jueves, 28 de diciembre de 2023

Fiesta de la Sagrada Familia (31 de diciembre 2023) y Fiesta de Santa María (1 de enero 2024)

 Fiesta de la Sagrada Familia

 


Dos lecturas que encajan

En una fiesta de la Sagrada Familia, esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así ocurre con las dos primeras.

El libro del Eclesiástico insiste en el respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay también que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.

Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados. 

La carta a los Colosenses ha sido elegida por los consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los padres. En la cultura del siglo I debían resultar muy “progresistas”. Hoy día, el primero de ellos provoca la indignación de muchas personas: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.” Cuando se conoce la historia de aquella época resulta más fácil comprender al autor.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21

Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

Un evangelio atípico

Si san Lucas hubiera sabido que, siglos más tarde, iban a inventar la Fiesta de la Sagrada Familia, probablemente habría alargado la frase final de su evangelio de hoy: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Pero no habría escrito la típica escena en la que san José trabaja con el serrucho y María cose sentada mientras el niño ayuda a su padre. A Lucas no le gustan las escenas románticas que se limitan a dejar buen sabor de boca.

Como no escribió esa hipotética escena, la liturgia ha tenido que elegir un evangelio bastante extraño. Porque, en la fiesta de la Sagrada Familia, los personajes principales son dos desconocidos: Simeón y Ana. A José ni siquiera se lo menciona por su nombre (sólo se habla de “los padres de Jesús” y, más tarde, de “su padre y su madre”). El niño, de sólo cuarenta días, no dice ni hace nada, ni siquiera llora. Sólo María adquiere un relieve especial en la bendición que le dirige Simeón, que más que bendición parece una maldición gitana.

Sin embargo, en medio de la escasez de datos sobre la familia, hay un detalle que Lucas subraya hasta la saciedad: cuatro veces repite que es un matrimonio preocupado con cumplir lo prescrito en la Ley del Señor. Este dato tiene enorme importancia. Jesús, al que muchos acusarán de ser mal judío, enemigo de la Ley de Moisés, nació y creció en una familia piadosa y ejemplar. El Antiguo y el Nuevo Testamento se funden en esa casa en la que el niño crece y se robustece.

La misma función cumplen las figuras de Simeón y Ana. Ambos son israelitas de pura cepa, modelos de la piedad más tradicional y auténtica. Y ambos ven cumplidas en Jesús sus mayores esperanzas.

Lectura del evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: - «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: - «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

 

Sorpresa final

Las lecturas de hoy, que comenzaron tan centradas en el tema familiar, terminan centrando la atención en Jesús. Con dos detalles fundamentales:

1. Jesús es el importante. La escena de Simeón lo presenta como el Mesías, el salvador, luz de las naciones, gloria de Israel. Ana deposita en él la esperanza de que liberará a Jerusalén. José y María son importantes, pero secundarios.

2. Jesús es motivo de desconcierto y angustia. Lo que Simeón dice de él desconcierta y admira a José y María. Pero a ésta se le anuncia lo más duro. Cualquier madre desea que su hijo sea querido y respetado, motivo de alegría para ella. En cambio, Jesús será un personaje discutido, aceptado por unos, rechazado por otros; y a ella, una espada le atravesará el alma. Lucas está anticipando lo que será la vida de María, no sólo en la cruz, sino a lo largo de toda su existencia.


Fiesta de Santa María, Madre de Dios



Hacía el año 500 comenzó a celebrarse en las iglesias orientales una fiesta de Santa María, Madre de Dios. La iglesia católica romana la aceptó, y fijo su celebración el 11 de octubre; en 1970 la trasladó al 1 de enero, para relacionarla más estrictamente con la Navidad y comenzar el año poniéndolo bajo la protección de María. Pero el 1 de enero se cumplen los ocho días desde el nacimiento; por eso el evangelio termina haciendo referencia a la circuncisión de Jesús.

¡Feliz Año Nuevo! (Números 6,22-27) 

A pesar de lo dicho sobre la Virgen, el saludo que más se repetirá el 1 de enero será: ¡Feliz Año Nuevo! ¿Qué nos deseamos? ¿Salud, dinero y amor, como dice la canción? ¿Quién nos va a garantizar algo de eso? ¿Y si ocurre algo muy distinto, incluso lo contrario? La primera lectura de hoy, tomada del libro de los Números (en hebreo tiene un título más bonito: “En el desierto”), ofrece unas pistas muy buenas:

El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.» 

