La formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su evangelio, abarca aspectos muy diversos y no se atiene a un orden lógico. Si el domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el evangelio de hoy se centra en el divorcio. El relato contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).
‒
¿Puede un hombre repudiar a su mujer?
3Les contestó:
‒
¿Qué os mandó Moisés?
4Respondieron:
‒
Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
5Jesús les dijo:
‒ Porque sois obstinados escribió Moisés semejante precepto. 6Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, 7y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, 8y los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. 9Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.
La pregunta de los fariseos resulta desconcertante, porque el divorcio
estaba permitido en Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Desde
antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del
divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un
privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone
en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero
no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su
nombre al divorcio».
La ley del divorcio se encuentra en
el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente: «Si uno se
casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo
vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...»
Un detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo:
sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. Pero la ley es conocida y
admitida por todos los grupos religiosos. A la pregunta de los fariseos cualquier
judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer.
Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy
cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen.
¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el
comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos
quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer
y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal:
ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.
La reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él
también va a poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y
Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra
suya: “¿Qué os mandó Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que
escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la
historia humana.
En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en
el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de
formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre
abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para
formar una nueva familia.
Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad:
el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea
añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha
unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo
de divorcio.
La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.
Los discípulos y Jesús
10Entrados en casa, le preguntaron
de nuevo los discípulos acerca de aquello. 11El les dice:
‒ Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. 12Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.
Esta escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la legislación romana sí admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.
Reflexión final
Cada vez que se lee
este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan no están
pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que
podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se
ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas
familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de
la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay motivos para dar gracias
a Dios los que siguen unidos y para pedir por los que se hallan en crisis y por
los que han emprendido una nueva vida.
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