Esto es lo que ocurre a los nuevos protagonistas que presenta el evangelio de Mateo. Hasta este momento, sacerdotes y “ancianos” (equivalentes a nuestros senadores) no han desempeñado papel alguno. Jesús no ha tenido contacto con ellos en Galilea. Pero ahora, cuando la liturgia, en un vuelo asombroso, nos traslada a Jerusalén durante el lunes santo, se presentan ante Jesús pidiéndole cuentas de lo que ha hecho el día antes, cuando purificó el templo, expulsando a mercaderes y cambistas, y curó en el recinto sagrado a cojos y ciegos, a los que estaba prohibida la entrada en el templo.
Una pregunta y tres respuestas
Lo anterior va a
provocar que los responsables religiosos (sacerdotes) y políticos (ancianos) le
pregunten a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa
autoridad?». El evangelio de Mateo responde en tres pasos.
1) En el primero, Jesús pone a las
autoridades entre la espada y la pared, preguntándoles: «El bautismo de Juan,
¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?» Viendo el peligro de comprometerse
en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un
escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto».
2) Inmediatamente pasa al contrataque,
con la parábola que leemos este domingo: la de los dos hijos (Mt 21,28-32).
3) Sin interrupción,
añade una nueva parábola: los viñadores homicidas, que leeremos el próximo
domingo.
En conjunto, la
denuncia de sacerdotes y ancianos es durísima: 1) no se atreven a dar una
opinión sobre Juan Bautista; 2) son peores que los recaudadores de impuestos y
las prostitutas, que sí le hicieron caso a Juan; 3) para apoderarse de una viña
que no les pertenece, deciden asesinar al hijo del propietario (Dios).
No es raro que, tras
escuchar estas tres acusaciones, decidieran matar a Jesús.
La lectura de hoy se centra en el segundo punto.
Obras son amores, y no buenas razones
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a
los ancianos del pueblo:
― ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó
al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la
viña". Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó
y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy,
señor" Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
― El primero.
Jesús les dijo:
― Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
La historieta que
propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa.
¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que
termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que
le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir
palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo
que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones».
Pero Jesús saca de
aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al
final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y
negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del
evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes,
que ser obispo, sacerdote, o pertenecer a cualquier congregación o institución
religiosa y ser incapaz de convertirse.
¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?» El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron.
¿Tirando piedras contra el propio tejado?
Lo curioso de esta
interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra
Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito,
prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades
religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona
piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas
en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal.
Además, el judío
piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo)
está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar,
el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan
Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa
Francisco.
Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Sin embargo, el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse.
Así dice el Señor: Comentáis: “No es justo el proceder
del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es
vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia,
comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado
se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él
mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos,
ciertamente vivirá y no morirá.