Domingo 34 Ciclo B
Fiesta de Cristo Rey
Como la
Iglesia siempre va por sus caminos, el próximo domingo termina el año
litúrgico, con más de un mes de anticipación al año civil. Los domingos posteriores
los dedicaremos a preparar la Navidad (tiempo de Adviento) y a celebrarla. Pero
ahora nos toca cerrar el año, y la Iglesia lo hace con la fiesta de Cristo Rey.
Motivo y sentido de la fiesta
No se trata
de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI en 1925. Por eso, cuando se
buscan imágenes de Cristo Rey en Internet, aparece una serie de estampitas
horribles, de pésimo gusto, en las que siempre lleva una corona en la cabeza.
En cambio, el arte románico y el gótico, cuando representan a Jesús en majestad
lo hacen como Maestro, con la mano derecha levantada en señal de enseñar, no
como Rey.
¿Por qué quiso Pío XI subrayar este
aspecto? Para comprenderlo hay que recordar la fecha de la institución de la
fiesta: 1925. La Primera Guerra Mundial ha terminado hace siete años. Alemania,
Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han
tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura
que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia
en 1917; la aparición del fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de
Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras
en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la
catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales
es terrible.
Ante esta situación, Pío XI no hace
un simple análisis socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y
piensa que la causa de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió,
fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de
la sociedad”; y que “no podría haber esperanza de paz duradera entre los
pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio
de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como
Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro
Señor”. Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas
primas, con la que instituye la fiesta.
La posible objeción es evidente: ¿se
pueden resolver tantos problemas con la simple instauración de una fiesta en
honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente?
Los noventa años que han pasado desde entonces demuestran que no.
Por eso, en 1970 se cambió el
sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo
anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año
litúrgico, como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la
persona y el mensaje de Jesús.
Ahora, la celebración no pretende
primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a
Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a
los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.
Las lecturas
La primera lectura, de Daniel,
anuncia el triunfo del Hijo del Hombre, que recibe el poder y la gloria.
Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he
aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia
el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y
reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un
imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.
La segunda, del Apocalipsis, nos
recuerda que la realeza de Jesús repercute en todos nosotros: nos ha convertido
en un reino de sacerdote.
Y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el primogénito
de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y
nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino
de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos.
Amén. Mirad, que viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le
traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Yo soy el Alfa
y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el
Todopoderoso.
La tercera, del evangelio de Juan,
ofrece una visión más crítica de la realeza. Jesús es rey, pero su reino no es
de este mundo. Y no ha venido a recibir honor y gloria, sino a dar testimonio
de la verdad. Un testimonio que le costará la vida.
Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a
Jesús y le dijo: "Eres tú el Rey de los judíos?" Respondió Jesús:
"Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de
mí?" Pilato respondió: "Es que yo soy judío? Tu pueblo y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí. Qué has hecho?" Respondió Jesús:
"Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente
habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es
de aquí." Entonces Pilato le dijo: "Luego tú eres Rey?"
Respondió Jesús: "Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la
verdad, escucha mi voz."
Reflexión personal
Generalmente
esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser mejores, a vivir de
acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. La fiesta de Cristo Rey exige
una actitud distinta. Lo importante no es aprender, sino felicitar, dar la
enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros. Al mismo tiempo, el sentido
primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que vivimos hoy de
problemas sociales, económicos y, sobre todo, político-militares como
consecuencia de los atentados de París. No podemos ser ingenuos en las
soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si el mundo viviese
de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.
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