¿Cuatro semanas para
prepararnos a recordar el nacimiento de Jesús? No. El Adviento es más que eso.
No se trata de recordar románticamente un hecho pasado, se trata de comprender
a fondo lo ocurrido y prepararnos para el encuentro definitivo con el Señor.
Suplica (Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7)
La primera lectura nos
sitúa siglos antes de la venida de Jesús. El pueblo de Israel se ve como un
trapo sucio, como árbol de ramas secas y hojas marchitas. La situación no sería
muy distinta de la nuestra. Pero el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a
los independentistas, a los banqueros, al FMI, a Putin y a Trump, piensa que
todo se debe a que Dios le oculta su rostro por culpa de sus pecados, porque
nadie invoca su nombre ni se aferra a Él. Lo lógico sería que el pueblo
prometiese cambiar de conducta, interesarse por Dios. Sin embargo, en vez de
prometer un cambio le pide a Dios que sea él quien cambie: que recuerde que es
nuestro Padre (la idea aparece al comienzo y al final de la lectura), que
vuelva, rasgue el cielo y baje. ¿Cómo responderá Dios a esta petición?
Tú,
Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es Nuestro redentor. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos
y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las
tribus de tu heredad. iOjalá
rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se
derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por el que espera en e1. Sales al encuentro del que practica la justicia y
se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos
salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado;
todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el
viento. Nadie invocaba tu
nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos
entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.
Realidad (1 Corintios 1,3-9)
La respuesta de Dios supera con creces lo que pedía el
pueblo en la lectura de Isaías, aunque de modo distinto. Dios Padre no rasga el
cielo, no sale a nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y mediante él
nos ha enriquecido en todo y nos llama a participar en la vida de su Hijo. Por
consiguiente, añade Pablo, “No carecéis de ningún don”. Cuando tanta gente se
lamenta, a veces con razón, de las muchas cosas de que carece, estas palabras
pueden resultar casi hirientes: “No carecéis de ningún don”. Buen momento el
Adviento para pensar en qué cosas valoramos: si las materiales, que a menudo
faltan, o las que proporciona Jesús: la certeza de que Dios es fiel, está de
nuestra parte y nos mantendrá firmes hasta el encuentro final con Él.
Hermanos: La gracia y la Paz de parte de
Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de
gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber;
porque en vosotros se ha probado, el testimonio de Cristo. De hecho, no
carecéis de ningún don, vosotros
que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El os
mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de que acusaros en el día
de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os
llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y
él es fiel!
Vigilancia (Marcos 13, 33-37)
No deja de ser irónico que precisamente el evangelio no
hable de Dios Padre ni de Jesús. Se centra en nosotros, en la actitud que
debemos tener: “vigilad”, “velad”, “velad”. Tres veces la misma orden en pocas
líneas. Porque el Adviento no es sólo recordar la venida del Señor, es también
prepararse para el encuentro final con Él.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: "Mirad, vigilad: pues no
sabéis cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo
su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que
velara. Velad entonces, pues no sabéis
cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto
del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!"