Una
pareja extraña para una fiesta peculiar
¿A quién se
le ocurriría un homenaje común a Messi y Cristiano Ronaldo? Salvadas las
enormes diferencias, la misma extrañeza produce esta fiesta que une a dos
personajes muy distintos, de los que sabemos que, en cierto momento, en
Antioquía de Siria, tuvieron un terrible altercado por motivos teológicos y
prácticos. Parecería normal una fiesta de Pedro y Andrés, que eran hermanos; o
de Pedro y Juan, que aparecen juntos a menudo en los evangelios y al comienzo
del libro de los Hechos. Pero, ¿Pedro y Pablo?
La Iglesia,
al unirlos en una celebración común, nos indica qué pretende con esta fiesta:
no es cantar la gloria de ninguno de los dos santos (cosa que tanto nos gusta a
los católicos) sino celebrar la obra común que Dios llevó a cabo a través de
ellos.
Pedro,
el cabecilla
Entre los
discípulos de Jesús, Pedro fue sin duda el más lanzado, con el peligro que eso
conlleva. Era el cabecilla del grupo, el primero en hablar en cualquier
circunstancia, sin miedo a reprender a Jesús cuando anuncia su pasión, sin
miedo a llevarle la contraria cuando quiere lavarle los pies o cuando anuncia
que todos los traicionarán. El ser tan lanzado lo sitúa también en el lugar más
peligroso, y termina negando a Jesús. Pero, como él mismo termina confesando
después de la resurrección: «A pesar de
todo, tú sabes que te amo». No es raro
que Jesús lo viese como el cabecilla natural del grupo después de su muerte.
Pablo,
el hombre universal
Pero la
expansión de la Iglesia primitiva es humanamente inconcebible sin la figura de
Pablo. Todos hemos leído su conversión. Lo que muchos no conocen es la
revelación que Dios le hizo y en la que él tanto insiste en sus cartas: que la
buena noticia de Jesús no era sólo para los judíos sino también para todo el
mundo; para judíos y paganos. Es cierto que a mediados del siglo I ya hay
cristianos en Roma (a ellos les dirige Pablo su famosa carta), pero si el
evangelio se extiende por lo que actualmente es Turquía, Grecia, quizá España,
es gracias a la labor de Pablo, que recorrió miles de kilómetros y se expuso a
toda clase de peligros por llevar la fe en Jesús «hasta los
confines de la tierra».
El
enfoque de las lecturas
La liturgia
concede especial importancia a Pedro, dedicándole las lecturas primera y
tercera (evangelio). A Pablo dedica la segunda. En ambos casos se destacan los
aspectos de protección divina y misión.
PEDRO:
PROTECCIÓN Y MISIÓN
1ª
lectura: protección divina
Se expresa a través de un sorprendente
milagro: Pedro, a pesar de estar encadenado y vigilado por cuatro piquetes de
cuatro soldados cada uno, es liberado durante la noche por un ángel.
En aquellos días, el rey Herodes se puso a
perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago,
hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a
Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel,
encargando de su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenla
intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua, Mientras
Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a
Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo
entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la
puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó
la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo:
― Date
prisa, levántate.
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el
ángel añadió:
― Ponte el cinturón y las sandalias.
Obedeció, y el ángel le dijo:
― Échate el manto y sígueme.
Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía
el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda
guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo.
Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo:
― Pues era verdad: el Señor ha enviado a su
ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los
judíos.
Resulta imposible no pensar en la liberación
de los israelitas de Egipto, cuando el ángel marcha delante de ellos también
durante la noche. Esta es la tercera vez
que meten a Pedro en la cárcel, y la segunda que lo saca un ángel. Algo que
llama la atención, porque otros cristianos no gozan del mismo grado de
protección divina: a Esteban lo apedrean, a Santiago lo degüellan, a Pablo lo
persiguen a muerte y tienen que descolgarlo en una espuerta… Por otra parte, el
mismo Pedro terminará crucificado según la tradición.
Esta primera lectura, que
puede provocar una sonrisa escéptica en muchos cristianos actuales, tiene gran
valor simbólico. Basta pensar en los últimos Papas, atados con todo tipo de
cadenas: geográficas, culturales, económicas (desde el lejano caso Marcinkus
hasta los recientes escándalos del IOR), tradiciones que tienen muy poco que
ver con el evangelio, y vigilados por multitud de cardenales, obispos y teólogos
(más atentos que las cuatro cohortes romanas de Pedro). Buen momento para
pedirle a Dios que envíe un ángel a liberar a Francisco.
Evangelio: misión
La misión se
cuenta con el famoso episodio de la confesión de Cesarea de Felipe, que parte
de la gran pregunta: ¿quién es Jesús? El pasaje se divide en tres partes: 1) lo que piensa
la gente; 2) lo que afirma Pedro; 3) la promesa de Jesús a Pedro.
Lo que
piensa la gente
En aquel tiempo, al llegar a la región de
Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
― ¿Quién dice la gente que es el Hijo del
hombre?»
Ellos contestaron:
― Unos que Juan Bautista, otros que Ellas,
otros que Jeremías o uno de los profetas.
Jesús realiza una
encuesta: quién dice la gente que es él. Un lector moderno con cierta cultura
bíblica pensará que el resultado no puede ser más descorazonador. Para la
gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida,
se trate de Juan Bautista, Elías, Jeremías o de otro profeta. De estas
opiniones, la más "teológica" y con mayor fundamento sería la de
Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: "Yo os
enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y
terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré
yo a exterminar la tierra".
Al lector moderno le puede
resultar interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos
profetas, en lo que pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos
de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la
institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no
limitado al estrecho espacio del culto...
Sin embargo, cuando
se conoce la época de Jesús, la visión anterior resulta inadecuada. En la
mentalidad popular, el título de "profeta" tiene fuertes
connotaciones políticas; significa que la gente ve a Jesús como un libertador.
Flavio Josefo nos ha dejado testimonio de varios "profetas" surgidos
por entonces. Su visión es muy negativa, pero interesante:
"Hombre
engañadores e impostores, que bajo apariencia de inspiración divina realizaban
innovaciones y cambios, induciendo a la multitud a actos de fanatismo religioso
y la llevaban al desierto, como si allí Dios les hubiese mostrado los signos de
la libertad inminente. Félix envió caballería e infantes contra estos, matando
a gran cantidad. Mayor desgracia fue la que trajo sobre los judíos el falso
profeta egipcio. Efectivamente, llegó al país un hombre charlatán, que,
habiéndose ganado reputación de profeta, reunió a casi treinta mil de los
seducidos por él; desde el desierto los llevó al monte de los Olivos, desde
donde, según decía, podía penetrar a la fuerza en Jerusalén, vencer a la
guarnición romana e imponerse como tirano sobre el pueblo" (Guerra de los
Judíos II, 258-263).
Este mentalidad
popular del profeta como libertador político es la que comparten los discípulos
de Emaús; para ellos, Jesús era "un profeta poderoso en obras y en
palabras... nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel" (Lc
24,19-21).
Lo que afirma
Pedro
Jesús quiere saber si
sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta:
Él les preguntó:
― Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
― Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Es una pena que Pedro
se lance inmediatamente a dar la respuesta, porque habría sido interesantísimo
conocer las opiniones de los demás.
Según Mc 8,29, la
respuesta de Pedro se limita a las palabras "Tú eres el Mesías". Mt añade
"el Hijo de Dios vivo". ¿Aporta algo especial este añadido? Según
algunos, Pedro confesaría no sólo la misión salvadora de Jesús (Mesías), sino
también su filiación divina (Hijo de Dios). Sin embargo, esta teoría no es tan
clara como parece. El rey de Israel -y por tanto el Mesías- era presentado
desde antiguo como "Hijo de Dios" o "Hijo del Altísimo". En
el fondo, parece que Mateo no añade nada nuevo. En cualquier caso, hay un dato
indiscutible: confesar a Jesús como "Hijo de Dios" ya lo habían hecho
los discípulos después de verlo caminar sobre las aguas (14,33). Por consiguiente,
la novedad no reside aquí, sino en el título de Mesías. En su origen, el Mesías
era el rey de Israel, al que se ungía derramando aceite sobre la cabeza. Con el
paso del tiempo, especialmente en los siglos II y I a.C., la imagen del Mesías
fue adquiriendo rasgos cada vez más sorprendentes, como se advierte en los
Salmos 17 y 18 de Salomón (de origen fariseo, no forman parte de la Biblia). De
él se esperaba la liberación política de Israel y la instauración de una
sociedad de justicia, paz en entrega al Señor.
Por consiguiente, la
confesión de Pedro reviste una importancia y novedad enormes. Además, es
importante advertir que se sitúa inmediatamente después del episodio de
fariseos y saduceos, representantes del judaísmo oficial, que no aceptan a
Jesús. Pedro, contra la opinión oficial, ve en Jesús al salvador del pueblo
elegido por Dios.
Las
promesas de Jesús a Pedro
Jesús
le respondió:
―
¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de
carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el
cielo.
Esta tercera parte es
exclusiva de Mateo y es la fundamental para la fiesta de hoy. En los evangelios
de Marcos y Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe termina
con las palabras: "Prohibió terminantemente a los discípulos decirle a
nadie que él era el Mesías". Sin embargo, Mateo introduce aquí unas
palabras de Jesús a Pedro.
Comienzan con una
bendición, que subraya la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de
conceder a Jesús. Humanamente hablando, Pedro es un hereje o un loco. Para
Jesús, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la
memoria lo dicho en 11,25-30: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel
a quien el Padre se lo quiere revelar".
Basándose en este
revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica unas promesas: 1)
sobre él edificará su Iglesia; 2) le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como
consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en
el cielo.
Las afirmaciones más
sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT, la "roca" es
Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la
roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían haber
inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que
Jesús, al pronunciar las palabras "y sobre esta piedra edificaré mi
iglesia" se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).
La segunda afirmación
("te daré las llaves del Reino de Dios") se entiende recordando la
promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín: "Colgaré de su
hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que
él cierre nadie lo abrirá". Se concede al personaje una autoridad absoluta
en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y
no habla luego de abrir y cerrar sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo
es la misma.
El texto contiene
otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de formar una nueva
comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a Pedro está en
función de esta idea.
¿Por qué pone de
relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Le guía una intención eclesiológica, para
indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O tienen una finalidad mucho más
práctica? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido
básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad necesita un
responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.
Es posible que haya
también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la
iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el
primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la
comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles
dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital
Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores
(Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era "el
Papa", ni gozaba de la "infalibilidad pontificia", las palabras
de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. "Lo
que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra
quedará desatado en el cielo". Es Pedro el que ha recibido la máxima
autoridad y el que tiene la decisión última.
PABLO:
PROTECCIÓN Y MISIÓN
De Pablo se podrían haber elegido infinidad de textos, dada la abundancia de sus cartas y lo mucho que cuenta de él el libro de los Hechos. La liturgia ha elegido un breve pasaje, muy autobiográfico, de la segunda carta a Timoteo. A punto de morir, Pablo recuerda su intensa actividad apostólica y espera el premio prometido. Al mismo tiempo, es consciente de que siempre contó con la ayuda y la fuerza del Señor. Igual que a Pedro lo liberó milagrosamente, a él lo ha librado también de la boca del león, no milagrosamente, sino después de naufragios, azotes, apedreamientos, hambre y sed.
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.