En el Antiguo Testamento, Dios habla
con mucha frecuencia, con las más diversas personas (incluso con la serpiente)
y sobre toda clase de temas (desde la construcción de un arca que salve del
diluvio hasta la táctica militar que debe emplear Josué). Sin embargo, en el
evangelio de Mateo, Dios Padre solo habla en dos ocasiones: en el bautismo de
Jesús y en la Transfiguración. En las dos dice lo mismo: «Este es mi hijo
amado, mi predilecto». Pero en la Transfiguración añade una orden muy
importante: «Escuchadle».
El relato de la Transfiguración
Podemos dividirlo
en tres partes: la subida a la montaña, la visión, y el descenso de la montaña.
Desde un punto de vista literario, se trata de una teofanía, una manifestación
de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los
autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar
cada una de las partes, recordaré brevemente algunos datos de la famosa
teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.
En primer lugar,
Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la
montaña. A esa montaña no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que
a veces puede acompañar su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú
junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se
expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla. Es también
frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la
montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la
tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un
informe objetivo, histórico, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al
de las teofanías del Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Es significativo
el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan.
Esta exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un
privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no
puede ser presenciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una
montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas
indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que no tiene mucho
de alto y nada de apartado. Lo que los evangelistas quieren indicar es otra
cosa. Están usando el frecuente simbolismo de la montaña como morada de Dios o
lugar de revelación divina. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la
morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los
israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un
prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una
montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca
verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la manifestación
gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos.
La visión
La presentación
de Mateo, muy parecida a la de Mc, aunque con ciertos cambios significativos,
es de una agilidad y rapidez asombrosas, que puede hacer que el lector no caiga
en la cuenta de todos los detalles significativos. En la visión hay cuatro
elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud: 1) la transformación del rostro
y las vestiduras de Jesús; 2) la aparición de Moisés y Elías; 3) la aparición
de una nube luminosa que cubre a los presentes; 4) la voz que se escucha desde
el cielo.
1) La
transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «sus vestidos
se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún
batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un
dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». No se trata de una luz que se
proyecta sobre Jesús, sino de una luz deslumbradora y maravillosa que brota de
su interior, transformando su rostro y sus vestidos; simboliza la gloria de
Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan
sorprendente.
2) «De pronto, se
les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran mediador
entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara; sin
Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su
religión. Elías es el profeta que salva a esa religión yahvista en su mayor
momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por
el influjo de la religión cananea; sin él, habría caído por tierra toda la obra
de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos
personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús),
es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están
siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa
de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra
a plenitud.
En este contexto,
las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple
despropósito. Generalmente nos fijamos en las tres chozas. Pero esto es simple
consecuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». En el contexto de las
anteriores intervenciones de Pedro resulta coherente con su intención de que
Jesús no sufra. Es mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y
Elías que tener que seguir a Jesús con la cruz.
3) «Todavía
estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y dijo una voz desde la
nube: Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadlo». Como en el Sinaí, la
presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la
que Dios habla (Ex 19,9).
4) Sus primeras palabras
reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de
Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un
imperativo: ¡Escuchadlo! Esta orden se relaciona con el anuncio
hecho por Jesús una semana antes a propósito de su pasión, muerte y
resurrección. A Pedro le provocó un gran escándalo, pero Jesús no dio marcha
atrás: «Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y
me siga». Dios Padre confirma que ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. ¡Escuchadlo!
El
descenso de la montaña
La orden de Jesús
de que no hablen de la visión hasta que él resucite se inserta en la misma
línea de la prohibición de decir que él es el Mesías. No es momento ahora de
hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de
la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo
de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.
Resumen
Este episodio no
está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los
apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de
su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores,
tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma
gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.
Todo esto supone
una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos
tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la
gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el
culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) al
escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo
más conforme al plan de Dios.
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