Nazaret a comienzos del siglo XX, más parecida a la de Jesús que la actual.
El domingo
pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer
con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los
nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe.
En aquel tiempo Jesús fue a su tierra
acompañado de sus discípulos. El sábado se puso a enseñar en la sinagoga, y la
gente, al oírlo, decía asombrada: «¿De dónde le viene a este todo esto? ¿Cómo
tiene tal sabiduría y hace tantos milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo
de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus
hermanas no viven con nosotros?». Y se escandalizaban de él. Jesús les dijo:
«Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta». Y
no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a algunos enfermos
imponiéndoles las manos. Y se quedó sorprendido de su falta de fe. Recorrió
después las aldeas del contorno enseñando.
Éxito en
Cafarnaúm
Resulta interesante comparar lo
ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un
sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena
de estupor: «¿Qué significa esto? Es una
enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y
le obedecen.» Enseñanza y milagros
despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde
numerosos milagros (Mc 1,21-34).
Fracaso
en Nazaret
Otro sábado, en la sinagoga de
Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros
no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado
muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio
demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer.
Al contrario, los lleva a la incredulidad.
Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades
teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios
por arte del jefe de los demonios» (Mc 3,22).
Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no
sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de
Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les
encuentran explicación y se escandalizan de él.
Jesús,
motivo de escándalo
En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se
coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces
a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado
radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te
escandaliza… córtatelo, sácatelo»).
Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para
seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen.
Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quién es su familia; cuando lo interpreta de forma
puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto
de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en
Jesús, aunque lo consideran un profeta como otro cualquiera.
Asombro e
impotencia de Jesús
A Marcos le gusta presentar a Jesús
como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su
asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la
falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros».
Nazaret
como símbolo
Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de
Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de
Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran
lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte
de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa
desprecian al profeta».
El
fracaso no lo desanima
El evangelio de hoy termina con
estas palabras: «Recorrió después las aldeas del contorno
enseñando.» Jesús ha fracasado en Nazaret,
pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que
Ezequiel (1ª lectura), le escuchen o no le escuchen, dejará claro testimonio de
que en medio de Israel se encuentra un profeta.
Lectura del Profeta Ezequiel (1ª lectura: Ez 2,2-5).
En aquellos días, al decirme esto, el espíritu entró en
mí, me hizo tenerme en pie y pude escuchar a aquel que me hablaba. Él me dijo:
«Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes, que se
han rebelado contra mí, ellos y sus padres, hasta este mismo día. Hijos de cara
dura y corazón de piedra son aquellos a quienes yo te envío. Les dirás: Esto
dice el Señor Dios. Escuchen o no escuchen -puesto que son una raza de
rebeldes-, sabrán que en medio de ellos se encuentra un profeta.
Un
remedio contra la soberbia y el narcicismo (2ª lectura).
Aunque sin relación con el
evangelio, el texto de Pablo enseña algo muy útil para todos. Él es consciente
de haber recibido unas revelaciones especiales de Dios. La más importante,
después de la conversión, que Jesús vino a salvarnos a todos, no solo a los
judíos, y que el evangelio debe proclamarse por igual a todas las personas, sin
tener en cuenta su raza, género o condición social. Una revelación totalmente
revolucionaria. Esto pudo provocar en él una reacción de orgullo y soberbia.
Para contrarrestarla, Dios «le clava una espina en el cuerpo», que le humilla
profundamente. No sabemos a qué se refiere. Se ha pensado en su enfermedad de
la vista, de la que habla en la carta a los Gálatas, que coartaba su actividad
misionera. Por lo que dice a continuación, le humillaban las propias flaquezas
y las persecuciones, insultos y críticas procedentes de todas partes. Sin
olvidar sus arrebatos de ira, que le llevaron a pelearse con Bernabé, su mejor
amigo, al que tanto debía; o que le hacían escribir cosas terribles contra los
judíos, e incluso contra los cristianos que no compartían sus puntos de vista,
a los que llama «falsos hermanos». En cualquier caso, avergonzado de su
conducta, pide a Dios que le saque esa espina. Quiere ser bueno y sentirse
bueno. Sin fallo alguno. Narcisismo puro. Y Dios le responde: «Te basta mi
gracia, pues mi poder triunfa en la flaqueza».
A ninguno de nosotros nos faltan
espinas en el cuerpo y en el alma que nos gustaría arrancarnos; o, mejor, que
Dios las arrancara para dejarnos vivir tranquilos, satisfechos de nosotros
mismos. Pero nos dice como a Pablo: «Te basta mi gracia». Y nosotros debemos
repetir como él: «Me alegro de mis flaquezas, de los insultos, de las
dificultades, de las persecuciones, de todo lo que sufro por Cristo».
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