Ante todo, hay alguien que garantiza lo bueno que deseamos: el Señor. Dos veces se lo nombra, y los seis verbos de la bendición lo tienen como sujeto. Podemos agrupar las peticiones en dos bloques: 1) El Señor te bendiga, ilumine su rostro sobre ti, se fije en ti. 2) Te proteja, te conceda su favor, te conceda la paz.

El primer bloque se refiere a la actitud de Dios con cada uno de nosotros. Cabrían tres posibilidades: que nos bendijera, que nos mostrase un rostro airado, que se desinteresase de nosotros. Se pide su bendición, su actitud benévola, su interés.

El segundo bloque indica los tres grandes regalos: no son salud, dinero y amor, sino protección, favor y paz. A alguno le resultará demasiado etéreo. Preferirá cosas más concretas. Pero, en la práctica, cuando el año nos enfrente a situaciones difíciles, no habrá nada mejor que la protección, el favor y la paz de Dios.

De esclavos a hijos (Gálatas 4,4-7)

Hermanos:

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su hijo nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Cómo sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. 

El texto se ha elegido porque es el único de las cartas de Pablo que hace referencia a María («nacido de una mujer»). Pero se relaciona perfectamente con el anterior del libro de los Números. Pedía la bendición de Dios, su benevolencia, y el Señor responde enviando a su Hijo para liberarnos de la esclavitud y convertirnos en hijos suyos y herederos.

Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21)

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.

María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.           

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes: 

ü  Empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Los pastores simbolizan la “política incorrecta” de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos. Se comunica a unos pastores que, en la escala social de aquel tiempo, ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Sin embargo, esta gente tan poco digna socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: “Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla.”

ü  Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores. 

ü  Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Pero, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús. 

Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año.

 La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida.

En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía 

El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. La liturgia abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.

 


jueves, 21 de diciembre de 2023

Tres mensajeros, tres promesas, y un misterio. Domingo 4º de Adviento. Ciclo B

  


A las puertas de la Navidad, en las tres lecturas de este domingo podemos ver a tres mensajeros con tres promesas distintas y un misterio de fondo.

Primer mensajero (Natán) y primera promesa (a David)

(2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16)

            Al final de numerosas aventuras, David se ha convertido en rey del Norte y del Sur, de Israel y Judá. Ha conquistado una ciudad, Jebús (Jerusalén) que le servirá de capital. Se ha construido un palacio. Y ahí es donde comienzan los problemas. Mientras se aloja cómodamente en sus salas, le avergüenza ver que el arca de Dios, símbolo de la presencia del Señor, está al aire libre, protegida por una simple tienda de campaña. Decide entonces construirle una casa, un templo. El profeta Natán está de acuerdo. Dios, no. Será Él quien le construya a David una casa, una dinastía. A su heredero lo tratará como un padre a su hijo. «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre».

            En esta antigua promesa se basa la esperanza mesiánica. Vendrán crisis políticas, morirán reyes judíos asesinados, terminará desapareciendo la monarquía cuando los babilonios deporten a los últimos reyes. Pero algunos grupos siempre mantendrán la certeza de que Dios no ha abandonado a David y le suscitará un descendiente, concebido con rasgos cada vez más grandiosos.


Cuando el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:

̶  Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda.

Natán dijo al rey:

̶  Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo.

Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:

̶  Ve y habla a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía? Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa. En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre. 

Segundo mensajero (Gabriel) y segunda promesa (a Israel) (Lucas 1,26-38)

El anuncio de Gabriel a María es como un cuadro que solo comprendemos bien cuando lo comparamos con otro situado a su izquierda: el anuncio de Gabriel a Zacarías. Contemplando las diferencias captamos mejor su mensaje.

1) El anuncio a Zacarías tiene lugar en el espacio sagrado del templo, el de María, en un pueblecillo desconocido de Galilea, de doscientos habitantes.

2) Gabriel se aparece a un anciano venerable, casado con una mujer muy piadosa, los dos israelitas modélicos; luego Dios lo envía a una pareja joven, todavía sin casar, de los que no se menciona ninguna virtud.

3) En el primer caso, el protagonista es un varón (Zacarías); en el segundo, una muchacha (María).

4) A Zacarías se le aparece provocándole un miedo sagrado; a María la saluda con palabras tan elogiosas que se siente turbada y sorprendida.

