En la
comunidad internacional en la que he vivido estos últimos meses hemos hablado a
menudo del problema de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Con
notables excepciones, como la India, en general se advierte un descenso
alarmante. Las lecturas de hoy no resolverán el problema, pero animan a
reflexionar sobre la vocación y a recordar una de las pocas órdenes que nos dio
Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad al Señor de la mies
que envíe obreros a su mies”.
* * *
Después
del fracaso en Nazaret (que leímos el domingo pasado), Lucas presenta a Jesús
predicando y haciendo milagros en Cafarnaúm e incluso más al sur, en las
sinagogas de Judea. Pero la liturgia dominical no lee nada de esto (Lc 4,34-44),
sino que pasa a la vocación de los primeros discípulos. Así titulan este
episodio la mayoría de las Biblias, aunque el relato de Lucas podríamos
titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”.
A propósito de la visita de Jesús a
Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo modifica
para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la vocación de
los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas conviene recordar
el de Marcos.
El
escueto relato de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su
hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les
dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”. Al punto, dejando las
redes, le siguieron.
Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su
hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los llamó. Y
ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con
él.
El relato no puede ser más breve.
Parecen simples notas para ser desarrolladas por Marcos en su comunidad. Dos
parejas de hermanos, un lago, unas redes, una barca, el padre de dos de ellos,
unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo y cotidiano, Jesús se encuentra
por primera vez con estos cuatro muchachos, los llama, y ellos lo siguen
dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a cualquier lector atento.
La
versión de Lucas
En aquel tiempo, la gente se
agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas
del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los
pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las
barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un poco de tierra. Desde la
barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
- «Remad mar adentro, y echada
las redes para pescar.»
Simón contestó:
- «Maestro, nos hemos pasado la
noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron
una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los
socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron
ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús
diciendo:
- «Apártate de mí, Señor, que
soy un pecador.»
Y es que el asombro- se había
apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que
habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
- «No temas; desde ahora serás
pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a
tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los
tres cambios que introduce Lucas
1. Pretende hacer más
comprensible el seguimiento de los discípulos. No es la primera vez que se
encuentran con Jesús. Él ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha comido en
casa de Simón y ha curado a su suegra. Luego ha seguido su vida de predicador
itinerante y solitario, pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un desconocido.
Es un maestro famoso y la gente se agolpa para escucharle. El lector no se
extraña de que lo sigan.
2. Centra su atención en Pedro,
no en los cuatro discípulos, hasta el punto de que ni siquiera nombra a su
hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide que se aleje un poco de
tierra; con él dialoga después de hablar a la multitud, ordenándole adentrarse
en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único que reacciona
arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque luego se
menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras finales
y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”.
3. Subraya la importancia de
Jesús. No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos) sino que está
predicando a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el punto de necesitar
subirse a una barca. Luego, Simón le da el título de “Maestro” y le obedece,
volviendo a pescar, aunque parece absurdo. Finalmente, Simón cae de rodillas y
lo reconoce como un personaje santo, no un pobre pecador como él. La vocación
de los discípulos supone un mayor conocimiento de Jesús.
¿Qué
pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La finalidad del primero es clara:
hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos.
El segundo pone de relieve la figura
de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su evangelio, cuando pone en boca de
los discípulos estas palabras: “Realmente ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista al comienzo y al final del
evangelio de Lucas. Es posible que algunos cristianos, basándose en el duro
ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado en la carta a los Gálatas),
pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas quisiera ponerla a salvo.
El tercero nos recuerda que
cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús. El relato de Marcos dice
que Jesús no es un francotirador cuya obra desaparecerá con su muerte; quiere y
busca colaboradores que continúen su misión. Lucas añade el aspecto de la
enseñanza y la autoridad. Pero sugiere también algo mucho mayor: es un
personaje santo, que provoca en Simón un sentimiento de indignidad. Para
comprender este aspecto hay que recordar la vocación de Isaías, primera lectura
de este domingo.
El
relato de la vocación de Isaías (1ª lectura)
El año de la muerte del rey
Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto
llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro,
diciendo: “¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está
llena de su gloria!” Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su
voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo
dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en
medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de
los ejércitos.”
Y
voló hacia mí uno de los serafines, con una ascua en la mano, que había cogido
del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: “Mira; esto ha
tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.”
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: “¿A
quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté: “Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos ocho siglos, al 739
a.C., año de la muerte del rey Ozías. En ese momento sitúa Isaías su vocación.
Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro inicial con Dios lo
que más le llama la atención es su majestad y soberanía, que destaca mediante
tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey mortal se pasa al rey
inmortal. El segundo, con los serafines, a los que describe detenidamente,
mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su manto llenaba el templo”. El
tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el Señor. Tenemos tres binomios
que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte, invisibilidad-visibilidad,
santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un terremoto que hace temblar los
umbrales y llena de humo el templo.
Basándose en la queja de Isaías
(“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica sus labios, como
símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia final
no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu culpa,
está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá
de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”.
La
vocación de Isaías y la vocación de Simón
Lucas, gran conocedor del Antiguo
Testamento, parece ofrecer en su relato de la vocación de Simón Pedro una
relectura de la vocación de Isaías. Al menos es interesante advertir las
diferencias.
El
escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en el ámbito sagrado
del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de serafines. La de
Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros y jornaleros.
La
persona que llama. En el caso se Isaías se subraya la majestad y
santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente de forma muy humana,
aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a Pedro para que vuelva
a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se encuentra ante un
personaje excepcional.
La
reacción inicial del llamado. En ambos casos el protagonista se
siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy perdido”) porque
parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con vida. Pedro se
reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no puede estar
(“apártate de mí”).
La
preparación del enviado. A Isaías, un serafín lo purifica como paso
previo para poder realizar su misión. Jesús no realiza nada parecido con Pedro.
La forma de prepararse es seguir a Jesús. “Dejándolo todo lo siguieron”.
La misión.
La liturgia ha suprimido la parte final del relato de Isaías, donde recibe la
desconcertante misión de endurecer el corazón del pueblo judío y cegar sus
ojos; la misión principal de Isaías consistirá en transmitir un mensaje
durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador de hombres”.
La
reacción final del elegido.
Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte la misma disponibilidad,
aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo para seguir a Jesús.
Reflexión y pregunta
La generosidad de los cuatro
primeros discípulos, dejándolo todo para seguir a Jesús, nos recuerda a tantas
personas que siguen dejando todo, incluso la familia y la patria, a veces para
ser “pescadores de hombres”, otras para ayudar a cualquiera que lo necesite,
incluso de religión distinta. Un ejemplo que sirve de estímulo y demuestra el
poder de la llamada de Jesús.
La pregunta: ¿Cuántas veces a la
semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su
mies”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario