jueves, 15 de septiembre de 2022

Elogio del administrador ladrón y tramposo. Domingo 25 Ciclo C

  


            Que en una empresa, un banco, o un partido político, haya un administrador ladrón, que incluso hace trampas para disimular sus robos, no tiene nada de extraño. Que algunos de sus amigos o partidarios lo aprueben y defiendan, también puede ocurrir. Pero que Jesús ponga de modelo a un sinvergüenza, a un administrador ladrón y tramposo, es algo que desconcierta y escandaliza a mucha gente. Por eso, la traducción litúrgica no pone la alabanza en boca de Jesús, sino en la del “amo”; una opción bastante discutible. De hecho, Juliano el Apóstata (s. IV) usaba la parábola para demostrar la inferioridad de la fe cristiana y de Jesús, su fundador. El cardenal Cayetano (s. XVI) y Rudolph Bultmann (s. XX) la consideraban ininteligible; otros muchos piensan que es la más difícil de entender. [Quien desee conocer los diversos problemas puede consultar mi comentario El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús (Verbo Divino, 2021), 355-360].

            Como en otros casos, la liturgia permite elegir entre una versión breve y otra larga.

 Una parábola irónica (Lucas 16,1-9) [Versión breve]

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

‒Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando. El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer, ahora que el amo me quita el puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me licencien, alguno me reciba en su casa. Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta. Al segundo le dijo: Y tú, ¿cuánto debes? Contestó: Cien fanegas de trigo. Le dice: Toma tu recibo y escribe ochenta.

El amo alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Pues los ciudadanos de este mundo son más astutos con sus colegas que los ciudadanos de la luz.

Y yo os digo: ganaos amigos con la riqueza injusta, de modo que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.

Las dificultades para entender esta parábola parten de los presupuestos en los que se basa Jesús, contrarios a nuestra forma de ver:

            1. Nosotros no somos propietarios sino administradores. Todo lo que poseemos, por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad personal sino algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente.

            2. Esos bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de “ser recibido en las moradas eternas”.

            3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital recibido sino dilapidarlo en beneficio de los necesitados.

                La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando das dinero al que lo necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que es tuyo. En realidad, le estás robando a Dios su dinero para ganarte un amigo que interceda por ti en el momento decisivo.

La idolatría del dinero (Lucas 16,10-13) [Versión larga]

            El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si en no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?

Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

       Desarrollando el tema de la parábola, el primer párrafo contrapone los bienes materiales («lo poco», «la riqueza injusta», «lo ajeno») y el bien supremo («lo mucho», «la riqueza verdadera»,  «lo vuestro») y anima a portarse rectamente en el uso de la riqueza.

       El segundo párrafo es más famoso y merece un comentario. Jesús no parte de la experiencia del pluriempleo, donde a una persona le puede ir bien en dos empresas distintas, sino de la experiencia del que sirve a dos amos con pretensiones y actitudes radicalmente opuestas. Es imposible encontrarse a gusto con los dos. Y eso es lo que ocurre entre Dios y el dinero.

     Estas palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría y defensa del primer mandamiento ("no tendrás otros dioses frente a mí"). Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría. Naturalmente, ninguno de nosotros acude a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar cayendo en la idola­tría del dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos, al dinero se le da culto de tres formas:

   1) mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato, para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la primera lectura, tomada del profeta Amós.

    2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos el próximo domingo.

   3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hacen perder la fe en la Providencia. 

Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7

Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?» Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.

       Amós, profeta judío del siglo VIII a.C. criticó duramente las injusticias sociales de su época. Aquí condena a los comerciantes que explotan a la gente más humilde. Les acusa de tres cosas:

      1) Aborrecen las fiestas religiosas (el sábado, equivalente a nuestro domingo, y la luna nueva, cada 28 días) porque les impiden abrir sus tiendas y comerciar. Es un ejemplo claro de que “no se puede servir a Dios y al dinero”.

     2) Recurren a trampas para enriquecerse: disminuyen la medida (el kilo de 800 gr), aumentan el precio (lo ocurrido tras la guerra de Ucrania es un ejemplo que pasará a la historia) y falsean la balanza.

        3) El comercio humano, reflejado en la compra de esclavos, que se pueden conseguir a un precio ridículo, “por un par de sandalias”. Hoy se dan casos de auténtica esclavitud (como los chinos traídos para trabajar a escondidas en fábricas de sus compatriotas) y casos de esclavitud encubierta (invernaderos; salarios de miseria aprovechando la coyuntura económica, etc.).

Reflexión final

            Puede resultar irónico, incluso indignante, hablar del buen uso del dinero y de los demás bienes materiales cuando la preocupación de la mayoría de la gente es ver cómo afronta la crisis económica actual y la que se avecina. Sin embargo, Jesús nunca ofreció un camino cómodo a sus seguidores. Tanto la parábola como la enseñanza siguiente y el texto de Amós nos obligan a reflexionar y enfocar nuestra vida al servicio de los más necesitados.

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