5) En ambos casos se anuncia el nacimiento de un niño, pero con enormes diferencias entre ellos: Juan será un profeta, al estilo de Elías, y su misión consistirá en preparar al pueblo; Jesús será un rey que gobernará en la Casa de David eternamente. A menudo se pasa por alto el fuerte contenido político de las palabras relativas a Jesús: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Si tenemos en cuenta que «Hijo del Altísimo» no significa «Segunda persona de la Santísima Trinidad», sino que es un título del rey de Israel, las palabras de Gabriel repiten insistentemente la idea de la realeza de Jesús. Pero su reino no es universal, se limita a «la casa de Jacob».

6) En ambos casos, el nacimiento parece imposible: Zacarías e Isabel son ancianos; María no ha tenido relaciones con José. [La traducción habitual: “no conozco varón” se presta a malentendido, ya que María conoce a José, es su novio; lo que quiere decir es «no he tenido relaciones sexuales con ningún hombre».]

7) Ante esa dificultad, Zacarías pide una garantía de que eso pueda ocurrir [algo que solo se percibe claramente en el texto griego: kata. ti, gnw,somai tou/toÈ]; María se limita a formular una pregunta: «¿Cómo puedo quedarme embarazada si no he tenido relaciones con un hombre?» [pw/j e;stai tou/to( evpei. a;ndra ouv ginw,skwÈ].

8) En consecuencia, mientras Zacarías queda mudo hasta el día del nacimiento de Juan, María es la que pronuncia la última palabra: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Esta frase sintetiza la actitud de María en toda su vida y, al mismo tiempo, la presenta al cristiano como modelo de disponibilidad absoluta.

 

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:

̶  Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:

̶  No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel:

̶  ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?

El ángel le contestó:

̶  El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

María contestó:

̶  He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel se retiró.

Tercer mensajero (Pablo) y tercera promesa (al mundo entero) (Rom 16,25-27)

            Pablo no ha visitado todavía Roma cuando escribe su carta a los romanos. Pero tiene una larga experiencia de apostolado y de reflexión. Sobre todo, ha tenido una experiencia fundamental en el momento de su vocación: el Mesías Jesús no ha sido destinado por Dios solo al pueblo de Israel, sino a todas las naciones.

           

Hermanos:
Al que puede consolidaros según mi Evangelio y el mensaje de Jesucristo que proclamo, conforme a la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora mediante las Escrituras proféticas, dado a conocer según disposición del Dios eterno para que todas las gentes llegaran a la obediencia de la fe; a Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

El misterio

Desde David hasta Pablo se recorre un largo camino y la perspectiva se abre de modo asombroso: lo que comenzó siendo la promesa a un rey, más tarde a un pueblo, termina siendo la promesa al mundo entero. Como dice la segunda lectura, esta es «la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos».

Tres reacciones a tres mensajeros

            ¿Cómo reaccionan los interesados antes los mensajes que reciben?

            La respuesta de David no la recoge la lectura, pero es una extensa oración de alabanza y acción de gracias por la promesa que Dios le hace (2 Samuel 7,18-29).

           María reacciona con aceptación y fe. No imagina los momentos tan duros que tendrá que aceptar por causa de Jesús («una espada te atravesará el alma») ni la cantidad de fe que necesitaría cuando vea a su hijo criticado y condenado por terrorista y blasfemo.

         La reacción de Pablo, la que desea inculcar a sus lectores romanos, es cantar la sabiduría y la gloria de Dios a través de Jesucristo.

 

jueves, 14 de diciembre de 2023

Preparación a la Navidad en tres actos. Domingo 3º de Adviento. Ciclo B.

  

Yo soy la voz que clama en el desierto.

La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios»; san Pablo pide a los tesalonicenses: «Estad siempre alegres». Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos. 

Acto primero

Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de profunda tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: «El Espíritu del Señor está sobre mí». Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: «daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor».

Poco a poco, la luz que solo iluminaba el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: «Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos».

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Acto segundo

En el centro del escenario, un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.

̶  Guardaos de toda forma de maldad.

̶ No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos.

Pablo lo mira extrañado.

̶ ¿Los has ido contando?

̶ Claro. Los seis anteriores han sido: «Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno». Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección.

̶ ¿Cuál de esos consejos te viene mejor?

El muchacho se queda releyéndolos y pensando mientras cae el telón.

 

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Acto tercero

 Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?

Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: «No soy el Mesías». «No lo soy». «No». Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. «Yo solo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberíais buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo».

Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.

Juan mira a sus discípulos y les comenta: «Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa saber quién es el que viene detrás de mí».


Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»

Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»

Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»

El dijo: «No lo soy.»

«¿Eres tú el Profeta?»

Respondió: «No.»

Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»

Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»

Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Crítica del periódico

Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero, de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.

jueves, 7 de diciembre de 2023

Tres caminos hacia Jesús. Domingo 2º de Adviento. Ciclo B

            El camino poético (Isaías 40,1-5.9-11)

            Hacia el año 540 a.C., los judíos llevaban medio siglo desterrados en Babilonia. Años duros, de grandes sufrimientos, de ansia de libertad y de vuelta a la patria. Esa buena noticia es la que anuncia el profeta. Pero el largo camino, a través de zonas a menudo inhóspitas, puede asustar a muchos y desanimarles de emprender el viaje. Entonces, una voz misteriosa, da la orden, no se sabe a quién, de preparar el camino al Señor. No se dirige a hombres, porque la labor que realizarán es sobrehumana: construir en el desierto una espléndida autopista, allanando montes y colina, rellenando valles. Por ella volverá el pueblo judío, acompañado de su Dios, como un pastor apacienta a su rebaño.

Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.

Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la boca del Señor».

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho, hace recostar a las madres».

         El camino ético (Qumrán)

         Con el tiempo, la idea de preparar un camino al Señor en el desierto adquirió un sentido nuevo: a mediados del siglo II a.C., un grupo de sacerdotes y seglares judíos, descontentos con el comportamiento de los sumos sacerdotes de Jerusalén y de las costumbres paganas que se estaban introduciendo, recordando el texto del libro de Isaías, decide retirarse al desierto de Judá y allí, en Qumrán, fundar una especie de comunidad religiosa. En el desierto preparan el camino del Señor. Ya no se trata de un camino poético, sino de una conducta conforme a la Ley del Señor. (En hebreo, derek puede significar “camino” y “forma de conducta”, igual que way en inglés).

        El camino del Señor Jesús (Marcos 1,1-8)

        Esta misma interpretación del texto de Isaías es la que aplica el evangelio a Juan Bautista. También él marcha al desierto a preparar un camino. A primera vista parece tratarse de un camino ético, como en Qumrán, ya que Juan exhorta a la conversión y al bautismo para el perdón de los pecados. Pero sus palabras dejan claro que prepara el camino a una persona más poderosa que él y que trae un bautismo superior al suyo: Jesús.

Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti el cual preparará tu camino. Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos»; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:

-Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero é1 os bautizará con Espíritu Santo.

          Lugar. «En el desierto». ¿Por qué no predica Juan en Jerusalén, o en alguna ciudad, como Hebrón o Jericó? Si recordamos las tensiones religiosas y políticas que se produjeron en Israel desde el siglo II a.C., el hecho de que Juan predique en el desierto significa que pertenece a un grupo de oposición, que mira con malos ojos al clero de Jerusalén. El Reino de Dios no se puede anunciar en el templo, ni en la ciudad santa. Tiene que ser en un ambiente distinto, al margen de la religión institucional. Y el signo de la conversión no serán sacrificios de animales, sino el reconocimiento de los pecados y el bautismo.

          Actividad bautismal. Bautizar significa en griego «lavar». Es lo que hacen los fariseos y la mayor parte de los judíos cuando vuelven de la plaza: «no comen si no se lavan/bautizan totalmente» (Mc 7,4).   Juan se dedica a lavar, no copas, jarras y ollas (ver Mc 7,4), sino personas. Lógicamente, lo hace con agua, por eso actúa junto al río Jordán. ¿De dónde le viene esa idea? El profeta Ezequiel, dirigiéndose a los deportados en Babilonia y en otros países, les promete en nombre de Dios que volverán a la patria, y allí: «Os rociaré con un agua pura que os purificará, de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar» (Ez 36,25). En Israel existían desde antiguo ritos de purificación, pero a comienzos del siglo I estaban especialmente difundidos entre los fariseos y en la comunidad de Qumrán. La novedad que introduce Juan es que no se trata de un rito que se repite varias veces al día (como en Qumrán) sino de un rito único, acompañado de la confesión de los pecados, y supone un cambio de vida.

          Respuesta de la gente. La distancia del desierto y la extraña personalidad de Juan no desanima a la gente. Acude a él toda la región de Judea e incluso los habitantes de Jerusalén. El hecho de que estos se desplacen al desierto para escucharlo significa que encuentran en él algo que no encuentran en los dirigentes religiosos. Se trata de una crítica velada que el evangelista no desarrolla, solo sugiere. 

           La gente acudía para recibir el bautismo tras confesar sus pecados. No sabemos cómo hacían esta confesión. En la Biblia encontramos confesiones individuales y comunitarias. David confiesa su pecado cuando el profeta Natán lo acusa de haber cometido adulterio con Betsabé y de haber asesinado a su marido Urías. En estos hechos se inspira el autor del famoso salmo 50: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa». El rey Ajab reconoce haber pecado permitiendo que su mujer ordenase la muerte de Nabot. Pero no sabemos cómo confesaba la gente sus pecados ante Juan.

          Tampoco sabemos con exactitud cómo realizaba Juan el bautismo. Poco después se cuenta que Jesús, tras ser bautizado, «subió del agua». Esto sugiere que el bautizando entraba en el río.

           Forma de vida de Juan. En el evangelio no se habla generalmente del modo de vestir de una persona ni de su forma de alimentarse. De Juan se dice que su vestido era de piel de camello, tenía un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. El vestido recuerda al del profeta Elías, que «llevaba una piel ceñida con un cinto de cuero» (2 Re 1,8). Este simple detalle basta para que el lector piense en el cumplimiento de lo anunciado por Malaquías: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible» (Mal 3,23). El alimento a base de saltamontes y miel silvestre carece de paralelo en el Antiguo Testamento, pero recuerda al grupo de los recabitas, más radicales que los vegetarianos, enemigos de la cultura agrícola porque supone impetrar la ayuda de los dioses paganos para que concedan la lluvia y la fecundidad de la tierra. En cualquier caso, Juan se opone al lujo en la comida y el vestido, típicos de la clase alta y del sacerdocio jerosolimitano. No hacen falta vestidos lujosos para preparar el camino al Señor ni una comida abundante para mantenerse en forma. ¿Será esta forma de vestir y de alimentarse un modelo para Jesús? Marcos dejará claro más adelante que no.

          Mensaje. Aunque al principio dice Marcos que Juan predica un bautismo de conversión, al final añade unas palabras a propósito de Jesús, sin nombrarlo expresamente. Se limita a considerarlo superior a él («no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias») y anuncia que trae un bautismo mucho más importante: él bautiza con agua, el que viene bautizará con Espíritu Santo. La fórmula «bautizar con Espíritu Santo» debe pertenecer a la catequesis primitiva porque aparece en los textos más diversos (Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; Hch 11,16). En el contexto de Marcos, el sentido parece ser: yo os limpio simplemente con agua; mi bautismo se queda en lo exterior; el que viene os limpiará interiormente con el don del Espíritu Santo.

           Juan establece una interesante relación entre el poder del que vendrá y el Espíritu Santo, que también se encuentra en los Salmos de Salomón, de origen fariseo. Hablando del rey descendiente de David que salvará a su pueblo dice: «No se debilitará durante toda su vida, apoyado en su Dios, porque el Señor lo ha hecho poderosos por el espíritu santo» (SalSal 17,37). La relación entre Jesús y el Espíritu quedará mucho más clara en el episodio del bautismo.

          Esperad y apresurad la venida del Señor (2 Pedro 3, 8-14)

          A mediados y finales del siglo I, muchos cristianos empezaron a sentirse desconcertados. Les habían repetido que la vuelta del Señor y el fin del mundo eran inminentes. Sin embargo, pasaban los años y el Señor no volvía. El autor de la 2ª carta de Pedro (que no es san Pedro) sale al paso de esta inquietud, ofreciendo una respuesta que, después de veinte siglos, no convence demasiado: el Señor no se retrasa, sino que nos da un plazo para que podamos convertirnos. El autor mantiene la postura tradicional de que la llegada del Señor y el fin del mundo será algo repentino, inesperado. Y en vez de quejarnos de que el Señor se retrasa, debemos «esperar y apresurar la venida del Señor». Además, el fin del mundo será el comienzo de un nuevo cielo y una nueva tierra, y hay que prepararse para recibirlos llevando una vida santa y piadosa, en paz con Dios, inmaculados e irreprochables.

No olvidéis una cosa, queridos míos: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión. Pero el día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados, y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto. Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios!

Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia. Por eso, queridos míos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, intachables e irreprochables.

         Una ética basada en Jesús

         La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con el camino que lleva a Jesús: Juan Bautista lo relaciona con la primera venida; la carta de Pedro, con la segunda. La liturgia nos indica que el Adviento no es época de espera pasiva, como quien espera que empiece la película: hay que comprometerse activamente. Y ese compromiso debe basarse en el recuerdo de la venida del Señor y en la esperanza de su vuelta.