Cuando faltan pocos días para la Navidad, las
lecturas nos ofrecen tres ejemplos excelentes para vivir el sentido de esta
fiesta y un mensaje de esperanza.
En
aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo
de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el
saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu
Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el
fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá."
El ejemplo de Isabel: alabanza,
asombro, alegría
Aunque
en el relato del evangelio la iniciativa es de María, poniéndose en camino
hacia un pueblecito de Judá, los verdaderos protagonistas son Isabel, la única
que habla, y Juan, el hijo que lleva en su seno. A través de su reacción y sus
palabras expresa el evangelista Lucas los sentimientos que debe tener cualquier
cristiano ante la presencia de Jesús y María: alabanza (“¡Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”), asombro (“¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”), alegría (“la criatura
saltó de gozo en mi vientre”). Estos tres sentimientos se los inspira, según
Lucas, el Espíritu Santo; ya que generalmente no lo tenemos tan presente como
debiéramos, es este un buen momento para pedirle que infunda también en
nosotros eso mismos sentimientos.
El ejemplo de María: fe
Las
palabras de Isabel, que comienzan con una alabanza de María y de Jesús,
terminan con otra alabanza de María: “¡Bendita tú que has creído!” Y esto debe
hacernos pensar en la grandeza del misterio que celebramos. No es algo que se
pueda entender con argumentos filosóficos ni demostrar científicamente. Es un
misterio que exige fe. Y en ese camino misterioso, María se nos ofrece como
modelo.
El ejemplo de Jesús: cumplir la
voluntad de Dios (Hebreos 10,5-10)
Hermanos:
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni victimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: 'Aquí estoy yo
para hacer tu voluntad." Primero dice: "No quieres ni aceptas
sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias", que se
ofrecen según la Ley. Después añade: "Aquí estoy yo para hacer tu
voluntad." Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa
voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo,
hecha una vez para siempre.
En la mentalidad del pueblo, y de
gran parte del clero de Israel, lo más importante en la relación con Dios era
ofrecerle sacrificios de animales y ofrendas. En el fondo latía la idea de que
Dios necesita alimentarse como los hombres. Los profetas, y también algunos
salmistas, llevaron a cabo una dura crítica a esta mentalidad: lo que Dios
quiere no es que le ofrezcan un buey o un cordero, sino que se cumpla su
voluntad. Esta idea la recoge el autor de la Carta a los Hebreos y la pone en
boca de Jesús (“Aquí estoy para hacer tu voluntad”), completándola con otra
idea: los sacrificios de animales no tenían gran valor, había que repetirlos
continuamente. En cambio, cuando Jesús se ofrece a sí mismo, su sacrificio es
de tal valor que no necesita repetirse. Los sacrificios de animales pretendían
establecer la relación con Dios, sin conseguirlo plenamente. El sacrificio de
Jesús establece esa relación plena al santificarnos.
Al mismo tiempo, el ejemplo de Jesús
nos enseña a poner el cumplimiento de la voluntad de Dios por encima de todo,
de acuerdo con lo que repetimos a menudo: “Hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo”.
Un anuncio
Así
dice el Señor: "Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de
Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo
inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de
sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastorea con la fuerza
del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos,
porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra
paz.
La primera
lectura es un breve oráculo del libro de Miqueas, famoso porque lo cita el
evangelio de Mateo cuando los magos de Oriente preguntan dónde debía nacer el
Mesías. El texto se dirige a personas que han vivido la terrible experiencia de
la derrota a manos de los babilonios, el incendio de Jerusalén y del templo, la
deportación, la desaparición de la dinastía davídica. La culpa, pensaban
muchos, había sido de los reyes, los pastores, que no se habían comportado
dignamente y habían llevado a cabo una política funesta. En medio del desánimo
y el escepticismo, el profeta anuncia la aparición de un nuevo jefe, maravilloso,
que extenderá su grandeza hasta los confines del mundo y procurará la paz y la
tranquilidad a su pueblo. Pero no será como los monarcas anteriores, será un
nuevo David. Por eso no nacerá en Jerusalén, sino en Belén.
Complemento 1: sobre la visita
de María a Isabel
Desde un punto de vista puramente histórico hay detalles extraños
en este relato de Lucas. 1) María, embarazada, hace sola, sin la compañía de
José, un viaje de tres o cuatro días desde Nazaret hasta un pueblo de la
serranía de Judá cuyo nombre no se indica. Hoy día no sería muy raro; hace
veinte siglos, mucho. 2) María no se queda hasta que nace el hijo de Isabel; se
vuelve a Nazaret cuando su ayuda parece más necesaria.
Para comprender este relato hay que situarse en otra perspectiva.
Durante el siglo I, los discípulos de Juan Bautista se habían extendido hasta
la actual Turquía, y algunos de ellos se hicieron cristianos, según cuenta el
libro de los Hechos. Pero muchos de ellos pensarían que el importante era Juan,
que Jesús había ido a que lo bautizara. Y verían con cierto malestar cómo el
grupo de los discípulos de Jesús aumentaba mientras el de ellos perdía
importancia. En este contexto, la visita de María a Isabel adquiere un sentido
especial: pretende que los discípulos de Juan tengan los mismos sentimientos
que tuvieron Juan y su madre ante la presencia de Jesús: alabanza, asombro,
inmensa alegría.
Complemento 2: sobre el oráculo
de Miqueas
Aunque el texto es breve, el oráculo original era probablemente
más breve todavía: se limitaba a anunciar un jefe de Israel nacido en Belén,
que traería la paz y tranquilidad al pueblo. Esta promesa fue formulada en
tiempos del exilio. Pero pasaban los años y no se cumplía. Entonces, para
justificar el retraso, se añadieron unas extrañas palabras: “Los entrega hasta el tiempo en que la
madre dé a luz, y el resto de sus hermanos vuelva a los hijos de Israel.” Antes
de que aparezca el jefe es preciso tener un pueblo; hace falta que la madre
(Judá o Jerusalén, concebidas como mujer) dé a luz muchos hijos y que los que
habían sido deportados vuelvan a la tierra prometida. Cuando eso se cumpla, se
realizará la promesa de un jefe ideal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario