Tiziano, Jesús y el buen ladrón
Resulta imposible comentar en pocas líneas el
relato de la Pasión en el evangelio de Lucas. De los diversos episodios
exclusivos suyos, considero de especial interés las tres palabras que pone en
boca de Jesús en la cruz. Como es sabido, ninguno de los evangelios trae las
siete famosas palabras de Cristo en la cruz. Mateo y Marcos, solo una; Juan,
tres; Lucas, otras tres. Sumándolas tenemos siete. Las tres de Lucas pueden
servir de reflexión y oración.
1. Morir perdonando
Jesús
y los dos malhechores acaban de llegar al Calvario. Crucificar a tres personas
es un trabajo más lento y cruel de lo que puede imaginarse, pero Lucas no entra
en detalles. Se limita a indicar lo que decía Jesús en este momento: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”.
El
tema de los enemigos y del perdón ha aparecido en este evangelio desde el
comienzo. Zacarías, el padre de Juan Bautista, alaba a Dios porque ha suscitado
a un descendiente de David “para que, libres de temor, arrancados de las manos
de nuestros enemigos, le sirvamos con santidad y justicia toda nuestra vida”.
Su esperanza no se cumplirá como él espera. A su hijo lo decapitará Herodes. Y
Jesús no habla de verse libres de los enemigos. Lo que manda a sus discípulos es:
“amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que
os maldicen, rezad por los que os injurian”. Ahora, en el momento decisivo,
Jesús va más adelante. No solo reza por los enemigos, sino que intenta
comprenderlos y justificarlos: “no saben lo que hacen”.
2. Nunca es tarde para convertirse
Que
Jesús fue crucificado entre dos malhechores lo dicen también Mateo y Marcos
(aunque estos los llaman “ladrones”, que equivale a “terroristas”, cosa más
lógica porque a los ladrones no los crucificaban, sino que los vendían como
esclavos). Pero la mayor diferencia consiste en que en Mateo y Marcos los dos
insultan a Jesús. Lucas cuenta algo muy distinto: mientras uno anima
irónicamente a Jesús a salvarse y salvarlos, el otro lo defiende, reconoce su
inocencia y le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino. Todos
sabemos la respuesta de Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Algún
escéptico podría decir que Lucas ha inventado esta conversión tan inesperada
del buen ladrón. Él respondería: “Si no fue así, pudo serlo”. Porque lo que
intenta enseñarnos es que nunca es tarde para convertirse. En una parábola que
comentamos hace tres domingos, el labrador pedía un año de plazo para la
higuera estéril. Zaqueo tuvo el resto de su vida para demostrar su conversión.
El buen ladrón solo dispone de unas horas antes de morir, aprovecha la ocasión
de inmediato, y esas pocas palabras le sirven para salvarse. Al mismo tiempo,
las palabras de Jesús suponen un consuelo para todos nosotros cuando se acerque
la muerte: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
3. Morir en manos de Dios
Lo
último que dijo Jesús antes de morir también varía según los evangelios. Marcos
y Mateo ponen en su boca el comienzo del Salmo 22: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por
qué he has desamparado?”. Parece un grito de abandono, sin esperanza. Quien
sigue leyendo el salmo advierte que el olvido de Dios y el sufrimiento dan paso
a la victoria final. Aunque esto sea cierto, Lucas piensa que sus lectores no
van a entenderlo y se pueden quedar con la sensación de que Jesús murió
desesperado. Por eso, las últimas palabras que pone en su boca son: “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu”. De este modo, el final de la vida terrena de
Jesús empalma con el comienzo de actividad apostólica. En el bautismo escuchó
la voz del cielo: “Tú eres mi hijo amado”. Ahora, en el momento del dolor y la
muerte, cuando parece que Dios lo ha abandonado, Jesús lo sigue viendo como
“Padre”, un padre bueno al que puede entregarse por completo.
El relato de la pasión es una historia de
dolor, injusticia, sufrimiento físico y moral para Jesús. Pero Lucas ha querido
que sus últimas palabras nos sirvan de enseñanza y consuelo para vivir y morir
como él.
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