Marcos ha presentado a Jesús recorriendo Galilea para anunciar la buena noticia del reinado de Dios. Pero no ha dicho nada de cómo reaccionaba la gente. Sabemos que cuatro muchachos, atraídos por su persona, lo dejan todo para seguirlo. ¿Y el resto? El evangelio de hoy constata dos reacciones opuestas: la mayoría de la gente se asombra de la autoridad de Jesús y de su poder sobre los espíritus inmundos; pero estos se rebelan inútilmente contra él.
El asombro de la gente
Marcos nos sitúa en uno de los pueblos más importantes de Galilea, Cafarnaúm, nudo de comunicaciones con Damasco. Un sábado, Jesús entra en la sinagoga y enseña. Marcos no se detiene a concretar su enseñanza. Lo que le interesa es la reacción del auditorio.
En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
«Con autoridad, no como los escribas». La idea es curiosa, porque los escribas no eran gente impreparada e ignorante, que decían cualquier tontería para salir del paso. Tenían una larga y profunda formación. Pero, en opinión de la gente, enseñaban sin autoridad, incapaces de tener una idea propia, de aportar algo nuevo. Jesús, en cambio, los asombra por esa autoridad. ¿Qué dijo para suscitar esa impresión? Marcos no lo concreta, porque su táctica consiste en despertar la curiosidad del lector y animarlo a seguir leyendo.
El rechazo de un pobre diablo
No todos están de acuerdo con lo escuchado. Hay uno que reacciona en contra: un endemoniado. En realidad, se trata de un pobre diablo. No opone resistencia. Sólo puede protestar, reconocer que los suyos están derrotados y abandonar, retorciéndose y huyendo, el campo de batalla.
Había precisamente en la
sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
̶ ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno?
¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Jesús lo increpó:
̶ Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él.
Espíritus
inmundos y demonios forman, en la concepción dramática de Mc, el ejército de
Satanás. Las palabras que pronuncia el espíritu condensan el misterio de Jesús y de su actividad.
El que aparentemente es solo un hombre natural de Nazaret llamado Jesús es, en
realidad, «el Santo de Dios». Este título es muy raro. Solo se encuentra aquí,
en el texto paralelo de Lucas, y en el evangelio de Juan, cuando Pedro, después
de que muchos abandonen a Jesús, afirma: «Nosotros hemos creído y reconocemos
que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,69). Lo que Pedro y los demás discípulos
han terminado creyendo, superando una gran prueba de fe, el endemoniado lo sabe
de entrada. Descubrir el misterio de Jesús será una de las misiones del lector
del evangelio.
En cuanto a su
actividad, la pregunta del endemoniado la deja claro: ha venido a acabar con
los demonios y con el poder de Satanás. Al lector moderno le resulta un
lenguaje extraño. Prefiere hablar de lucha contra el mal, de victoria del bien
sobre las fuerzas del mal. Pero Marcos se mueve en otras coordenadas culturales
y religiosas.
Aparece por primera vez, en este contexto, una idea que se repetirá muchos en Mc: Jesús impone silencio al espíritu, prohibiéndole hacer pública su verdadera identidad.
La guerra contra Satanás y los espíritus inmundos
Marcos
concibe su evangelio como una guerra entre el bien y el mal. Inmediatamente
después del bautismo, Jesús es impulsado por el Espíritu al desierto, y allí es
tentado por Satanás, mientras los ángeles le sirven. Marcos no cuenta ninguna
de las famosas tentaciones. Se limita a presentar a los dos adversarios en
lucha: Jesús y Satanás. Y esa guerra continúa con una batalla, vencida
fácilmente por Jesús, contra un soldado de Satanás.
Ya que nuestra idea del demonio está muy
marcada por ideas posteriores, recuerdo que en el evangelio de Marcos los
espíritus inmundos aparecen con dos rasgos principales: a) Sirven para explicar
casos muy complicados para la medicina de la época. b) Expresan la oposición
radical al plan de Dios y a la actividad de Jesús.
Marcos dejará claro a lo largo de su evangelio que los enemigos más peligrosos de Jesús no son los demonios sino los hombres. Serán ellos quienes terminen matándolo.
Admiración final
Todos se preguntaron estupefactos:
̶ ¿Qué es esto? Una
enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos
y lo obedecen.
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Tras la huida del demonio, el protagonismo pasa a los presentes en la sinagoga. Antes se admiraron de la autoridad con la que enseña Jesús. Ahora se quedan estupefactos al ver que, además, tiene también poder sobre los espíritus inmundos. Y se preguntan: “¿Qué es esto?” ¿Qué está ocurriendo aquí?
¿Un profeta como Moisés? (Deuteronomio 18,15-20)
Lo que
ocurre es el cumplimiento de algo pedido por los israelitas muchos siglos
antes. En el monte Sinaí, donde piensan que Dios se comunica a través de
truenos y del incendio de un volcán, muertos de miedo le piden a Moisés que
Dios no le hable directamente. Moisés les promete que lo hará a través de un
profeta como él. E indica dos condiciones: 1) el pueblo deberá escuchar
al profeta; en caso contrario se le pedirá cuenta; 2) el profeta debe
decir lo que Dios le mande, no lo que se invente, ni hablar en nombre de otros
dioses.
La relación con el evangelio es clara: 1) el profeta esperado es Jesús, aunque no será semejante a Moisés, sino muy superior a él. 2) El auditorio de Cafarnaúm, en su mayoría, escucha a Jesús, se admira de su enseñanza y lo alaba; hay uno, el poseído por un espíritu inmundo, que se opone, y es castigado. 3) Queda una duda: ¿enseña Jesús lo que Dios le manda? Marcos no lo dice, sólo insiste en que enseña con autoridad, algo que no tienen los escribas. El contenido de su predicación será lo que divida más tarde a los oyentes de Jesús: unos lo considerarán un auténtico profeta, que habla en nombre de Dios; otros, un hereje, un blasfemo y un endemoniado.
Moisés habló al pueblo,
diciendo:
El Señor, tu Dios, te suscitará
de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo
escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la
asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver
más ese gran fuego, para no morir».
El Señor me respondió: «Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá."
¿Cuál será nuestra reacción?
Marcos ha presentado dos reacciones muy opuestas ante la persona y la actividad de Jesús: admiración y rechazo. Con ello queda claro lo que espera de cada uno de sus lectores. Decía un pensador griego que «el asombro llevó a los hombres a filosofar». Marcos, de forma parecida, sugiere que la admiración es el punto de partida para creer en Jesús. Poco a poco, la pregunta de la gente «¿qué es esto?» se convertirá en «¿quién es éste?».
«No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 94)
El salmo ha sido
elegido por su relación con la primera lectura, en la que Dios exige escuchar
al profeta que hable en su nombre, y el salmista nos exhorta: «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor».
También es fácil
relacionar el salmo con el evangelio. El poseído por el espíritu inmundo
endurece su corazón, rechaza a Jesús. Nosotros debemos aclamar al que nos
salva, darle gracias y escuchar su voz.