Un extraño
cambio en 1970
Cualquier judío sabe que a un niño hay que
circuncidarlo a los ocho días de nacer. Así lo ordenó Dios a Abrahán: “A los
ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán
circuncidados” (Génesis 17,12). Por consiguiente, cuando la iglesia adoptó el
25 de diciembre como fecha del nacimiento, el 1 de enero pasó a celebrarse la
fiesta de la circuncisión e imposición del nombre de Jesús.
Existía
también una fiesta de Santa María, Madre de Dios, solemnidad que se había
introducido en las iglesias orientales hacia el año 500 y que la iglesia
católica romana terminó celebrando el 11 de octubre. Parecía lógico relacionar
más estrechamente esta fiesta de la maternidad de María con el nacimiento de
Jesús. Por eso, a partir de 1970 se trasladó la fiesta al 1 de enero.
Esto
implicó unir dos celebraciones importantes el mismo día: nombre de Jesús y
Maternidad divina de María. Por si fuera poco, a Pablo VI se le ocurrió
celebrar también el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz.
Dado
que incluso los cristianos más piadosos celebran el Fin de Año y no están al
día siguiente con la cabeza demasiado despejada, se ha decidido aligerar un
poco de celebraciones el 1 de enero.
Y
lo ha pagado quien menos se podía imaginar. La fiesta del Nombre de Jesús perdió
la categoría de fiesta y pasó a celebrarse el día 3 de enero, aunque se
mantiene en la misa del día 1 la referencia a la circuncisión e imposición del
nombre.
El libro
bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís
La
primera lectura de hoy dice:
El
Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que
bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine
su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda
la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los
bendeciré.»
Muchas
personas piensan que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió
muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes
sobre los israelitas. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario
sólo sirve para estropearla.
Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21)
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo
a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al
verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos
los que lo oían se admiraban de lo que
les decían los pastores.
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los
pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían
dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y
le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su
concepción.
El
texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de
distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25
de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen
diversos personajes:
ü Empieza
y termina con los pastores, que corren a
Belén y vuelven alabando y dando gloria a
Dios. Los pastores simbolizan la “política incorrecta” de Dios.
El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de
Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a
los piadosos fariseos. Se comunica a unos pastores que, en la escala social de
aquel tiempo, ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su
oficio se equipara al de los ladrones. Sin embargo, esta gente tan poco digna
socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un
pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada,
porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los
pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: “Te alabo Padre, porque has
ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente
sencilla.”
ü Está
también presente un grupo anónimo, que
podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente
nos representa a todos los cristianos, que se
admiran de lo que cuentan los pastores.
ü Finalmente,
el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello.
En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de
María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y
ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en
ella. Pero, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A
partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y
desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá
Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias,
María no repite “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Se limita a callar y
meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.
Estas
tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina
en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año.
La
segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido
para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras.
Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto
Jesús en nuestra vida.
En vez de
propósitos y buenos deseos, una buena compañía
El
comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se
cumplen. También se formulan deseos de felicidad, generalmente centrados en la
clásica fórmula: salud, dinero y amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy
distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice
y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.
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