlo alegremente, y nos pedirá cuentas por ello.
Y podemos darlo a otros, como el administrador del terrateniente, y nos
ganaremos amigos que nos paguen un viaje al Caribe.
‒ El Caribe es el cielo, ¿verdad? ‒
bromeó María.
‒ Efectivamente. Y para pagar ese
viaje no se puede ahorrar. Al contrario, hay que gastarse el dinero
entregándolo al que lo necesita.
‒ Yo prefiero pagarme el viaje por
mi cuenta.
‒ Imposible. Son otros los que
tienen que pagar por ti.
‒ Lo que yo no entiendo ‒cortó
Felipe‒ es eso de que el dinero no es
mío. La panadería le costó a mi padre muchos años de trabajo y sacrificio.
‒ La panadería de tu padre, la
furgoneta de Judas, todo, son cosas pequeñas, sin valor. Lo verdaderamente
valioso es disfrutar de una habitación en el hotel del Caribe. Pero si no
administras bien los bienes que te encomiendan en esta vida, no se fiarán de ti,
y no te permitirán entrar en el hotel.
Pedro se acarició la barba.
‒ Muy complicado todo eso, maestro.
‒ ¿Es que no lo entiendes, o que no
quieres entenderlo?
La ironía de la parábola
La segunda de las dos parábolas
anteriores, en azul, que reproduce literalmente el texto del evangelio de
Lucas, escandaliza a mucha gente porque Jesús termina alabando al administrador
sinvergüenza. Pero las dificultades para entenderla parten de otros
presupuestos en los que se basa Jesús, y que van en contra de nuestra forma de
ver:
1. Nosotros
no somos propietarios sino administradores. Todo lo que poseemos,
por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad personal sino
algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente.
2. Esos
bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de
“ser recibido en las moradas eternas” (el hotel del Caribe).
3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital recibido sino dilapidarlo
en beneficio de los necesitados.
La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando das dinero al que
lo necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que es tuyo. En
realidad, le estás robando a Dios su dinero para
ganarte un amigo que interceda por ti en el momento decisivo.
La idolatría del dinero
El evangelio de este domingo termina
con unas palabras muy famosas:
Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o
bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará
caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Jesús no parte de la
experiencia del pluriempleo, donde a una persona le puede ir bien en dos
empresas distintas, sino de la experiencia del que sirve a dos amos con
pretensiones y actitudes radicalmente opuestas. Es imposible encontrarse a
gusto con los dos. Y eso es lo que ocurre entre Dios y el dinero.
Estas palabras de
Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría y defensa del
primer mandamiento ("no tendrás otros dioses frente a mí"). El AT es
en gran parte una condena de los dioses paganos y de los ídolos, que aparecían
como rivales del único Dios verdadero. Al principio, los israelitas pensaban
que los únicos rivales de Dios eran los dioses de los pueblos vecinos (Baal,
Astarté, Marduk, etc.). Pero los profetas les hicieron caer en la cuenta de que
los rivales de Dios pueden darse en cualquier terreno, incluido el económico.
Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos
hace caer en la idolatría.
Naturalmente,
ninguno de nosotros acude a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios
del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar
cayendo en la idolatría del dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos,
al dinero se le da culto de tres formas:
1) mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato,
para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por encima de
Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la primera
lectura, tomada del profeta Amós.
2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no
hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus
necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos
el próximo domingo.
3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que
nos hacen perder la fe en la Providencia.
Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7
Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?» Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.
Amós, profeta judío del siglo VIII a.C.
criticó duramente las injusticias sociales de su época. Aquí condena a los
comerciantes que explotan a la gente más humilde. Les acusa de tres cosas:
1) Aborrecen las fiestas religiosas
(el sábado, equivalente a nuestro domingo, y la luna nueva, cada 28 días)
porque les impiden abrir sus tiendas y comerciar. Es un ejemplo claro de que
“no se puede servir a Dios y al dinero”.
2) Recurren a trampas para
enriquecerse: disminuyen la medida (el kilo de 800 gr), aumentan el precio (el
paso de la peseta al euro fue un ejemplo que pasará a la historia) y falsean la
balanza.
3) El comercio humano, reflejado en
la compra de esclavos, que se pueden conseguir a un precio ridículo, “por un
par de sandalias”. Hoy se dan casos de auténtica esclavitud (como los chinos
traídos para trabajar a escondidas en fábricas de sus compatriotas) y casos de
esclavitud encubierta (invernaderos de Almería; salarios de miseria
aprovechando la coyuntura económica, etc.).
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