El domingo anterior, la
parábola de los viñadores homicidas terminaba diciendo que la viña sería
consignada «a un pueblo que produzca sus frutos» (v.43). Algo parecido afirma
la parábola de hoy, la de los invitados al banquete, que nos ha llegado a
través de Mateo y Lucas. Para comprender el enfoque de Mateo considero esencial
tener en cuenta no sólo el texto de Isaías sino también el de Lucas.
El punto de
partida: un festín de manjares suculentos (1ª lectura)
La parábola de los invitados a la boda se inspira en un
poema del libro de Isaías a propósito del gran banquete que Dios organizará “en
este monte”, Jerusalén, que supondrá la alegría, la salvación y la victoria
sobre la muerte para todos los pueblos.
Aquel día,
el Señor de los ejércitos preparará para todos los
pueblos, en este monte,
un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de
solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país.
Aquel día se dirá:
«Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos
salvara;
celebremos y gocemos con su salvación.
La mano del Señor se posará sobre
este monte.»
La
reinterpretación irónica de Lucas (Lc 14,15-24)
El texto de Isaías podía provocar en cualquiera el
sentimiento que pone Lucas en boca de un oyente de Jesús: «¡Dichoso el que coma
en el Reino de Dios!». Entonces Jesús, con gran dosis de ironía y realismo,
cuenta una parábola que podemos dividir en dos actos:
Acto I:
ü un hombre organiza un gran banquete;
ü envía a un
criado a llamar a los invitados;
ü los
invitados se excusan de buena manera.
Acto II:
ü El hombre,
irritado, manda al criado a invitar al banquete a pobres, lisiados, ciegos y
cojos;
ü el criado
obedece, pero todavía sobra sitio;
ü el hombre
vuelve a enviarlo «hasta que se llene la casa».
Moraleja:
«Ninguno de
aquellos invitados probará mi banquete».
En la versión de Lucas, la parábola contada por Jesús
explica por qué en la comunidad cristiana (el banquete) no están los que cabría
esperar (los judíos), sino otros (los paganos). Del optimismo exagerado de
Isaías pasamos al terrible realismo con que Jesús enfoca siempre las
cuestiones.
La
reinterpretación más dura y crítica de Mateo
La versión de Lucas podía suscitar en las comunidades
cristianas un sentimiento de satisfacción y de falsa seguridad. Para evitarlo, Mateo
añade una última escena e introduce también interesantes cambios; los dos actos
se convierten cuatro:
«El
reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó
criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir.
Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo
preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto.
Venid a la boda. " Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a
sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y
los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas,
que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a
sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la
merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis,
convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a
todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de
comensales.
Cuando
el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de
fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de
fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:
"Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y
pocos los escogidos.»
Acto I:
ü Un rey invita a la boda de su
hijo;
ü envía criados
(en plural);
ü los invitados
no quieren ir.
Acto II:
ü El rey vuelve
a enviar criados;
ü los
invitados no hacen
caso a los criados e incluso matan a algunos de ellos;
ü el rey mata
a los asesinos y prende fuego a su ciudad.
Acto III:
ü El rey manda
a recoger a por las calles a todo, malos y buenos;
ü La sala se
llena de comensales.
Acto IV:
ü El rey
descubre a un comensal sin traje de fiesta;
ü manda
expulsarlo del banquete.
Moraleja:
«Hay más llamados que escogidos».
Mateo ha reinterpretado la parábola a la luz de los
acontecimientos posteriores y en clara polémica con las autoridades religiosas
judías.
En el Acto I, el protagonista no es un hombre cualquiera,
sino un rey (Dios), que celebra la boda de su hijo (Jesús). Y no envía a un
solo criado, sino a muchos (referencia a los antiguos profetas y a los
misioneros cristianos). Los invitados, en vez de excusarse de buena manera,
como en Lucas, simplemente no quieren ir.
Entonces introduce Mateo un acto nuevo (II), donde la
invitación del rey encuentra una oposición mucho mayor (incluso llegan a matar
a algunos criados) y la reacción del monarca es terrible, porque manda su
ejército a acabar con los asesinos y a prender fuego a la ciudad (destrucción
de Jerusalén por los romanos en el año 70).
El Acto III también representa una novedad con respecto a
Lucas: no se invita a pobres, lisiados, ciegos y cojos, sino a todos, buenos y
malos. El enfoque socio-económico de Lucas (en el banquete entran los
marginados sociales) lo sustituye Mateo por el moral (todo tipo de personas).
Pero Mateo añade un nuevo Acto, el IV, que es la que más
le interesa: un invitado se presenta sin vestido de boda y es echado fuera.
Con estos cambios, la parábola explica por qué la
comunidad cristiana está compuesta de personas tan imprevisibles y, al mismo tiempo,
contiene un toque de atención para todas ellas. En el Reino de Dios puede
entrar cualquiera, bueno o malo. Pero, si se acepta la invitación, hay que
presentarse dignamente vestido.
Ni frac ni maxifalda
Para entrar en una mezquita hay que descalzarse. Para
entrar en una sinagoga hay que cubrirse la cabeza. Para entrar en cualquier
iglesia se aconseja o exige un vestido digno. Pero el vestido del que habla la
parábola no se mide en centímetros ni se debe caracterizar por su elegancia. Es
una forma de comportarse con Dios y con el prójimo. O, utilizando una metáfora
de san Pablo, hay que vestirse de nuestro Señor Jesucristo. No es un disfraz.
Es un modo de vivir y de actuar que recuerde a los demás, dentro de lo posible,
como él vivió y actuó.
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