"Vendremos a él y haremos morada en él"
Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la
iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio
(Juan) de nuestra situación presente, como morada de Dios.
1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)
Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los
paganos fue el de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por
la comunidad cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de
los judíos sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el
judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a
oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan
grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo
para salvarse.
Como ese grupo de
Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo
que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se
circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una
blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al
morir por nosotros.
En el fondo, lo que está
en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a
nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva
Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales
de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces,
como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los
apóstoles de Jerusalén.
Tiene entonces lugar lo
que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera
lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los
discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).
En la versión que ofrece
Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a
todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé,
no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo
contenta diciendo a los paganos que observen cuatro normal muy importantes para
los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre,
de animales estrangulados y de la fornicación.
Esta versión del libro de los
Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los
Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a
circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.
El tema es de enorme
actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una
cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones
mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a
quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.
En aquellos días, unos que
bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se
circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto
provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió
que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los
apóstoles y presbíteros sobre la controversia.
Los apóstoles y los presbíteros con toda
la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía
con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes
entre los hermanos, y les entregaron esta carta:
Los apóstoles y los presbíteros
hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del
paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro,
os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad,
elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han
dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto,
mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre,
de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo
esto. Salud.
2ª lectura: la iglesia futura (Lectura del libro
del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)
En la misma tónica de la
semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos,
habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.
El autor se inspira en
textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue
incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación
miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de
brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro
maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:
11 ¡Oh afligida,
venteada, desconsolada!
Mira,
yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,
12 te pongo almenas de rubí, y
puertas de esmeralda,
y
muralla de piedras preciosas.
El libro de Zacarías
contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de
Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de
Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo
haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será
ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio
de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).
Podría citar otros textos
parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La
novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del
cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas
llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los
basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).
Pero hay una diferencia
esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el
mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.
El ángel me transportó en
éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba
del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. "Brillaba como
una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido.
Tenía una muralla
grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres
grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al
norte tres puertas, al occidente tres puertas.
La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce
nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.
Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor
Dios todopoderoso y el Cordero.
La ciudad no necesita sol ni luna que
la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.
3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)
El texto del evangelio de
Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:
1)
El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
El que me ama guardará mi palabra, y mi
Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y
la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Se contraponen dos
actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran
promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis
palabras no son mías, sino del Padre.
La primera parte es muy
interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el
amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente,
con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y
mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama
guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
El tema de Dios habitando
en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de
los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos
recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de nosotros y que no
debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en
nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que
siguen “vivos dentro de nosotros”. Una
reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de
nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como
una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él”.
Por otra parte, decir que
Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con
respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el
tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios
se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo
tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el
arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello,
muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del
Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5)
Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir
el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor:
“El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis
construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).
Cuando Jesús promete que
él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical:
Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e
inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse
dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un
hostal?
2) La promesa del
Espíritu Santo.
Os he hablado de esto ahora
que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el
Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo
que os he dicho.
Dentro de poco
celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella
pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se
fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma
sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús
enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa
de que el Padre enviará el Espíritu.
Pero hay algo más: el Espíritu no solo
recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este
mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas
por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad
plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena.
Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los
cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se
producen por la acción del Espíritu.
3)
La vuelta de Jesús junto al Padre
La paz os dejo, mi paz os
doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si
me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo.
Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis
creyendo.»
Estas palabras anticipan
la próxima fiesta de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas
con la famosa oda de Fray Luis de León:
¿Y dejas, Pastor
santo,
tu grey en este valle
hondo, escuro,
con soledad y
llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal
seguro?
Los antes
bienhadados,
y los agora tristes y
afligidos,
a tus pechos
criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus
sentidos?
¿Qué mirarán los
ojos
que vieron de tu rostro la
hermosura,
que no les sea
enojos?
Quien oyó tu
dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y
desventura?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno?
¿Quién concierto
al viento fiero,
airado?
Estando tú
encubierto,
¿qué norte guiará la nave
al puerto?
¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué
te aquejas?
¿Dó vuelas
presurosa?
¡Cuán rica tú te
alejas!
¡Cuán pobres y cuán
ciegos, ay, nos dejas!
Las
palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes
y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús. Pero de
esto hablaremos otro día.
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