Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos, precedido de dos lecturas: una del libro de Isaías y otra de la carta a los Filipenses. Dada su extensión, la Conferencia Episcopal permite que, atendiendo a la índole de la asamblea, se lea una sola de las dos lecturas, o incluso que solo se lea el evangelio. Pero ambas ayudan grandemente a comprender la pasión de Jesús.
El Siervo (Jesús) acepta el plan de Dios (Isaías 50,4-7)
«Jesús murió porque hizo la cosa más inadecuada (entrada triunfal) en el momento más inadecuado (semana de Pascua) y en el sitio más inadecuado (Jerusalén)». ¿Una imprudencia? ¿Un suicidio? La lectura de Isaías indica que Jesús sabe perfectamente que le esperan golpes, insultos y salivazos. Ha sido el Padre quien se lo ha comunicado. Y él no se echó atrás. Lo aceptó, convencido de que el Padre lo ayuda y no quedará defraudado. Al mismo tiempo, el Padre le ha encomendado «decir al abatido una palabra de aliento». Y quien sufre hasta la muerte es la persona más capacitada para animar a los que sufren.
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Por la cruz a la victoria (Filipenses 2,6-11)
El Siervo estaba convencido de que no quedaría defraudado. Y eso mismo ocurre con Jesús. La lectura de la pasión no es la historia de un fracaso, sino de un triunfo. A la muerte más cruel e infamante, la de cruz, sigue el nombre sobre todo nombre y la adoración de todas las creaturas.
Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el nombre sobre todo nombre;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Pasión de Jesucristo según san Marcos (14,1-15,47)
Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos. Dada su extensión me limito a sugerir dos puntos de atención (Jesús y sus discípulos) y a ofrecer cuatro posibles lecturas de la pasión.
¿Quién es Jesús?
El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos
capítulos anteriores, 13-14. En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de
adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los
adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico,
matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y
conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura
(14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio
(14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo
entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por
esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que
se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente:
la cercanía de los amigos (“a mí no siempre me tendréis con vosotros”: 14,7),
la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino
volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará
en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso
de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad
profunda de Jesús.
Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo
sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey
de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para
creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa
que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en
sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el
Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una
evasiva: “tú lo dices” (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y
escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha
muerto.
Los discípulos
Los datos son conocidos. Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).
Cuatro lecturas posibles de los relatos de la pasión de Jesús.
La lectura de identificación personal y afectiva
El testimonio escrito más antiguo que poseemos en este sentido es el de san Pablo. A veces, cuando habla de la muerte de Jesús, lo hace con frialdad dogmática, recordando que murió por nuestros pecados. Pero en otra ocasión lo enfoca de manera muy personal y afectiva: “He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en la carne vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). En línea parecida, san Ignacio de Loyola, en la tercera semana de los Ejercicios espirituales, cuando se contempla la pasión, el ejercitante debe pedir “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, llanto, pena interna de tanta pena como el Señor pasó por mí”.
La lectura indignada
Es la que practicamos todas las mañanas al leer el periódico, cuando acompañamos la lectura de los titulares y de las noticias con toda suerte de imprecaciones, insultos y maldiciones. Los relatos de la pasión cuentan tal cantidad de atropellos, injusticias, traiciones, que se prestan a una lectura indignada. Sin embargo, los evangelios nunca invitan al lector a indignarse con la traición de Judas, a maldecir a las autoridades judías o romanas que condenan a Jesús, a insultar a quienes se burlan de él, a sentir como en el propio cuerpo los azotes, la corona de espina o los clavos, a llorar la muerte de Jesús. En ningún momento pretenden los evangelios excitar los sentimientos y, mucho menos, fomentar el sentimentalismo.
La lectura detallada
Ofrezco un extenso comentario, que puede bajarse de la dirección indicada. En
el ángulo superior derecho aparecerán dos ventanitas: COMPARTIR y ABRIR. Se
pulsa ABRIR y se elige la opción que prefiera.
Presto gran atención a cuatro aspectos:
1) la división minuciosa de cada episodio, que a veces quizá parezca
exagerada, como cuando distingo siete momentos en el relato de la oración del
huerto; pero es la única forma de no pasar por alto detalles importantes.
2) los protagonistas, advirtiendo qué hacen o no hacen, qué dicen o no
dicen, cómo reaccionan, por qué motivos se mueven, qué sienten.
3) la acción que se cuenta y sus presupuestos; a veces predominará lo
informativo, ya que ciertos detalles a veces no se conocen bien, como la
celebración de la Pascua en el mundo judío y en Qumrán o el proceso ante el
Sanedrín.
4) el arte narrativo de Mc, que a menudo no se tiene en cuenta, pero que
sirve también para captar su teología.
Este tipo de lectura, aunque aplique el mismo método a todas las escenas, pone de relieve lo típico de cada una de ellas y deja claro que el relato de la pasión está formado por episodios aparentemente cotidianos y por otros terriblemente dramáticos, como la oración del huerto. Lo importante es captar el espíritu y mensaje de cada episodio y el mensaje global de cada evangelio.
La lectura interactiva y orante
Sería la respuesta personal al
comentario anterior, reflexionando cada cual sobre lo que el texto le sugiere y
lo que le invita a pedir.
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