El domingo pasado, a propósito de la conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión, pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no tiene una higuera sino dos hijos. Conociendo la historia de la parábola y teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro padres y distintos hijos.
1. El hijo rebelde y el padre irascible que perdona (Oseas)
La idea de presentar las
relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se
le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C.
En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su
hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer;
pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la
esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía
esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía
de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que
no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se
plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la
esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti,
Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré
mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en
medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).
El hijo que presenta
Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su
padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos
paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.
Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.
2. El hijo arrepentido y el padre que lo acoge (Jeremías)
La gran diferencia entre
Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina,
aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del
hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver
a su padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la
mente del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo
divisó a lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo confiesa su pecado, no le
impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha,
preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y
una fiesta.
¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.
3. El padre con dos hijos muy distintos (evangelio)
Sin embargo, cuando
leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios
sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no
quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos
y prostitutas y come con ellos.
Entonces Lucas saca un
as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo
personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha
abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los
escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos
se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.
El padre responde con
suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano
suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.
¿Sirve de algo esta
instrucción? La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto
estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque
sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como
nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones,
asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales,
bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según
sus gustos e ideología.
La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.
4. El padre con un hijo y multitud de adoptados (2ª lectura)
Lo que dice Pablo a los corintios permite proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta. No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. ¿Cómo termina la historia? “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. De nosotros depende. Podemos seguir lejos o volver a nuestro padre.
Nota sobre la 1ª lectura
La primera lectura de los domingos de Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los frutos de la Tierra Prometida.
LOS
TEXTOS DE LA LITURGIA
Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12
En
aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de
Egipto». Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al
atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a
la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y
espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná.
Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha
de la tierra de Canaán.
Lectura de la segunda carta del
apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21
Hermanos:
El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha
comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo reconciliando
consigo y nos encargó el ministerio de reconciliación. Es decir, Dios mismo
estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus
pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso,
nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara
por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que
nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.
Lectura del evangelio según san
Lucas 15,1-3. 11-32.
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los
publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas
murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les
dijo esta parábola:
-Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a
su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió
los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,
emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y
empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de
aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse
el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;
ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le
echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre
dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un
anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo;
celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver
se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos,
le preguntó qué pasaba. Este le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha
matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se
negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replicó a su
padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden
tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos;
y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres,
le matas el ternero cebado».
El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y
todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto
y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».
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