Subir al cielo como imagen del triunfo (Hechos 1,1-11)
La imagen de Jesús subiendo al cielo ha sido bastante representada por los artistas, y la tenemos incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su evangelio y al comienzo del libro de los Hechos.
En mi primer libro, Teófilo, escribí
de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue
llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había
escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su
pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante
cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les
ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la
promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con
agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos
días».
Los que se habían reunido, le
preguntaron, diciendo:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino a Israel?
Les dijo:
-No os toca a vosotros conocer los
tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio,
recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la
tierra”.
Dicho esto, a la vista de ellos, fue
elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban
fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres
vestidos de blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado
al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo.
Los
cuarenta días. El evangelio de Lucas y los otros
evangelistas no dice nada de este período de 40 días entre la resurrección y la
ascensión. ¿Por qué lo introduce Lucas en el libro de los Hechos? ¿Qué quiere
decirnos? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo
cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches;
la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40
días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que pretende
decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para convencerse de
la resurrección de Jesús, y que este se les hizo especialmente presente durante
el tiempo que consideró necesario, para terminar también de instruirlos sobre
el Reino de Dios.
La
comida de despedida. Se
centra en la orden de Jesús de permanecer en Jerusalén hasta que reciban el
Espíritu Santo. Algo parecido había escrito Lucas en el evangelio: «Quedaos en
la ciudad hasta que seáis revestidos de una fuerza de lo alto». Aquí queda más
clara la referencia al Espíritu Santo, preparándonos para la próxima fiesta de
Pentecostés.
La
expansión del evangelio frente a la preocupación política. Se supone que el grupo se pone en marcha hacia el
monte de los Olivos, porque más tarde se dirá que «se volvieron a Jerusalén
desde el monte de los Olivos». Al llegar allí los discípulos manifiestan su
preocupación puramente política: la restauración del reino de Israel. Su
pregunta le sirve a Jesús para volver la atención a lo realmente importante: la
venida del Espíritu, que les dotará de fuerza para extender el evangelio desde
Jerusalén hasta el confín de la tierra. Estas palabras resumen lo que contará el
libro, que anuncia la llegada del evangelio a Samaria, la costa, los paganos de
Cesarea, Antioquía de Siria, actual Turquía, Grecia, terminando en Roma (que
algunos consideran «el confín del mundo»). Apenas terminado de decir esto,
Jesús es arrebatado e, igual que se contaba de Hércules, una nube lo oculta.
Mientras los discípulos miran al cielo se les aparecen dos personajes vestidos
de blanco que les hablan de la vuelta definitiva de Jesús.
La
ascensión. Con respecto al relato del evangelio se
advierten notables diferencias.
En el evangelio,
Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no).
En Hechos, una
nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube).
En el evangelio,
los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al cielo).
En el evangelio
vuelven a Jerusalén; en Hch se les aparecen dos personajes vestidos de blanco.
Si el mismo
autor, Lucas, cuenta el mismo hecho de formas tan distintas, significa que no
podemos quedarnos en lo externo, en el detalle, sino que debemos buscar el
mensaje profundo.
La idea de la
ascensión resulta chocante al lector moderno por dos motivos muy distintos: 1)
no es un hecho que hayamos visto; 2) se basa en una concepción espacial
puramente psicológica (arriba lo bueno, abajo lo malo), que choca con una idea
más perfecta de Dios.
Precisamente por
esta línea psicológica podemos buscar la explicación. Desde las primeras
páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable
no muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Así ocurre
en el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a
propósito del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego.
Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese
recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los
antiguos.
Sin embargo,
existe una diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el
de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso,
no puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al
cielo.
Es preferible
buscar la explicación en la línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí
tenemos casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su
muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila,
Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los
interesados.
Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús.
Sentarse a la derecha de Dios como imagen del triunfo (Efesios 1,17-23)
La segunda lectura es muy interesante para interpretar rectamente la fiesta de hoy. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos.
Hermanos: El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
Subir y sentarse a la derecha de Dios, insistiendo en la misión (Marcos 16,15-20)
El evangelio de Marcos, en su versión original,
terminaba de forma bastante abrupta, diciendo que las mujeres que habían ido al
sepulcro, aunque reciben el encargo de ir a decir a los discípulos que Jesús ha
resucitado y que lo verán en Galilea, muertas de miedo no dijeron nada a nadie
(16,8). No sabemos por qué el autor quiso terminar su obra de esta forma. Como
una película que acaba cuando nadie lo espera y suscita muchos comentarios.
Quizá fuese esa su intención: provocar al lector.
Años más tarde, un autor que conocía los evangelios de Mateo y Lucas, y el libro de los Hechos, recogió de ellos, dándoles un enfoque muy personal, algunos relatos de apariciones de Jesús y la noticia final sobre su ascensión al cielo. Estos versículos 16,9-20 es lo que se conocen como el «final largo de Marcos». De él está tomado el fragmento de hoy (Mc 16,15-20).
En aquel tiempo, se apareció
Jesús a los once y les dijo:
-Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno
mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.
Después de hablarles, el
Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Las dos primeras lecturas han usado dos imágenes
distintas para hablar de la glorificación de Jesús: ser llevado al cielo y
sentarse a la derecha de Dios. Aquí, en el penúltimo párrafo, se unen ambas:
«fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios». Una forma muy humana de
hablar, pero habitual en la Biblia. Jesús subió triunfalmente al cielo y ahora
sigue ocupando la máxima dignidad junto a Dios Padre.
Pero el evangelio concede más importancia aún al
tema de la misión de los apóstoles, como se advierte comparándolo con la 1ª
lectura.
En Hechos, los discípulos muestran una vez más su
preocupación política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía
la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo, que les dará fuerzas
para ser sus testigos en todo el mundo.
En Marcos, el tema de la misión se trata en cinco
puntos:
1) Orden de ir al mundo entero a proclamar la
buena nueva.
2) Esa noticia puede ser aceptada o rechazada,
pero con consecuencias muy distintas en cada caso.
3) Se mencionan las señales que acompañarán a los
misioneros: expulsión de demonios, don de lenguas, inmunidad ante ataques de
serpientes, curaciones. Estas señales recuerdan lo que se cuenta en el libro de
los Hechos de los Apóstoles a propósito de Pablo.
4) En Hechos, la reacción de los discípulos es
quedarse embobados mirando al cielo. En Marcos, se ponen en marcha de inmediato
a pregonar el evangelio por todas partes.
5) En Hechos se habla de la fuerza del Espíritu
Santo que acompañará a los apóstoles. En Marcos, «el Señor cooperaba y
confirmaba el mensaje con las señales que lo acompañaban».
Por eso, la
Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay
que mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús
debemos continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la
compañía continua del Señor.
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