Uno de los temas típicos del
evangelio de Lucas es la oración. Según una opinión bastante aceptada, él
escribe para cristianos procedentes del paganismo, que no están habituados a
rezar. Hay que descubrirles ese mundo, y Lucas lo hace de la forma más sencilla
y convincente: proponiendo modelos.
Un
regateo inútil (Génesis 18, 20-32)
La
primera lectura nos ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a
través del regateo. Los occidentales hemos perdido esta costumbre, esencial en
el mundo semítico. Nada se compra al primer precio. Hay que ir bajándolo,
regateando, hasta que se consigue el que uno considera adecuado. En cualquier
caso, aunque el comprador termine contento, siempre sale perdiendo. Eso es lo
que le ocurrirá a Abrahán.
En aquellos días, el Señor dijo:
‒ La acusación contra Sodoma y
Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus
acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.
Los hombres se volvieron y se
dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.
Entonces Abrahán se acercó y dijo a
Dios:
‒ ¿Es que vas a destruir al inocente
con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no
perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti
hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del
inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no
hará justicia?
El Señor contestó:
‒ Si encuentro en la ciudad de
Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.
Abrahán respondió:
‒ Me he atrevido a hablar a mi
Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta
inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?
Respondió el Señor:
‒ No la destruiré, si es que
encuentro allí cuarenta y cinco.
Abrahán insistió:
‒ Quizá no se encuentren más que
cuarenta.
Le respondió:
‒ En atención a los cuarenta, no lo
haré.
Abrahán siguió:
‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo
hablando. ¿Y si se encuentran treinta?
Él respondió:
‒ No lo haré, si encuentro allí
treinta.
Insistió Abrahán:
‒ Me he atrevido a hablar a mi
Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?
Respondió el Señor:
‒ En atención a los veinte, no la
destruiré.
Abrahán continuó:
‒ Que no se enfade mi Señor si hablo
una vez más. ¿Y si se encuentran diez?
Contestó el Señor:
‒ En atención a los diez, no la
destruiré.
He titulado este
episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y
Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni
siquiera diez personas inocentes.
En
realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de
intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la
historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a
los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la
destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.
En
una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la
justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a
ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la
bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una
desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde
queda la justicia divina?
El
autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que
está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes.
La culpa es de la ausencia total de inocentes.
El
lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos
para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que
Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso
nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este
planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos
judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan
tontos como a veces pensamos.
* * *
Pero
esto nos ha alejado del tema principal de este domingo, que es la oración.
El
texto del evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del
cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser
insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y
nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios? Demasiada
materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado.
Aprendiendo
a rezar (Lucas 11,1-4)
Una
vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos.
Él les dijo:
‒ Cuando oréis decid:
“Padre,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
danos cada día nuestro pan del
mañana,
perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe algo,
y no nos dejes caer en la
tentación.”
Nota
a la traducción
En
Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”.
La
liturgia traduce “nuestro pan del mañana”; debería
traducir, como en la misa, “nuestro pan de
cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas
(to.n a;rton h`mw/n to.n
evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion
se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía.
Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación
eucarística.
Breve
comentario al Padre nuestro
El
“Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito
de Dios, del mundo y de sus discípulos.
En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco
como en Lucas).
Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como
primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de
Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese
que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el
momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo,
santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se
orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su
majestad y desea que se proclame su gloria.
Ante un mundo
donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a
menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el
Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta
petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el
que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus
esperanzas.
Como tercer centro de interés
aparece la comunidad. Ese
pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el
perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer
con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma
comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.
Cuando uno imagina a ese pequeño
grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin
dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.
Cuando se recuerdan los fallos de
los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos,
adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.
Y pensando en ese grupo que debió
soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición
de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.
El Padre nuestro nos enseña que la
oración cristiana debe ser:
Amplia,
porque no podemos limitarnos a nuestros problemas; el primer centro de interés
debe ser el triunfo de Dios;
Profunda,
porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y
urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir
cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.
Íntima,
en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.
Comunitaria.
“Padre nuestro", danos, perdónanos,
etc.
En
disposición de perdón.
Necesidad
de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)
Y
les dijo:
‒ Si alguno de vosotros tiene un
amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes,
pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y,
desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis
niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro
insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo
suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá;
porque quien pide recibe,
quien busca halla,
y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el
hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una
serpiente?
¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial
dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
El
ejemplo del amigo importuno
En las casas del tiempo de Jesús los
niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se
va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve
de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en
la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar
sus quejas y maldiciones.
El “amigo” trae a la memoria un
simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es
como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.
Este individuo merecería que le
dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana
para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más
tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que
insiste para que un juez inicuo le haga justicia.
La
bondad paternal de Dios y un regalo inesperado
En realidad, no haría falta ser tan
insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas
a sus hijos.
Aquí es donde Lucas introduce un
detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os
dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a
ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que
se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un
examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia
diluida de que la oración no sirve para nada.
El
evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios
“dará cosas buenas a los que se las
pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene
una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo
que más nos conviene.
Pero
las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece
una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas,
tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el
gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en
los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios
nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.