Cuenta Lucas que Jesús, invitado a comer por un jefe de
los fariseos, ve que la gente corre a ocupar los primeros puestos en la mesa, y
aprovecha la ocasión para dar una enseñanza a los asistentes y un consejo al
que lo ha invitado.
Primera
parte: una enseñanza
Cuando te
conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al
otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste. "Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete
a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te
diga: "Amigo, sube más arriba."
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Estas
palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente
humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta
no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen
desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos,
conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio
social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido
en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas
tremendas diferencias.
Por
consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco
digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad
cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran
enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será
enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy
bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se
humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que
debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la
vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola
del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza.
“Dos hombres subieron al templo a
orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz
baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,
ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por
semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni
siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh
Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro
no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla
será enaltecido” (Lucas 18,10-14).
En
el Nuevo Testamento hay otros textos interesantes sobre la humildad. Me limito
a recordar un texto de san Pablo que propone a Jesús como modelo:
“No
hagáis nada por ambición o vanagloria, antes con humildad tened a los otros por
mejores. Nadie busque su interés, sino el de los demás. Tened los mismos
sentimientos de Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo
alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de
esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se
humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte en cruz”
(Carta a los Filipenses 2,3-8).
Segunda
parte: un consejo
A
continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:
‒ Cuando des
una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete,
invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso
tú, porque no pueden pagarte; te pagarán
cuando resuciten los justos.
Esta
segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante.
Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Ya te
puedes estar yendo, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por
otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida.
Sin
embargo, estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan mucho
a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el ayuno
(Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de Lucas:
el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de Dios.
Guardaos de hacer las obras buenas
en público para ser contemplados. De lo contrario no os
recompensará vuestro Padre del cielo.
Cuando
hagas limosna, no hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los
hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alabe la gente. Os
aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú hagas limosna, no sepa la
izquierda lo que hace la derecha. De ese modo tu limosna quedará oculta, y tu Padre,
que ve lo escondido, te lo pagará.
Cuando
oréis, no hagáis como los hipócritas, que aman rezar de pie en
las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya
han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la
puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre,
que ve lo escondido, te lo pagará.
Cuando
ayunéis, no pongáis mala cara como los hipócritas, que
desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han
recibido su paga. Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza, y lávate la cara, de
modo que tu ayuno no lo observen los hombres, sino tu Padre, que está
escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)
Contiene cuatro consejos;
los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.
Hijo mío,
en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.
Hazte pequeño en las grandezas
humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de
Dios, y revela sus secretos a los humildes.
No corras a curar la herida del
cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.