La liturgia
ofrece la posibilidad de elegir un texto largo u otro breve del evangelio. El motivo es que
la segunda parte del discurso de Jesús tiene palabras muy duras contra los
pueblos que no acojan a los discípulos; en nuestra época tan políticamente
correcta pueden escandalizar a algunas personas. Y las referencias finales a
Satanás y a pisotear serpientes y escorpiones resultan lejanas a nuestra
cultura. Limito el comentario a la primera parte, aunque al final digo algo de
la segunda.
Lectura breve, políticamente correcta (Lucas 10, 1-12)
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por
delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y
les decía:
‒ La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la
mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!
Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni
alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando
entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz,
descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero
merece su salario. No
andéis cambiando de casa.
Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a
los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de
Dios."
Quien
conoce el evangelio de Mateo sabe que Jesús envió a los Doce con instrucciones
muy parecidas. Pero Lucas no habla de doce, sino de setenta y dos (6 x 12: otro
número simbólico). En su perspectiva, la misión no es obra de un pequeño
grupo de selectos; si el mensaje del evangelio se difundió por el imperio
romano fue gracias a gran número de personas anónimas, igual que ocurre en
nuestros días.
Curiosamente, lo primero
que deben hacer los setenta y dos es rezar para que el Señor envíe operarios a
su mies. El tema empalma con el del domingo pasado, a propósito de los tres
casos de vocación. Jesús hablaba con tanta dureza que parecía no querer seguidores.
Aquí queda claro que son absolutamente necesarios y hay que pedir al dueño de
la mies que los envíe. El dueño de la mies no es Dios Padre, sino el mismo que
Jesús, que les ordena ponerse en camino. Con una advertencia y unas órdenes.
La advertencia: no van a
una labor fácil ni agradable. Van como corderos en medio de lobos. El peligro
no es la dentellada que provoca la muerte sino la que desprestigia y tira por
tierra el mensaje del evangelio. El imperio romano estaba repleto de grupos y predicadores
religiosos parecidos a muchos de los actuales que utilizan la religión como
forma de ganarse la vida. Por eso, la mejor forma de evitar las dentelladas de
los lobos es llevar una forma de vida totalmente pobre y austera: No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias. La talega hace referencia al dinero, la alforja al
alimento, las sandalias al vestido.
Luego añade
unas palabras que sólo se encuentran en su evangelio: y no os detengáis a
saludar a nadie por el camino. Eso mismo le dijo el profeta Eliseo a su
criado Guejazí, un día que lo envió a una misión urgente (curar al hijo de la
sunamita). Lucas, que conocía el Antiguo Testamento de memoria, pensó que este
momento era el adecuado para poner en boca de Jesús las mismas palabras. La
misión de los discípulos es urgente, no se puede perder el tiempo charlando a
mitad de camino.
¿Qué hacer
cuando llegan a un pueblo o aldea? Jesús concede una importancia capital al
alojamiento, insistiendo en no cambiar de casa, ya que esto puede provocar
muchos celos y tensiones. Probablemente refleja su experiencia personal; y
Lucas, la de los primeros misioneros.
Las palabras
siguientes resultan extrañas en este sitio: Si entráis en un pueblo y os
reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid:
"Está cerca de vosotros el Reino de Dios." Los discípulos ya habían llegado a un pueblo y habían
sido bien acogidos por una familia, que les da de comer. Si Lucas hubiera
escrito con ordenador, quizá hubiera marcado bloque, cortado y pegado,
cambiando el orden de las frases. O quizá no, porque este orden ilógico deja
para el final, dándole mayor importancia, la misión de los discípulos: curar a
los enfermos y anunciar la cercanía del Reino de Dios. Exactamente lo mismo que
hacía Jesús.
Continuación, políticamente incorrecta (Lucas 10,17-20)
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid:
"Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo
sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de
Dios." Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese
pueblo.
[La liturgia omite la condena de Corozaín y Betsaida, dos ciudades galileas
que no aceptaron a Jesús].
Los setenta y dos volvieron
muy contentos y le dijeron:
‒ Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó:
‒ Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad
para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os
hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los
espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
Lectura del libro de Isaías 66, 10-14c
El texto,
muy poético, puede desconcertar al lector moderno. Por eso comienzo con dos
aclaraciones:
1) Para un
judío, Jerusalén representa infinitamente más que para un católico Roma o el
Vaticano. Desde el siglo VI a.C. hasta el tiempo de Jesús, que fueron los
siglos más duros en la historia de Judá (dominio sucesivo de babilonios,
persas, griegos y romanos), la mayor esperanza se centraba en la gloria y
esplendor de Jerusalén. El tema aparece en numerosos textos proféticos y
Salmos.
2) Jerusalén
es representada como ciudad y como madre. Como ciudad, quedó totalmente
destruida después de la conquista de los babilonios en el año 586 a.C. Como
madre, se vio desprovista de hijos, porque fueron deportados. Y los hijos, a su
vez, están desprovistos del alimento y el cariño de su madre.
En este
contexto, el profeta proclama su mensaje utópico, centrado en la vuelta de los
hijos a su madre, la mayor alegría para Jerusalén y el mayor consuelo para los
desterrados. También habla, en el centro, de la paz y la riqueza que inundarán
la ciudad. Un mundo maravilloso de alegría, consuelo, paz y esplendor.
¿Cómo se
consigue? ¿Qué deben hacer los judíos? Según este poema, nada. Todo lo hace
Dios. Es él quien hace derivar hacia Jerusalén la paz y la riqueza de las
naciones; es él quien consuela. Es él quien manifiesta a sus siervos su poder
(su mano), como dice la última frase del poema.
Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis,
alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto.
Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos,
Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor:
Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz,
como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán;
Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado;
la mano del Señor se manifestará a sus siervos.
El contraste
entre la lectura de Isaías y el evangelio
El mundo
utópico de Isaías, el esplendor de Jerusalén, se realiza sin esfuerzo alguno,
por pura obra de Dios. En cambio, el mundo utópico que predican Jesús y los
discípulos conlleva mucho sacrificio y esfuerzo. Además, es un mensaje que
puede ser rechazado, como le ocurrió al mismo Jesús en Corozaín y Betsaida.
Pero la última palabra es de victoria y esperanza: Satanás, símbolo de la
oposición al evangelio, cae del cielo como un rayo, mientras que los discípulos
triunfan sobre los espíritus inmundos y, sobre todo, sus nombres están escritos
en el cielo.
Además, y esta es la gran
aportación de Lucas, esos discípulos enviados a la misión no son un grupo de
selectos. Todos hemos conocido gente que nos ha hecho gran bien desde el punto
de vista humano y cristiano, que nos han anunciado el Reino de Dios. Y también
nosotros hemos llevado y debemos llevar adelante esa tarea, a veces dura, y
muchas veces con sensación de fracaso. Pero esto no es motivo para dejar de
esperar en el triunfo de la utopía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario