El relato del evangelio consta de dos escenas: en
la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y
reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos
insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).
Los fariseos y Jesús
Desde allí se encaminó al
territorio de Judea al otro lado del Jordán. De nuevo concurrió a él la gente
y, según su costumbre, los enseñaba. Se acercaron unos fariseos y,
para ponerlo a prueba, le preguntaron:
‒ ¿Puede un hombre
repudiar a su mujer?
Les contestó:
‒ ¿Qué os mandó Moisés?
Respondieron:
‒ Moisés permitió escribir
el acta de divorcio y repudiarla.
Jesús les dijo:
‒ Porque sois obstinados
escribió Moisés semejante precepto. Pero al principio de la
creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre
a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una
carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo
que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.
La pregunta de los fariseos resulta
desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo
religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una institución divina
lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al hombre y a la mujer
para que se compenetren y complementen. Pero el judío sabe también que los
problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una
época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores
primordiales, se presta a graves conflictos.
Por
eso, desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad
del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un
privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone
en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero
no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su
nombre al divorcio».
La
ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula
lo siguiente:
«Si
uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo
vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...»
Un
detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el
varón puede repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene
su lógica, ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra (como
un televisor o un frigorífico), y que se puede devolver si no termina
convenciendo. Sin embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera
distinta de la nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es
indudable que unas personas podían ser más sensibles que otras al destino de la
mujer. Este detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús.
En
cualquier caso, la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos
judíos. Por consiguiente, la pregunta de los fariseos resulta desconcertante.
Cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su
mujer. Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy
cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen.
¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el
comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos
quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer
y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal:
ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.
La
reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a
poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza
con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os
mandó Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés
en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia
humana.
En el
Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego
de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola
carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a
quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva
familia.
Las
palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la
mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que
esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.
La
aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal
sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús
supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto
histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el
Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban
como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal
frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las
interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir
en contra de ese proyecto.
(Si
aplicamos este mismo criterio a la historia de la moral cristiana
comprenderemos su importancia: hay cosas que hoy se permiten o se mandan, pero
eso no significa que sean automáticamente buenas o mejores que la propuesta
inicial del evangelio.)
Los discípulos y Jesús
Entrados en casa, le preguntaron
de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
‒ Quien repudia a su mujer
y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se
divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.
Esta escena saca las conclusiones
prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se
divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y
se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de
que la mujer se divorcie, cosa que no contemplaba la ley judía, pero sí la
romana. Por eso, algunos
autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la
comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III
a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.
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