Jesús
subiendo al cielo es una imagen bastante representada por los artistas, y la tenemos
incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno
podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin
embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su
evangelio y al comienzo del libro de los Hechos. El próximo domingo la primera
lectura ofrece la versión de Hechos.
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que
Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los
apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al
cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que
estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de
Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó:
― No os alejéis de Jerusalén; aguardad que
se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con
agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon preguntándole:
― Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar
el reino de Israel?
Jesús contestó:
― No os toca a vosotros conocer los tiempos
y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu
Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta
que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole
irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
― Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá
como le habéis visto marcharse.
Curiosamente, esta versión difiere
bastante de lo que cuenta Lucas en su evangelio.
ü En el Evangelio,
Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no).
ü En Hechos,
una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube).
ü En el
evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al cielo).
ü En el
evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch se les aparecen dos personajes vestidos
de blanco.
Subir al cielo como imagen del triunfo
Si el mismo autor, Lucas, cuenta el mismo
hecho de formas tan distintas, significa que no podemos quedarnos en lo
externo, en el detalle, sino que debemos buscar el mensaje profundo.
La idea de la ascensión resulta
chocante al lector moderno por dos motivos muy distintos: 1) no es un hecho que
hayamos visto; 2) se basa en una concepción espacial puramente psicológica
(arriba lo bueno, abajo lo malo), que choca con una idea más perfecta de Dios.
Precisamente por esta línea psicológica
podemos buscar la explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea
de que una persona de vida intachable no muere, es arrebatada al cielo, donde
se supone que Dios habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc, y
lo mismo se cuenta más tarde a propósito del profeta Elías, que es arrebatado
al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si
un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer la
capacidad simbólica de los antiguos.
Sin embargo, existe una diferencia
radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de
Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse
sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo.
Es preferible buscar la explicación en la
línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes
que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen
citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y
Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los interesados.
Estos ejemplos confirman que el relato
tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han
hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de
Jesús.
La segunda lectura de hoy, tomada de la
carta a los Efesios, es muy interesante en este sentido. No habla de la
ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una
imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos.
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál
es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia
a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros,
los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en
Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el
cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por
encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y
todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella
es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Misión
La primera lectura (Hechos) y el
evangelio (Mateo) coinciden en ofrecernos unas palabras de despedida de Jesús a
sus discípulos. El evangelio las cuenta así:
En aquel tiempo, los once discípulos se
fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se
postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
― Se me ha dado pleno poder en el cielo y
en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo
lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo.
Si comparamos lo que dice Mateo con lo
que ha contado Lucas en los Hechos (1ª lectura) encontramos también aquí notables
diferencias:
― Lucas sitúa la
despedida en Jerusalén, los discípulos muestran una vez más su preocupación
política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía la atención
hacia la próxima venida del Espíritu Santo.
―
Mateo la sitúa en Galilea, los discípulos no dicen nada, Jesús los envía de
inmediato al mundo entero y lo que promete no es la venida del Espíritu sino su
compañía continua: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.
A pesar de estas grandes
diferencias, los dos textos coinciden en la importancia de la misión.
Hechos: Recibiréis fuerza para
ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines
del mundo.
Mateo: Id y haced discípulos de todos los pueblos.
Por eso, la Ascensión o triunfo de
Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra,
al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma
obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor.
Los cuarenta días
El evangelio no dice nada de este período
de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo
introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre
todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40
noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de
Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que
pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para
convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente
presente durante el tiempo que consideró necesario.
Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran
personaje
A propósito de Hércules
escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules... se fue al
monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira,
subió y ordenó que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que
una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó
la inmortalidad...” (II, 159-160).
Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un antiguo pretor
que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de
la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares, Augusto,
100).
Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por
éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su
memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de
Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio
Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en
premio un millón de sestercios.
De Alejandro
Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas
cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella
descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de
Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo
y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento
se durmió Alejandro en un sueño eterno" (Libro III, 33).
Con respecto a Apolonio
de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en
un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a
quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a
correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las
puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un
griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha
al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30).
Sobre la nube véase también Dionisio de
Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de decirle
esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado
hacia arriba por el aire”.