El primer domingo de Cuaresma se dedica siempre a
recordar el episodio de las tentaciones de Jesús. El relato más antiguo, el de
Marcos, es muy breve y misterioso. Mateo y Lucas lo completaron con las tres
famosas tentaciones que todos conocemos, y que empalman con el episodio del
bautismo, en el que la voz del cielo proclama: «Tú eres mi hijo amado, en quien
me complazco». ¿Cómo entiende Jesús su filiación divina? ¿Cómo un salvoconducto
para pasarlo bien y triunfar? Todo lo contrario. Inmediatamente después marcha
al desierto, y allí va a quedar claro cómo entiende su filiación.
En aquel tiempo,
Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y
después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió
hambre. El tentador se le acercó y le dijo:
-«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan
en panes.»
Pero él le contestó, diciendo:
-«Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo
lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
-«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
«Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para
que tu pie no tropiece con las piedras."»
Jesús le dijo:
-«También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."»
Después el diablo lo
lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria,
le dijo:
-«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús:
-«Vete, Satanás,
porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás
culto."»
Entonces lo dejó el
diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
Primera tentación
Partiendo del hecho normal del
hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. Es la
tentación de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel
repetidas veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final, cuando
Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por qué
tomó el Señor esa actitud: «(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y
después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el
hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).
En la experiencia del pueblo se
han dado situaciones contrarias de necesidad (hambre) y superación de la
necesidad (maná). De ello debería haber aprendido dos cosas. La primera, a
confiar en la providencia. La segunda, que vivir es algo mucho más amplio y
profundo que el simple hecho de satisfacer las necesidades primarias. En este
concepto más rico de la vida es donde cumple un papel la palabra de Dios como
alimento vivificador. En realidad, el pueblo no aprendió la lección. Su
concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras no estuviesen
satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la palabra de
Dios.
En el caso de Jesús, el tentador
se deja de sutilezas y va a lo concreto: «Si eres Hijo de Dios, di que las
piedras éstas se conviertan en panes». Jesús no necesita quejarse de pasar
hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo de Dios.
Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús tiene aprendida
desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: «Está
escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios
por su boca».
La enseñanza de Jesús en esta
primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a una sola idea.
Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio propio. Está la
idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de
forma casi subliminar, es la visión amplia y profunda de la vida como algo que
va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de
Dios.
Segunda tentación
La segunda tentación (tirarse
desde el alero del templo) también se presta a interpretaciones muy distintas.
Podríamos considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos
extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La multitud
congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo de
Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante. El tentador nunca
hace referencia a esa hipotética muchedumbre. Lo que propone ocurre a solas
entre Jesús y los ángeles de Dios. Por eso parece más exacto decir que la
tentación consiste en pedir a Dios pruebas que
corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados
a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos
de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5) y Acaz (Is
7,10-14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre espontáneos ante una
tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su
misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos
con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de
un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo
importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir
la tarea.
Jesús, a punto de comenzar su
misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en la promesa del Salmo
91,11-12 («a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te
llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en la piedra»), el tentador le
propone una prueba espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así
quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús no acepta esta
postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio: «No tentarás
al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase del Dt es más explícita: «No tentaréis al
Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá (Tentación)».
Contiene una referencia al episodio de Números 17,1-7. Aparentemente, el problema que allí se debate
es el de la sed; pero al final queda claro que la auténtica tentación consiste
en dudar de la presencia y la protección de Dios: «¿Está o no está con nosotros
el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre
una duda en la protección divina. Jesús no es así. Su postura supera con mucho
incluso a la de Moisés.
Tercera tentación
La tercera tentación, a tumba abierta
por parte del tentador, consiste en la búsqueda
del poder y la gloria, aunque suponga un acto de idolatría. No es la
tentación provocada por la necesidad urgente o el miedo, sino por el deseo de
triunfar. Jesús rechaza la condición que le impone Satanás citando Dt
6,13.
Para Mt, Jesús en el desierto es
lo contrario de Israel en el desierto. En la época del desierto, el pueblo
sucumbió fácilmente a las pruebas inevitables de la marcha: hambre, sed,
ataques enemigos. Dudaba de la ayuda de Dios, se quejaba de las dificultades.
Jesús, nuevo Israel, sometido a tentaciones más fuertes, las supera. Y las
supera, no remontándose a teorías nuevas ni experiencias personales, sino a
las afirmaciones básica de la fe de Israel, tal como fueron propuestas por Moisés
en el Deuteronomio. Los judíos contemporáneos de Mateo y de su comunidad no
tienen derecho a acusar a su fundador de no atenerse al espíritu más auténtico.
Jesús es el verdadero hijo de Dios, el único que se mantiene fiel a Él en todo
momento.
El problema de la historicidad
Pero el relato de Mt nos obliga a
plantearnos el problema de si trata hechos históricos o es ficticio. Porque el
diálogo con el tentador, el viaje a la ciudad santa y el otro a una montaña
altísima no parecen tener nada de histórico. El hecho de que las tentaciones en
Lc sean iguales, sólo que cambiando el orden, no significa nada.
Es interesante recordar que el
cuarto evangelio no contiene un episodio de las tentaciones, pero habla de
ellas a lo largo de la vida de Jesús. La más fuerte es la del poder, en el
momento en que los galileos quieren nombrar a Jesús rey. Y tentaciones muy
parecidas en su contenido, no en la forma, se repiten al final de la vida de
Jesús, en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz» (Mt
27,40). Estas tentaciones reflejan otro dato de gran interés: los tentadores
son los hombres, no Satanás.
Resumen
La tentación es un hecho real en
la vida de Jesús, a la que se vio sometida por ser verdadero hombre.
Mt ha recogido este tema para
dejarnos claro desde el principio cómo entiende Jesús su filiación divina: no como
un privilegio, sino como un servicio.
En el fondo, las tres tentaciones
se reducen a una sola: colocarse por delante de Dios, poner las propias
necesidades, temores y gustos por encima del servicio incondicional al Señor,
desconfiando de su ayuda o queriendo suplantarlo.
Las tentaciones tienen también un
valor para cada uno de nosotros y para toda la comunidad cristiana. Sirven para
analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y apetencias y nuestro
grado de interés por Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario